Lázaro vete a casa
William Burroughs*
Tanteando a través de imágenes difusas en la frontera improvisada, en un territorio gris y lánguido lleno de hiatos de miasma con bostezos y babosos socavones, Lee se dio cuenta de que el joven adicto ahí parado en su habitación a las diez de la mañana había regresado de Córcega luego de dos meses practicando buceo a pulmón y limpiándose de drogas…
Anda aquí para presumir su cuerpo renovado, pensó Lee con un escalofrío de amanecer crudo de drogas. Sabía que estaba viendo — ah sí Miguel gracias — desde hacía tres meces sentado en el Metropole estando ya bien grifo ante un éclair rancio y amarillento que dos horas más tarde envenenaría a un gato, y decidió que el esfuerzo que implicaba atender a Miguel ya dadas las diez de la mañana era suficiente sin el intolerable fastidio de corregir un error («¿qué es esto una pinche granja?») lo cual también supondría meter la figura actual de Miguel en zonas atascadas como si fuera una gigantesca y estorbosa masa animal que no cabe en una maleta.
—Te ves maravilloso — dijo Lee, borrando los rasgos más evidentes de su disgusto con una servilleta percudida e indiferente, mientras percibía las trazas grises de la droga en el rostro de Miguel y estudiaba los surcos de la miseria como si el hombre y sus prendas hubieran estado vagando durante años entre los callejones traseros del tiempo sin una sola estación en la cual reposar…
Además, para cuando pueda corregir el error… Lázaro vete a casa… Págale a El Hombre y vete a casa… ¿Yo para qué quiero ver tu vieja carne prestada?
—Bueno es genial ver que andas limpio… Eres un maestro de verdad — Miguel nadaba por toda la habitación y atrapaba peces con la mano…
—Cuando estás allá abajo ni te acuerdas de la chiva.
—Te conviene más estarte así — dijo Lee, acariciando con ojos de ensueño la cicatriz de una aguja en el dorso de la mano de Miguel, siguiendo las espirales y los surcos de la carne blanda y púrpura con un lento movimiento serpenteante…
Miguel se rascó el dorso de la mano… Miró por la ventana… Su cuerpo se estremecía con pequeñas sacudidas galvánicas a medida que los canales de la droga se encendían… Lee estaba ahí sentado esperando. — Nadie recae por una esnifada, chico.
—Sé lo que estoy haciendo.
Siempre lo saben.
Miguel tomó la lima de uñas.
Lee cerró los ojos: Es tan agotador.
—Emm gracias estuvo rico — los pantalones de Miguel se le cayeron hasta los tobillos. Se quedó ahí parado bajo su cobertura de carne informe que pasaba de café a verde a transparente a la luz del día y que caía goteando al suelo como si fueran mocos.
Los ojos de Lee se movían por la materia de su rostro… un leve destello frío, gris… —Limpia eso — dijo — . Ya hay demasiada mugre aquí.
—Sí emm claro — Miguel tanteó con un recogedor.
Lee alejó la bolsita de heroína.
Lee vivía en un estado de tercer día de abstinencia permanente con, claro que sí, ciertos emm intervalos para alimentar los fuegos que consumían la gelatina amarilla-rosa-café de su materia y para mantener lejos la carne acechante. Al principio su carne era simplemente blanda, tan blanda que bastaba una partícula de polvo, una corriente de aire o el roce de un abrigo para abrirla hasta el hueso mientras que no parecía incomodarle para nada el contacto con puertas y sillas. No había herida que cicatrizara en su carne blanda y vacilante… Largos tentáculos blancos de hongos se enroscaban en los huesos descubiertos. Un olor a hongo de testículos atrofiados envolvía su cuerpo en una niebla esponjosa y gris…
Cuando le llegó su primera infección grave el termómetro hirviente disparó una bala de mercurio que atravesó el cráneo de la enfermera y esta calló muerta con un grito desgarrador. El doctor echó un vistazo y cerró de golpe las puertas de acero de la supervivencia. Ordenó que tanto la cama ardiente como su ocupante fueran expulsados de inmediato de las instalaciones del hospital.
—Seguro que puede hacer su propia penicilina — rugió el doctor, pero la infección calcinó hasta el hongo… Lee vivía ahora en un estado de transparencia variable… No era exactamente invisible más bien era difícil de ver. Su presencia no llamaba mucho la atención… La gente asumió que era un espectro o lo descartó como un espejismo o una sombra:
—Algo así como un juego de luces o un anuncio de neón.
Lee ya sentía los primeros temblores sísmicos de la Vieja Amiga la Quemadura Fría. Empujó al espíritu de Miguel hacia la entrada con un tentáculo gentil pero firme.
