Fantasía ditirámbica sobre la situación más aberrante
Ahí te va: piensa en una situación desagradable. Así, nefasta, inefable, aberrante, horrorosa. La situación más incómoda y escatológica que recuerdes haber vivido o que te puedas imaginar, de que la piensas y te quieres guacarear, o algo así. Noma, qué feo, pero bueno, te voy a contar yo una personal. Ahorita me cuentas la tuya y a ver si le gana (que lo dudo realmente, pero ahí te va).
Ponte que eres una niña y tienes, digamos, once años. Es Semana Santa. ¿ya? Cierra los ojos, métete en la situación. Es Semana Santa, son vacaciones de Semana Santa y estás una tarde en tu casa, sin hacer nada. Sólo está tu familia en casa: tu mamá, tu papá y tu hermanito. Ya casi es de noche y como es abril aun así hace un chiiiiingo de calor: un calor del perro. Bueno, ahora ponte que vives en una ciudad. Puede ser cualquier ciudad, excepto, quizás, una ciudad del norte de México, por razones que ahorita te voy a contar.
Entonces, una ciudad. Las ciudades, pues, generalmente se construyen alrededor de cuerpos de agua, ¿no? Eso te lo enseñan en la primaria. Pues esta ciudad en la que tú vives no es la excepción. Ésta tiene un balneario o un río como a una hora de distancia, que en realidad no es mucho. Por razones de mexicanidad y ambiente, vamos a poner que en este caso es un balneario. Esto es importante y ya vas a ver por qué. Pues bueno, ya, Semana Santa, calor, balneario cerca, ¿qué hacen? Pues la respuesta viene sola: ¡VAN AL BALNEARIO! Claro que sí. Obviamente van al balneario, ¿a dónde más se iban a ir?
Bueno, tu familia se sienta en la mesa a la hora de la cena, en la tele están pasando la decimonovena temporada de El rival más débil, la Coca o la Manzanita o la Mirinda en el centro ya va a la mitad, tu mamá apura a tu hermanito para que se coma sus tacos o sus empanadas que si no se le van a enfriar, y en eso tu papá suelta: vamos mañana al balneario. Pum. Ahí está. El primer madrazo. Y ponte que, en este caso, a ti no te gusta tanto ir a balnearios ni a esas atracciones propias de la mexicanidad pascual: el agua está toda fría y se ve como si estuviera llena de miados, tiene un olor a cloro horriiiible y aparte te deja el cabello todo tieso, te quemas de sol, hay señores medio encuerados y peludos por todas partes, la música casi siempre está culera…
Bueno, ya, equis, no pasa nada, dices que bueno, vamos al balneario y en ese momento tu jefe suelta el segundo madrazo: ¿y si invitamos a tu tío Pit? (que en realidad se llama Pedro, pero se fue al gabacho y desde que regresó anda con que quiere que lo llamen Pit). Tamadre con el tío Pit. Y es que el problema no es el tío Pit, hasta eso, él es buena onda y buena gente. El problema es su hijo: tu primo Rafa, que tiene un año menos que tú, pero está con esta onda de la WWE y se cree luchador y entonces se la pasa intentándole hacer llaves y soltarle golpes fantásticos a cada persona que puede. Ay no, dices, no quiero ir, pero tu papá te empieza a aventar un choro sobre la convivencia familiar y la mamada y total que te resignas. Al día siguiente irás al balneario con tu familia y la familia del tío Pit.
Ya va tomando forma esta situación aberrante. Bueno, que para llegar al balneario hay que levantarse temprano porque cierran a las cinco y también para que no les toque mucha gente cuando lleguen. Tu mamá te dijo antes de dormir: te paro a las seis y media, pero a las cinco de la mañana te fue a gritar y a apurar que ya eran las siete. Como puedes te levantas, toda amodorrada guardas tus cosas, te vistes, vas a la cocina y ahí te encuentras con que tu mamá está aplicando una de esas tácticas milenarias e infalibles que aplican todas y cada una de las mamás mexicanas (y me aventuraría a afirmar que todas las mamás latinoamericanas, ¡o todas las mamás del tercer mundo!): está haciendo sándwiches de viaje que envuelve en servilletas ¡y vuelve a guardar en la bolsa del pan de sándwich! Obviamente los vuelve a guardar en la bolsa del pan de sándwich, ¿dónde más los iba a guardar?, pero oh sorpresa, ¡¡¡¡¡te enteras de que les está poniendo rajas a los sándwiches!!!!! No puede seeeer, ¿cómo le va a estar poniendo esas cosas asquerosas a los sándwiches? Aparte huelen bien culero. Son así todas jediondas las rajas que ves que tu mamá le está poniendo a los sándwiches. Entonces, con toda la cautela del mundo te le acercas y le dices mamá, ¿me puedes poner uno sin rajas para mí? Está bien, te dice, te voy a poner uno sin rajas para ti. Lo voy a poner hasta arriba para que no se confunda con los demás, ¿va?, va. Qué buena gente que es tu madre, piensas, qué considerada es. Sin duda alguna se merece todo.
Ufff, listo, ya, salen a carretera, llegan y pues tratas de pasártela bien, ¿no?, ¿qué más puedes hacer? Te metes a la alberca, te subes al tobogán, nadas un rato, sudas, hueles a cloro, te vuelves a subir al tobogán, hablas y juegas un rato con otra niña que te encontraste nadando y a la que jamás le volverás a hablar ni volverás a saber nada más de ella en tu vida, a pesar de que con ella trabaste la amistad más íntima y especial que hasta ese momento de tu existencia has experimentado, te vuelves a subir al tobogán, tu primo no te está persiguiendo para obligarte a jugar con él a las luchas y sin darte cuenta estás pasándotela bien. ¡Qué bueno!, piensas, y al cabo de un rato te da hambre. Era una trampa: ahí es cuando el planeta se viene abajo.
