Comandante Arturo
— Al chile a mí no me da miedo funarlo ni me pesa hablar mierda de él ahorita. Él sabe que hablo mal de él y hasta se lo he dicho cuando me lo he topado en Polakas. Le digo “Arturo, eres un pendejo”. Y el wey nomás se queda callado, viéndome como baboso.
— No mames, Alejandro. ¿Neta se lo dices así?
— Simón, wey. Él sabe que me caga por todo lo que pasó después del CCH, de ese paro, y luego el desmadre que se armó con Valentina.
— Sí, wey, ni me digas. Luego cuando uno se pone a ver qué pedo con su onda con Valentina, la neta es que sí está bien erizo, wey. O sea, el carnal ya estaba peludo para entonces. Esas mamadas se las pasas a alguien que tuviera ¿qué? 15,16 años. 17 cuando mucho, pero no mames el Arturo ya estaba a punto de entrar a la universidad y hasta se había quedado un cuarto año el idiota.
La neta es que todos, o la mayoría de nosotros, pensábamos igual que Alejandro en ese momento y recordábamos aquellos años frenéticos con la misma hilaridad con la que Sandra lanzaba sus preguntas y risas.
Éramos los compas del “cubo”. En el CCH había cinco cubos, cada uno más jediondo que el anterior: el cubo de los alumnos de la dirección, en donde tenían hasta una cafetera, microondas y juegos de mesa; el cubo feminista y separatista, también conocido como “La salona”; el cubo de los rojos de CUPOME, en donde escuchaban canciones comunistas de la guerra civil española y absolutamente nada más; el cubo de los rojos de la AJA, el nuestro; y el cubo de los anarquistas, que de anarquistas tenían poco y de mafiosos tenían bastante (no le digan a nadie, pero algunos de ellos terminaron en el bote por robo de mobiliario de la escuela y otros tantos trabajaban para los directivos poniéndole el dedo a estudiantes que pudieran causarles problemas).
El cubo de la Agrupación Juvenil Anticapitalista del CCH Sur fue nuestra casa del árbol durante los truculentos meses de septiembre de 2018 a mayo de 2019. Quizá ninguno de nosotros se hubiera conocido entre sí de no haber sido por ese pobre chico de Azcapotzalco al que apuñalaron enfrente de Rectoría durante una protesta. Fue por las movilizaciones, marchas, actividades y asambleas que sucedieron a aquella tragedia que jugamos a hacer la revolución por unos cuantos meses y entablamos una amistad de años.
Nos conocimos en las primeras asambleas estudiantiles que se organizaron en septiembre, quizás porque éramos los más chismosos o los que no querían perderse de nada o los que no les paraba la boca, pero lo más probable es que fuera porque ninguno de nosotros tenía nada mejor qué hacer. Yo llegué con Tania, quien estuvo ahí conmigo unos días, pero que luego se salió porque no muy le latió el ambiente de la raza, demasiado pandrosa para ella. Ahí nos conocimos Sandra, Alejandro, Emma, Bety, Tlahuiz, Eneas, Memo, Felipe, Majo, Mafer, Beto, Elizabeth y mucha más banda. Para ese entonces Valentina y Arturo todavía no estaban en nuestro imaginario (en una de esas ni siquiera habían nacido). Fueron varias asambleas y también varias fiestas las que nos aguardaban en aquellos meses. Habrá sido porque la mayoría de nosotros acababa de cumplir 18 y teníamos ganas de comernos al mundo, la razón por la que nuestra carta de presentación pronto se convirtió en algo similar a esto:
Entre blackouts y flashazos, aquellos días son en nuestra memoria más una anécdota chistosa que algo que fuéramos a recordar con seriedad y solemnidad. Al poco tiempo Alejandro y Emma comenzarían a andar, Mafer y Sandra se harían grandes amigas, Majo también iniciaría una relación con Beto, y Tlahuiz, Bety y Eeneas se volverían el trío dinámico. Para entonces todavía no teníamos idea de que, años después, Elizabeth y Majo terminarían denunciando a Beto por abuso sexual, que Alejandro y Emma celebrarían una boda, que Eneas terminaría haciéndose morenista, que Memo desaparecería de la faz de la tierra, que Mafer y Sandra protagonizarían una especie de divorcio que fragmentaría al grupo natural y permanentemente y que el cubo sería consumido por las llamas de un incendio provocado un año después.
Si cierro los ojos, todavía puedo recordar sus paredes azules, su pequeña biblioteca, la bocina con los cables y controles de audio para las asambleas, las sillas apiladas, los baúles llenos de mantas y brochas y pintura y una leyenda que decía “Ábrase en caso de protesta”. La puerta era roja con una hoz y un martillo pintados en el centro, de color amarillo, encima de los nombres de Trotski y Lenin; las ventanas estaban tapizadas con fotos de Lucio Cabañas, Camilo Cienfuegos, Genaro Vázquez, El “Ché” Guevara, Mao Tse-Tung y otros personajes que admirábamos. Había una cama pulgosa de petate y jerga verde, para aquellas personas cuya somnolencia fuera mayor que su temor a Dios, y un sillón azul de los años en los que se fundó la escuela, sobre el cual nos dimos cuenta de que en los planteles de la UNAM sí hay recreo y puede durar hasta seis horas si uno se lo propone.
