Una aproximación al estigma en la vida de mujeres con VIH-SIDA en Chiapas

Las inequidades, incluso en el sector salud, pone en mayor riesgo a las mujeres con VIH, quienes, a veces llegan a ocultar el diagnóstico con tal de no ser violentadas. Cortesía: sidalava org.

*Destacan ciertos circuitos de retroalimentación en los que la precariedad económica y subjetiva, violencia, violación de derechos y la exclusión se intensifican ante el estigma social del diagnóstico de VIH/sida y producen una serie de malestares en las mujeres.

*Artículo: «Interseccionalidad y condicionantes sociales de la salud: una aproximación teórico-metodológica sobre el efecto del estigma en la vida de mujeres con VIH/sida en Chiapas«


Antonia, es una mujer indígena de Chiapas, en el momento de la entrevista, tenía 36 años y cuatro hijos de 16, 14, 11 y 8 años. Conoció su diagnóstico con VIH/Sida al inicio de su cuarto embarazo y recibió tratamiento antirretroviral para ella, su bebé y pareja, ejemplificaron las investigadoras Ana Amuchástegui y Angélica Aremy Evangelista García*.

Aunque, su pareja se negó a tomarlo e incluso se lo prohibió a ella, Antonia lo tomó a escondidas pues estaba preocupada por sus hijos. Al respecto, mencionó haber vivido varios episodios de violencia física en su relación.

Durante su cuarto embarazo, el personal de salud le indicó realizarse una cesárea por el riesgo de transmisión vertical. Sin embargo, tuvo un parto vaginal porque estaba trabajando en la milpa y no le dio tiempo de llegar al hospital. También, refirió haber recibido apoyos de fórmula láctea y pañales por parte del Servicio de Atención Integral Hospitalaria (SAIH).

A tres años del diagnóstico, el esposo de Antonia murió. Su suegra y cuñado la culpan de la infección y por temor al contagio la insultaron, abofetearon y expulsaron de su casa y localidad.

Durante cuatro años vivió en condiciones precarias, sin servicios y con inseguridad alimentaria.

Su situación económica mejoró cuando se inició como vendedora ambulante de artesanías en el andador turístico de su ciudad, ahí conoció a su nueva pareja. Tenía cinco meses de embarazo, el padre se desentendió del hijo por nacer, por lo que sus hijos de ocho y once años también trabajaban en la venta y contribuían al precario ingreso familiar.

De acuerdo a los datos del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (ONUSIDA), cada semana se registren más de 6 mil infecciones nuevas en mujeres adolescentes entre los 15 a 24 años de edad. Cortesía: Comunicación social de Tuxtla Gutiérrez.

Aunque Antonia recibió información sobre prevención de la transmisión vertical mediante la cesárea, no estaba segura de cómo sería su parto, pues no tenía quién cuidará a sus hijos en su estancia en el hospital, ni durante la recuperación.

Pues pensaría así en parto normal, a ver si sale bien y si no, pues sólo Dios sabe, si muere pues nada qué voy a hacer, total ya luché, no lo aborté y alcancé a los nueve meses (…) total no lo dejé tirado en el camino, estoy con mis nueve meses y lo quiero mucho (…) sólo Dios sabe cómo va a nacer, dijo en ese entonces Antonia.

Aunque al momento de la entrevista vivía en la zona urbana, dijo tener dificultades para solventar los gastos de traslado al SAIH, pero lo resolvía gracias al ingreso de sus hijos pequeños.

Ante lo expuesto, Amuchástegui y Evangelista García expusieron que en materia de VIH/Sida, al tercer trimestre del 2020, en Chiapas vivían 9 mil 131 personas con el virus, a una razón de casi tres hombres por mujer. Es decir, 2 mil 679 son mujeres.

El principal mecanismo de transmisión es sexual con 88% y el 2% ha sido perinatal: 36 por ciento de las personas viviendo con el virus tenían entre 20 y 29 años, otro 30% entre 30 y 39 años y el 15% entre 40 y 49 años.

Para el mismo periodo, 5 mil 304 personas con VIH/Sida en Chiapas recibieron tratamiento antirretroviral y han realizado estudios de laboratorio de carga viral y conteo de linfocitos CD4 en la Secretaría de Salud de manera gratuita, como establece la Ley General de Salud.

Personas portadoras del VIH y organizaciones, solicitan atención Foto: Archivo Chiapas PARALELO

Los municipios con mayor proporción de casos en mujeres son: Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, Villaflores y Tonalá. El 85.1% de las féminas viviendo con el virus tiene entre 15 y 49 años y el 87 por ciento lo adquirieron por vía sexual.

