Las mujeres con la dignidad rebelde
*Los investigadores presentaron un análisis de los momentos clave y figuras femeninas icónicas del movimiento zapatista, en un período que abarca desde diciembre de 1993, hasta la muerte de una de sus mujeres más célebres en la opinión pública: la “comandanta Ramona”, en enero de 2006.
Los investigadores Ámbar Varela Mattute y Ernesto Gómez Magaña*, presentaron casos de momentos y mujeres icónicas del movimiento, que se vieron reflejados a la realidad mediática de su tiempo y a las primeras interpretaciones académico–feministas sobre el fenómeno.
Con ello, ejemplificaron en su investigación: “Las mujeres con la dignidad rebelde”, el ejercicio de los derechos políticos de las mujeres y la primera vida pública del Movimiento Zapatista en Chiapas, la idea de que las propias mujeres asumieron y ejercieron sus derechos políticos como una vía para el reclamo y defensa de sus derechos humanos en general.
Así mismo, valoraron de qué manera la visibilidad de los sujetos de derechos es relevante para el proceso, al tiempo en que propusieron la forma en cómo se logró el empoderamiento de las mujeres zapatistas en este ciclo, desde una perspectiva de la participación ciudadana como un ejercicio articulado de derechos humanos y cívico–políticos.
Así pues, los investigadores indicaron que el naciente Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) contó con la participación de “mujeres que aportaban su trabajo, sus tortillas, su colaboración con la guerrilla, hasta las milicias”, así como en la insurgencia como un cuerpo militar regular y desde luego, en la estructura política al interior del Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI).
Desde el surgimiento del movimiento, en la institución del EZLN se perfiló un método representativo de las mujeres, “las comandantas”, quienes tenían a su cargo la tarea de articular el esfuerzo femenino como un todo.
En este sentido, un tercio de las fuerzas militares estaba compuesto por mujeres indígenas desde este comienzo. Por lo que, enfatizaron que esa situación no dejó de ser sorprendente para el líder más visible del movimiento, el subcomandante Marcos,
Nosotros pensábamos que la guerrilla era cosa de hombres. Pero las mujeres estaban ahí, y nos impusieron su derecho a participar, afirmó el subcomandante Marcos, hoy Galeano.
Por lo anterior, Varela Mattute y Gómez Magaña señalaron que al subcomandante le parecía una imposición el ejercicio de un derecho político–ciudadano y le sorprendía la aparición de un sujeto de derechos, las mujeres.
Tras el alzamiento de 1993, las mujeres que ya tenían una amplia participación en el movimiento, aseguraron su existencia institucional mediante la “Ley Revolucionaria de Mujeres”. Sin embargo, no significó una visibilidad creciente de las mismas como actoras dentro del movimiento, en especial en el levantamiento armado de enero de 1994.
Dentro de su análisis, los investigadores obtuvieron que el siguiente momento relevante de ese recuento tiene que ver con la organización de la Convención Nacional Democrática, donde de manera previa se convocó a una Convención de Mujeres de Chiapas. Es este, la presencia femenina en el movimiento zapatista se hizo palpable.
Dicho espacio, fue definido como “democrático y participativo” frente a los modelos políticos de corte “patriarcal, vertical, discriminatorio o corporativistas”. Por ello, la Convención pidió que al menos 50 por ciento de los miembros de la Convención Nacional Democrática fueran mujeres.
Aunado a ello, por primera vez se hizo un manifiesto de los derechos de las mujeres que se reclaman desde ese foro, para ser consideradas como parte de las resoluciones generales de la Convención Nacional.
Al respecto, los autores enfatizaron que la práctica de los derechos políticos por parte de las mujeres en diferentes espacios del movimiento zapatista se cristalizó a mediados de 1994, en la enunciación de los derechos básicos que reclaman tanto de los hombres como de las autoridades, “que sean castigados”.
Es aquí, donde se encuentra el punto de inflexión desde el ejercicio de los derechos políticos hacia su uso instrumental en la exigencia de otros que pueden fácilmente relacionarse con diferentes derechos como a la salud, a una vida libre de violencia e, incluso o a la propiedad, expusieron los investigadores.
