El Carnaval del Tancoy de Villa Las Rosas y su nacimiento a través de la Revolución Mexicana
*Desde su fundación, Pinola fue administrada por la vicaría de Copanaguastla y el curato de Soyatitán, hasta casi 1645, cuando pasó a la jurisdicción del priorato de Socoltenango.
A través de un reportaje, Ulises Gómez, integrante de la Red Mexicana de Jóvenes por la Investigación (REMJI) Chiapas, dio a conocer que, como todos los años, la celebración de los carnavales en Chiapas se abre como una ventana repleta de color, memoria y algarabía, como a la historia y tradiciones de los pueblos.
En donde las risas, baile y alcohol, son solo algunos de los elementos que saltan a la vista de los presentes, quienes emocionados y aplaudiendo al son de la marimba, se toman un “caballito” de aguardiente o cualquier otra bebida, mientras la fiebre colectiva se expande entre parques y avenidas.
Pues, la connotación simbólica de los carnavales hunde sus raíces en un pasado prehispánico lleno de significado ritual y que mezclado con elementos cristianos antecede cada año al miércoles de ceniza: “para la buena lluvia y las grandes cosechas”
Gómez resaltó que los carnavales más populares de son los de San Juan Chamula, Suchiapa y Ocozocoautla. No obstante. ha empezado a tener notoriedad el Carnaval del Tancoy de Las Rosas, no solo por la particularidad de su personaje principal, el Tancoy, sino por los orígenes de su nacimiento: la Revolución Mexicana.
En ese sentido, indicó que el municipio de Las Rosas, fue el antiguo asentamiento Prehispánico que en náhuatl llamaban “Pinola», que significa «Lugar de extranjeros», se le conoció así hasta inicios del siglo XX.
Fue fundado entre 1545 y 1565, en un valle rodeado de verdes cerros, terrazas y ojos de agua, los religiosos de la orden de Santo Domingo congregaron a una población de origen maya tseltal.
Además, en su variante tseltal es conocido como Mukulaquil que significa “llano grande”. Su santo patrono es San Miguel Arcángel, “Chul´Chawuk”, es decir el “rayo sagrado o el que manda las lluvias”: uno de los santos más importantes para la religiosidad local.
Es posible que antes de la fundación haya existido un asentamiento prehispánico en las cercanías de su actual ubicación, detalló Gómez.
Lo anterior se debe a dos razones: una cita del conquistador Bernal Díaz del Castillo de 1524 que menciona a Pinola como uno de los cacicazgos que junto a Copanaguastla, “rindieron obediencia” a los españoles durante la conquista militar.
Y, la segunda por unas ruinas arqueológicas, conocidas en la actualidad por los lugareños como “pueblo viejo”, una prueba de este pasado mesoamericano. Sin embargo, subrayó que se carece todavía de estudios serios sobre el enigmático sitio.
Respecto a su población, en 1774, el obispo Manuel García Vargas y Rivera describió durante su visita que existían 112 casados, 5 viudos, 18 viudas, 22 muchachos y 18 muchachas. Según el informe, todas y todos tseltales, apenas un ladino, dedicados a la siembra de maíz, frijol, chile y caña dulce.
Durante todo el periodo colonial, fue en un principio tseltal. A pesar de ser un pequeño anexo de Soyatitán, en el transcurso del siglo XIX superó a éste, tanto en economía -gracias al cultivo de la caña de azúcar- como en el tamaño de su población, que creció a pesar de las constantes plagas de langostas y epidemias que la azotaron, como son el cólera y sarampión.
Hasta finales del siglo XX, era un próspero pueblo indígena. Fue en 1912, cuando el gobernador Flavio Guillén, lo elevó a la categoría de Villa, agregándole el nombre de Las Rosas, en honor al coronel Crescencio Rosas, quien participó en la pacificación del levantamiento que emprendieron los de San Juan Chamula en 1869.
La llegada de más ladinos y la fundación de fincas y trapiches en los alrededores, sobre todo en las tierras cercanas al río Chilá e Ixtapilla, motivos de disputa, provocaron cambios significativos en la cabecera. La reducción de la lengua, pérdida de bienes comunales y desplazamiento del ayuntamiento indígena, son tan solo algunos resabios de este proceso que siguió acelerándose después de la Revolución Mexicana, detalló Gómez.