Las investigadoras resaltaron que se registraron 957 infecciones nuevas por VIH/Sida en 2019, de las cuales el 21.4% fueron mujeres, mientras que en 2020, se registraron 272 y el 19% fueron mujeres.

Del total de mujeres, en los once SAIH y dos Centros Ambulatorios para la Prevención y Atención del VIH/Sida e Infecciones de Transmisión Sexual (CAPASITS) en el estado, el 4.7% son mujeres indígenas provenientes de municipios como Ocosingo y Las Margaritas, y el 4.1% son migrantes de Centroamérica.

A través de 32 entrevistas a mujeres, Amuchástegui y Evangelista García encontraron variaciones en los malestares o bienestares experimentados por las féminas en lugares específicos como la casa familiar, clínicas, transporte público y trabajo, ya que la serofobia apareció en todas las narrativas como el motor principal de las relaciones múltiples de opresión.

El estigma y discriminación, vividos o temidos que pesan sobre el diagnóstico, indicaron que son el punto crucial no solo de los malestares de las mujeres, sino de su corporalidad misma. De ello depende, viajar en el transporte público para acudir a atención médica.

Hace unos días se realizó una «pasarela por la vida» para concientizar a la población transgénero y trasvesti de la importancia de prevenir la transmisión del VIH. Foto: Sandra de los Santos/ Chiapas PARALELO.

Así como de amamantar a su bebé, dar a luz por cesárea o parto natural, solicitar o conservar su trabajo, recibir apoyo en las tareas de cuidados e inclusive para permanecer en su hogar o comunidad.

El estigma y la discriminación que pesa sobre las mujeres con VIH/Sida persiste gracias a la creencia de que la epidemia heterosexual se debe al comportamiento sexual promiscuo de las mujeres, agregaron las investigadoras.

Así mismo, los ejes de desigualdad ligados a la sexualidad no normativa y al género producen el estigma del VIH/Sida, que interactúa con temores preexistentes acerca del contagio y la enfermedad, reforzándose de manera mutua.

El temor de las mujeres a revelar su estado serológico se debe a que pueden ser etiquetadas como promiscuas o prostitutas, y culpabilizadas de la infección de la pareja, incrementa sus múltiples vulnerabilidades, expuso Amuchástegui y Evangelista García.

En contraste, los lugares que las entrevistas describieron como espacios de bienestar incluyen la posibilidad de abrir su diagnóstico de VIH/Sida sin temor al estigma, como es el caso de las clínicas especializadas.

Lo anterior, se debe a que no sólo ofrecen el tratamiento antirretroviral, sino relaciones de apoyo e inclusive afectuosas entre el personal y usuarias, y sostenidas por la solidaridad y conciencia de una circunstancia común.

Hay indicios que, desde el inicio de la pandemia, el número de personas que se han realizado la prueba para detectar la infección por el VIH disminuyo de manera drástica tanto en el Caribe como en América Latina, según informó la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Cortesía: OPS

En ese sentido, la experiencia de vivir con el virus y las dificultades para la conexión a los antirretrovirales van más allá de la voluntad individual y se representan en malestares emocionales producidos por desigualdades de clase, ruralidad, alfabetización, posiciones de sexo-género y otros ejes que requieren de transformaciones sociales.

El reconocimiento social de los malestares sistémicos, indicaron que constituye una estrategia primordial para la desestigmatización social del VIH/Sida y de las personas que lo viven.

Son necesarias intervenciones que cuestionen el estigma y la discriminación a nivel de comportamiento individual e institucional, al tiempo que se impulse la movilización social, comunitaria y el apoyo a la organización de grupos de mujeres afectadas por el virus, dijeron Amuchástegui y Evangelista García.

Por lo que, urgieron acciones que vayan más allá de generar curvas de bienestar ocasional y no sistémico, mismas que no transforman las múltiples desigualdades sociales que producen las experiencias corporales y emocionales de vivir con VIH/Sida.

Es urgente insistir, por ejemplo, en la importancia de generar condiciones para la autonomía económica de las mujeres, las sanciones a empleadores que solicitan pruebas del VIH para acceder o permanecer en el trabajo, en tanto que se experimentan como bienestar, pero también porque les permitirían sortear algunas de las adversidades cotidianas más allá de su condición de vivir con el virus, finalizaron las investigadoras.

*Investigadoras:

Ana Amuchástegui, investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco.

Angélica Aremy Evangelista García, investigadora del Colegio de la Frontera Sur.

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.