El tiempo nos pasó. Yo salí ese año, pero la mayoría de los compas se quedaron un año más a estudiar su posgrado de CCH. Ignorábamos en ese momento la tragedia que culminaría con el incendio del cubo, el saqueo de los salones, la destrucción de la oficina jurídica y una pandemia que mantendría la escuela cerrada dos años y durante la cual varios de los anarcos terminarían en el tambo.
Arturo llegó al cubo en 2019. Su padre, nos contaba, había sido militante del Partido Comunista Mexicano, y parecía contento de que su hijo también jugara a hacer la revolución en la prepa. Quesque había leído a Marx, a Mao, a Althusser y las historias de las revoluciones del mundo (para cuando reescribo este relato, mi carnal Uriel, padre ideológico de Arturo, me informa que éste, en sus palabras, “no había leído ni el misal”). No había leído a una sola mujer en su vida, pero eso no era un impedimento para él a la hora de tirarle el rollo a las morritas de 15 años que acababan de entrar a su primer semestre.
Se ganó el respeto de algunas personas, sobre todo después de la asamblea de febrero de 2020, en la cual Mafer fue moderadora y el CCH votó por irse a paro indefinido. Arturo coordinó el cierre de los salones, armó las comisiones, entró, escoltado, a la dirección a pedir las llaves de la escuela y se quedó a pasar esa noche en el plantel para que el paro iniciara con un “acto de resistencia proletaria” (lo que sea que eso signifique). Al día siguiente consiguió abrir uno de los salones, pintó la puerta de color rojo y fundó un nuevo cubo (el cubo de CUPOME). Luego de aquello, algunos comenzaron a apodarlo Comandante Arturo o “Ché” Arturo.
— ¿Y cómo conociste a Valentina?
— Ese día del paro en el que se armó un desmadre con los papás y los alumnos de la dirección que llegaron a querer entrar a la escuela por la fuerza, ¿te acuerdas?
— Simón, no mames. Ese día estuvo bien cabrón. Hasta se armaron los madrazos con algunos papás y unos pinches porros que llegaron a querer pegarnos, ¿no? Hasta barricada hicimos.
— Ah, pues ese día no se podía pasar por las salidas principales porque te podían madrear. Varios que estábamos ahí nos tuvimos que saltar la barda de la cancha y salir hacia el Botánico, porque no había de otra. Ahí estábamos la Mafer, el Eneas, las gemelas Gordillo y el Uriel. Ahí fue cuando conocí a la Valentina, que también estaba tratando de salir de la escuela.
— Noma, ¿neta?
— Asies. Ahí me dijeron: “Wey, esa es la novia del Arturo.”
— ¿Y Arturo ahí dónde estaba?
— Quesque hablando con los papás y algunos alumnos, tratando de calmar la situación. Total, que me le acerco, nos presentamos y que la veo muy chavita, tons le pregunto que qué edad tiene y ¡madres!, que me dice que acaba de cumplir 15.
— ¡Veeeerga, wey! ¿Cómo crees?
— Neta, wey, te lo juro.
— ¿Y qué edad tenía el pinche Arturo?
— Pues mira, en ese entonces yo tenía 19 y el wey es un año mayor que yo, y en ese momento él estaba cursando su cuarto año, así que le calculo que habrá tenido unos 20, 21.
— Pásate de lanza, cabrón. Y todavía iba a vivir ese dramón con la Valentina.
El susodicho “dramón” ocurrió hacia finales de 2020 (¿por qué los dramones ocurren siempre a fin de año?), ya cuando el paro se había dado por perdido, los alumnos que originalmente lo habían organizado (incluyendo a Arturo) habían abandonado la escuela a su suerte y nada más los “anarcos” se quedaron a vivir un tiempo más ahí, tiempo en el que robaron materiales, asaltaron oficinas, destruyeron salones e incendiaron nuestro cubo. Poco podía hacer el resto de la comunidad estudiantil al respecto, porque, en aquellos días, en todo el país se había decretado un confinamiento obligatorio debido a la presencia de un nuevo virus extraño proveniente de Asia.
Valentina, afortunadamente, se dio cuenta de la persona celosa que era Bruno, quien no la dejaba vivir su adolescencia en paz. Como realmente no se podían ver, la ruptura fue por mensaje y en relativa tranquilidad, salvo por Arturo, quien le estuvo mandando mensajes y llamando entre lágrimas durante dos meses después de haber terminado, y Valentina no hacía nada porque no tenía corazón para dejar botado a su muchachito de veintitantos. Finalmente, luego de recibir bastante apoyo de Mafer, Sandra y Esteban, decidió bloquearlo.
Una semana después, Arturo publicó fotos con su nueva novia, de la cual decía estar perdidamente enamorado. Actualmente es militante de Morena. Valentina, por su parte, acaba de entrar a estudiar Sociología a la facultad de Ciencias Políticas.
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