Así mismo, mencionó que como en la región existía un alto número de fincas, después de la llegada de los carrancistas a Chiapas (1914), estos tuvieron que enfrentarse a los mapaches. Pues, se tienen registros, documentales y orales de combates ocurridos en Pinola, Socoltenango, Soyatitán y San Bartolomé.
Los carrancistas representaban el rostro de la revolución y venían del centro a “liberar” a los campesinos de la esclavitud que vivían en las fincas y haciendas. Los mapaches, era un grupo de finqueros que protegían sus propios intereses y se veían amenazados por los ideales de ese levantamiento.
Así pues, el término mapache hacía alusión a su “táctica militar”, ya que “se escabullían como el mapache entre las milpas”, para atacar al enemigo o entrar a los pueblos y las haciendas a robar suministros para resistir la guerra. El alto al fuego se dio hasta 1921, pues como consecuencia de acuerdos y alianzas políticas, Tiburcio Fernández Ruiz, un mapachisga, fue nombrado gobernador del estado.
Tenemos noticias que a inicios del siglo XX, ya existía un carnaval local en Pinola, que al igual que muchos en la actualidad, precedía y anunciaba la temporada de cuaresma y tenía una clara referencia a la agricultura, indicó Gómez.
En los años posteriores a la Revolución Mexicana, el carnaval adquirió otros tintes e integró al hoy famoso “Tancoy”, que según algunas voces significa “hombre disfrazado” o “la ceniza bajó”, a manera de ridiculizar al ladino, finquero y mapache, que entraba al pueblo a robar caballos, mujeres y provisiones.
Desde su surgimiento, el tradicional carnaval era realizado y costeado por la población indígena. Esta festividad era una clara muestra de la separación de las tradiciones indígenas y ladinas dentro del mismo pueblo.
Solo los hombres tseltales podían salir disfrazados en las calles. La participación de las mujeres se limitaba a la elaboración de comida para el alimento de los danzantes. Las bebidas principales eran el temperante, aguardiente y miel; alimentos dulces que permitían al cuerpo permanecer varias horas activo, añadió Gómez.
En la actualidad, la presencia de ladinos en el carnaval es cada vez más visible. Además, son ellos quienes venden los principales elementos que conforman la vestimenta del tancoy.
Según explicó Juan Ordoñez, originario del pueblo, “anteriormente eran puros indígenas, no se mezclaba gente ladina como ahora que ya entran a este relajo, ya ellos lo hacen como relajo, ellos lo hacían tal como son las cosas, pura gente indígena, era de respeto”.
En la década de 1960, la antropóloga argentina María Esther Hermitte registró que la celebración duraba tres días y el único papel que desempeñaban los ladinos era el de meros espectadores. Durante el Martes de Carnaval, unos documentos antiguos, que estaban en custodia del alcalde tseltal en turno, pasaban a manos de uno nuevo.
Para entonces, los participantes se vestían de ladinos: zapatos, pantalón, saco, sombrero con pañuelo, máscara, y polainas de cuero o de cartón. Esto porque, según la tradición oral, cuando los mapaches huían a los montes para esconderse de los carrancistas, dejaban votados por los caminos de herradura diferentes artefactos personales.
Hoy por hoy, podemos notar que los Tancoy portan máscaras, botas vaqueras, traje y casco tipo militar, espejos, animales vivos o disecados (como iguanas, mapaches o aves), rifles, pistolas, e incluso fotografías de sus ancestros y títulos universitarios de sus hijos, agregó Gómez.
A grandes rasgos, pueden identificarse tres periodos en la historia del carnaval de Pinola. Pero, la última fase, que corresponde al siglo XXI, está caracterizada por las múltiples relaciones e influencias de la globalización: nuevos personajes, canciones modernas, comida corrida y otro tipo de bebidas como cervezas y micheladas.
A pesar de que el carnaval está en un proceso de institucionalización, un reducido número de pobladores, entre capitanes y mascareros, tratan de seguir conservando, hasta cierto punto, su sentido histórico y ritual.
Después de orarle a San Miguel, los tancoy al frente de su capitán, salen a las plazas a bailar enardecidamente, pidiendo para que el próximo año estén con vida para mantener el fuego de esta histórica tradición.
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