El color de la pobreza: Ngivas, músicos que florecen como los cáctus
El pueblo ngiva borda su historia en leyendas y mitos. Mitos para explicar la falta de agua, la pobreza, la falta de oportunidades. Sin embargo, la música ha llegado a rescatar la dignidad de un pueblo que se resiste a olvidarse a sí mismo.
Texto: Samantha Páez | Periodistas de a Pie (@samantras)
Fotografías y video: Ángel Flores (@AngelDeveritas)
SAN GABRIEL CHILAC, PUEBLA.– San Juan Atzingo, la única junta auxiliar de este municipio, es un montón de casitas desperdigadas en el cerro, entre matorrales y cactáceas. Allí se puede sembrar poco, pero la naturaleza regala los dulces sabores del xonocostle, la pitaya y el chichipe.
Nada más al llegar al pueblo se ve a mujeres bordando afuera de sus casas, esperando a que los niños salgan de la escuela o mientras pasa el transporte. Aprovechan cualquier momento para plasmar en la manta, los irrepetibles patrones de colores que les exigen en Chilac.
Por una blusa bordada a mano, que en Tehuacán se venden de 250 a 400 pesos, a ellas les pagan 20 pesos.
El problema muchas veces es cobrar ese dinero. Ema Martínez Hernández, una de tantas bordadoras, dice que si la gente de Chilac ve que la persona es mayor, o que no habla español, le pagan lo que quieren o les hacen dar vueltas.
“Uno se siente rechazado, son discriminaciones porque el trabajo no vale”,dice Ema, durante una reunión de vecinos, mientras sostiene su bordado en las manos.
En Atzingo, según el Instituto Nacional de la Lengua Indígena (Inali), nueve de cada 10 personas hablan ngiva o popoloca.
Al caminar por las calles de Atzingo, llenas de tierra y piedras, se escucha el golpeteo de las máquinas de coser. Una aquí, dos allá, tres más adelante. Toda la gente se dedica al bordado, hombres y mujeres, personas viejas y jóvenes.
Los comerciantes de San Gabriel Chilac les dejan las pacas de telas impresas con los motivos prediseñados: flores, aves, ondas. Las bordadoras de Atzingo ponen la imaginación y los hilos.
Por cada pieza les pagan de 30 a 85 pesos. Si la familia se apura puede sacar de 10 a 12 prendas a la semana, que se transforman en unos 500 pesos.
Virginia Zepeda Bueno tiene 48 años y 14 de bordadora. En ese tiempo ha perdido de a poquito la vista, ahora tiene que ponerle un foco a su máquina de coser a plena luz del día.
Su hija Verónica dice que es porque el aceite de la máquina le brinca en los ojos y el esfuerzo que hace. Vero cuenta también que su mamá todo el tiempo está enferma de la garganta, la pelusa que vuela de la tela, de los hilos, se le mete al cuerpo.
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