Mediante la Convención de Mujeres de Chiapas, el movimiento feminista dentro del zapatista logró la agendación de sus derechos y propugna por convertir este conjunto de exigencias en un elemento de lucha propio del zapatismo reconocido por la Convención Nacional Democrática. Aunque esta declaración está en clave indígena, su proceso de creación no tuvo participación exclusiva de las mujeres indígenas, sino que recibió asesoría de organizaciones mestizas.
No obstante, desde el año 1988, se constituyeron grupos civiles en San Cristóbal de Las Casas para luchar contra la violencia hacia las mujeres, así como para llevar a cabo actividades informativas sobre reproducción y sexualidad, todos ellos con trabajo comprobable a favor de las mujeres indígenas de aquella ciudad.
En efecto, mientras se desarrollaba la Convención de Mujeres, en el contexto de las “Conversaciones de Catedral”, donde se convocaba al debate de carácter nacional, la comandanta Ramona figuraba como una “aparición” o “visión”, más que una realidad, una imagen empleada con carácter estratégico por el EZLN.
En ese contexto, los investigadores subrayaron que si bien Ramona, Susana y Esther, formaba parte de la estructura operativa del movimiento y en su conjunto habían sido artífices de procesos como la consulta y formulación de las “Leyes Revolucionarias”, en las Conversaciones ninguna tomó la palabra como representantes de las mujeres.
Ahora bien, con la participación sucesiva de las mujeres aconteciendo al interior del movimiento zapatista, éste no pudo mantenerse estático, afirmaron Varela Mattute y Gómez Magaña. Es así como se afirmó que “el intercambio de experiencias y reflexiones” favorecido por una creciente participación política de las mujeres fue reconstruyendo el significado de su identidad de género, orientado a sus juicios, apreciaciones y derechos como mujeres e indígenas.
Tanto así que, aunque los zapatistas no nacen con un discurso público sobre reclamos de autonomía, el movimiento feminista a su interior produce una idea de esta categoría a propósito de su lucha por los derechos de las mujeres.
Una manifestación de esta transformación es la forma que tomó la Consulta por el Reconocimiento de los Derechos y la Cultura Indígena, convocada a finales de 1998, donde las mujeres zapatistas requirieron que, si se habría de realizar un ejercicio de difusión y participación de esa clase y magnitud, era necesario que “2500 mujeres y 2500 hombres de las bases de apoyo zapatistas” recorrieran el país para dar a conocer el contenido de los Acuerdos de San Andrés.
Se considera entonces que mediante el despliegue realizado en la Consulta se consolidan dos fenómenos de empoderamiento de las mujeres zapatistas, primero, en la exigencia de la forma en que debería realizarse la misma y, segundo, por el potencial que tendría esta experiencia en la vida de muchas mujeres indígenas, señalaron los investigadores.
Pues, para muchas significó por primera vez su amanecer político más allá de su horizonte comunitario para ejercer sus derechos políticos en defensa de los derechos definidos de manera previa por ellas mismas. Además, apuntaron que los tiempos habían cambiado, pues eran recibidas por gentes desconocidas que las acogían con admiración y de la forma más respetuosa.
Con ello, el movimiento creó no solo espacios para la existencia de la mujer a su interior, sino que habilitó a las mujeres indígenas como personas al exterior. Este acto de gran trascendencia simbólica fue desencantador para la opinión pública en general, pues no fue “Marcos” el vocero del movimiento en la máxima tribuna de la nación.
Aunado a ello, las Juntas de Buen Gobierno al interior de los llamados “Caracoles” que forman un nivel superior de coordinación entre las comunidades, los MAREZ y otras instancias del movimiento, hacia el interior del mismo y en contacto con el resto de la sociedad civil nacional e internacional.
Por lo que respecta a los derechos de las mujeres en ese contexto, la consolidación de las instituciones zapatistas significó la existencia de mecanismos para su garantía, establecidos en diferentes planos que, de acuerdo con su diseño, asegurarían su homogeneidad a lo largo del territorio.
Al parecer, desde que Esther hizo uso de la tribuna, poco quedaba por establecer: las mujeres indígenas zapatistas eran sujetos plenos de derechos político–ciudadanos, ejerciéndolos de manera definitiva en defensa de otros tantos derechos humanos. Quizás por ello este proceso ha quedado fuera de la luz pública precisamente a partir de la muerte de Ramona, que aconteció cinco años después de la Marcha, concluyeron los autores.
*Investigadora independiente e investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
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