—¡Jesucristo! — dijo Miguel — . Me tengo que ir — y salió corriendo.
Del incandescente núcleo de Lee brotaron llamaradas de histamina rosa y cubrieron su periferia descarnada. (La habitación era a prueba de fuego, los muros de acero ampollado y salpicados de cráteres lunares). Se metió un arponazo profundo y saboteó su régimen.
Decidió visitar a un colega, NG Joe, quien se enganchó durante un ataque de bang-utot en Honolulu.
(Nota: Bang-utot, literalmente «intentar levantarse y gemir…». La muerte ocurre en el transcurso de una pesadilla… Esta condición se da entre varones originarios del sureste asiático… En Manila se registran alrededor de doce casos de muerte por bang-utot cada año.
Las víctimas a menudo saben que van a morir y expresan el temor de que su pene penetre dentro de sus propios cuerpos y los mate. En algunos casos se aferran a sus penes en un estado de histeria y gritan pidiendo ayuda para que el pene no se les escape de las manos y les atraviese el cuerpo. Las erecciones, como las que normalmente ocurren durante el sueño, son consideradas especialmente peligrosas y susceptibles de provocar un ataque mortal… Un hombre ideó un aparato a lo Rube Goldberg para prevenir las erecciones durante el sueño, pero murió de bang-utot.
Autopsias cuidadosas de víctimas de bang-utot no han revelado ninguna causa natural para las muertes. A menudo hay marcas de estrangulamiento [¿qué las causa?]; a veces hay ligeras hemorroides en el páncreas y los pulmones, pero no lo suficientes como para provocar la muerte y su origen también es desconocido. El autor considera que la causa de la muerte puede ser un desplazamiento de la energía sexual que provoca la erección de los pulmones con el consecuente estrangulamiento… Un hombre que logró recuperarse afirmó que «un hombrecito» sentado en su pecho lo asfixiaba.
[Véase el artículo del Dr. Nils Larsen: «Los hombres del sueño mortal», publicado el 3 de diciembre de 1955 en el Saturday Evening Post. También el artículo escrito por Earle Stanley Gardener para la revista True]).
NG vivía con el miedo constante a tener una erección por lo que su hábito creció y creció. (Nota: es un hecho fastidioso y bien conocido, es un hecho evidentemente tedioso y repetido hasta el cansancio, que quien sea que se enganche a causa de una enfermedad cualquiera, se verá obsequiado, durante los períodos de escasez o abstinencia [ya sabes esa cosa tan divertida] con una cuenta flagrantemente hinchada, geométricamente progresiva y proliferante).
Un electrodo conectado a su testículo dio un leve chispazo y NG se despertó por el olor a carne chamuscada y estiró el brazo para alcanzar una jeringa cargada. Se enroscó en posición fetal y deslizó la aguja por su columna vertebral. Se sacó la aguja con un pequeño suspiro de placer y se dio cuenta de que Lee estaba en la habitación. Una larga babosa salió deslizándose fuera del ojo derecho de Lee y escribió en la pared con un fluido iridiscente: «El Marinero está en la Ciudad comprando todo el TIEMPO».
Estoy esperando delante de una farmacia a que abra a las nueve en punto. Dos chicos árabes ruedan botes de basura hasta una puerta de madera alta y pesada en una pared encalada. Polvo frente a la puerta salpicada de orina. Uno de los chicos se inclina para arrastrar los pesados botes de basura, los pantalones remarcan su culo esbelto y joven. Él me mira con la mirada neutra y apacible de un animal. Me despierto de golpe como si el muchacho fuera real y me hubiera perdido la cita que tenía con él para esta tarde.
—Esperamos compensaciones adicionales — dice el inspector en una entrevista con Este Su Reportero — . De lo contrario, habrá — el inspector eleva una pierna con un típico gesto nórdico — una descompresión, ¿no? Aunque quizás podamos proveer la cámara de descompresión adecuada.
El inspector se baja el cierre y comienza a buscarse ladillas mientras se aplica un ungüento que lleva en un tarrito de barro. Claramente la entrevista ha terminado. — ¿Todavía no se marcha usted? — exclama — . Bueno, como dijo un juez a otro: «Sé justo, y si no puedes ser justo, sé arbitrario». Lamento no poder atender las obscenidades habituales — levanta la mano derecha embarrada de un apestoso ungüento amarillo.
Su Reportero se apresura a estrechar su mano pegajosa entre sus dos manos. — Ha sido un placer, Inspector, un placer indescriptible — dice quitándose los guantes, haciéndolos bola y arrojándolos a un cesto de basura — . A la cuenta de la empresa — sonríe.
*Esta es una traducción mía del octavo capítulo de la novela Naked Lunch, publicada por William Burroughs en 1959, que lleva por título lazarus go home.
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