Mamá, ¿me das mi sándwich?, le dices. Sí hija, te responde, búscalo ahí en la bolsa. La puse junto a la hielera. Vas, buscas la bolsa, agarras el sándwich que está hasta arriba porque es el tuyo, el que no tiene rajas y ¡cómo creeeeees! Al darle una primera mordida te encuentras con el vomitivo e inconfundible sabor-hedor del vinagre picante. Abres la boca, retraes la lengua e inclinas la cabeza para que el bocado caiga al suelo haciendo el menor contacto posible con cualquier parte de tu cuerpo. Ves aquel terrible pedazo de comida tirado en el césped sobre el cual está tendida la cobija que trajo tu madre para sentarse y acostarse. Le dices, casi con lágrimas de coraje en los ojos, mamá, este sándwich tiene rajas. Tu papá hace un gesto de sorpresa con los ojos. No, hijita, búscale bien. Ahí te puse un sándwich sin rajas sólo para ti. Abre el sándwich de abajo, ese ha de ser, te dice tu madre. Sacas el sándwich de abajo, tomas la servilleta, lo desenvuelves, lo abres antes de morderlo para verificar si efectivamente no tiene rajas y chaaaaa, que sí tiene rajas. No te rindes, abres el siguiente sándwich, el siguiente, el siguiente. No, mamá, todos tienen rajas, le dices con la voz quebrada del llanto. Tus ojos están llenos de lágrimas, tú estás llena de impotencia, los sándwiches están llenos de rajas.
Tu madre se acerca a verte, a abrazarte, ¿qué más puede hacer?, y en eso se acerca tu tío Pit, con quien hasta hace un momento tu papá estaba conversando. Ay, hijita, creo que yo me comí tu sándwich, te dice tu tío. Con razón, le decía a tu mamá hace rato que lo sentí medio insípido, ja, ja, ja. Intenta bromear contigo para aliviar la tensión del momento. Ven, te dice, te compro yo otro sándwich. Hace rato vi una tiendita por aquí, ahí han de vender, te dice. Tú le dices que no, que tú ya sabes que los sándwiches de ahí también tienen rajas (no lo sabes), que la vez pasada que viniste compraste un sándwich de ahí y venía con rajas (no lo hiciste). Tu tío trata de convencerte, de decirte que vayan al menos a preguntar para no estarse con la duda, que de seguro ahí venden otra cosa, para que no te quedes sin comer, hijita, anda. Pero es inútil, estás aferrada, encaprichada. No hay fuerza humana en este mundo que te haga convencerte de que cualquier comida cuya preparación no hayas supervisado tú misma estará exenta de rajas. Cualquier intento de dialogar contigo es imposible: estás haciendo berrinche. Tu tío se da por vencido y se regresa junto a tu papá. Tu mamá, cansada como está de haberse levantado ese domingo a preparar sándwiches luego de trabajar toda la semana, sólo para cumplirle su deseo a tu padre, no te hace caso. Ignora tu berrinche, pero tú quieres que ELLA te pele y te resuelva el problema, pero no te hace caso: se está permitiendo ser humana y eso te da mucho más coraje. Y en un momento te dice que te dice ya, cómete cualquier sándwich, nomás quítale las rajas. Pero no, le replicas, ¿cómo vas a hacer eso?, ¿sí sabes lo que son las rajas?, la inquieres. Esas cosas una vez que tocan algo lo impregnan todo con su fétida esencia. Es imposible que te comas otro sándwich, aunque le quites las rajas, porque aun así, cuando sientas el pan y el jamón y la mayonesa tocar tu lengua, ahí estará aquella insoportable sensación picante e incluso alguna maliciosa semilla de chile para perforarte los músculos de la mandíbula.
Quizá si le hablaras a tu mamá con calma, sin llorar, buscaría una alternativa para que te tranquilizaras y pudieras comer algo, pero no lo va a hacer. Está cansada y no le hará caso a niñas gritonas y groseras. Despectivamente, te dice que comas papas entonces, que ahí está abierto un Paketaxo amarillo que compraron, y apunta a una bolsa abierta de papas con exceso de calorías.
¿Qué más puedes hacer?, pues nada, ya, tragarte tu berrinche, ¿no?, pues ya qué. Ya perdido todo combate contra la infelicidad, te dispones a tragarte unas cuantas papas y ahí es cuando se destapa la perversísima conjura que tu primo Rafa ha estado orquestando contra ti, acaso desde hace años, décadas, para llegar hasta este día: en el momento en que metes tu mano a la bolsa del Paketaxo sientes cómo todo su interior de aluminio está lleno de gotas de agua de algún pendejo (tu primo) que metió la mano toda mojadota dentro de la bolsa. Inhalas profundo. Te rehúsas a dejarte vencer por esta peripecia. Tomas, entre tus dedos, un cheto de bolita y un sabritón, te lo metes a la boca y aaaaaaahhhhhhh. De pronto sientes en tu boca el sabor del agua clorada porque la mano mojadota de tu primo pasó a salpicar muchas de las papas de la bolsa y estas absorbieron las gotas de agua. Para eso mejor incinerar lo que queda del Paketaxo.
Es oficial: estás viviendo la situación más aberrante posible. Qué perro, perro, ¡qué perro coraje! A ver, échate tú una mejor.
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