Periférico sur
I
Soy un gato. Estoy muerto.
Mejor, entonces, decir que era un gato.
Mi cuerpo está ya frío.
Cuerpo de gato soy.
Mis órganos no sirven.
Ya no se mueven, ya nada trabaja.
Apenas hace poco, mucho dentro de mí aún oscilaba,
respiraba. Mis pequeños pulmones se crecían,
se llenaban de aire y luego nada.
Aire salía por mis fosas nasales, corría por mis bigotes
e iba a chocar con alguna contra el asfalto duro.
Pasa que soy un gato de la calle.
Pasa que era un gato de la calle.
Estoy muerto encima de una banqueta
(la banqueta de un puente).
Debajo de mí: un paso a desnivel.
A ocho metros de mi cuerpo frío, pasan los carros exhalando humo
(no saben que estoy muerto).
Avanzan y lo ignoran:
ocho metros arriba murió un gato,
diecinueve centímetros de largo (era un gato chiquito).
Soy ahora simplemente
algo que quizás alguien reconozca
como el cuerpo de un gato que solía estar vivo.
II
En posición horizontal, mi cuerpo rígido borbotea.
Mi interior sigue húmedo, aún tengo sangre adentro
dos pequeños riñones, un corazón minúsculo,
metro y medio de intestino,
un hígado, un tumor, mi calavera,
dos cuencas para ojos (sólo hay uno).
Todo esto estaba vivo. No es que deje de estarlo,
solamente es que ya no soy mi cuerpo.
No soy ya autoridad en este templo.
Ya soy sólo mazmorra de ocupantes
pequeños, de pequeñas biologías,
que hacen su sociedad en mis entrañas.
A puerta de mi estómago aún se encuentran
huesos y carne de un roedor doliente
(se dice que él también estaba vivo,
que se encontró a la muerte
en la mojada boca de un felino.
Yo la encontré entre el humo y el asfalto).
III
Mi madre me parió ignorada del mundo
lejos de aquí, de donde estoy tirado.
En la esquina alfombrada de un cine abandonado vine al mundo:
mucho más pequeñito que este día,
todavía con dos ojos
y otras dos almas que me acompañaron.
Dios me besó al comienzo de mi vida.
Lo que pasó después nadie lo sabe.
Nadie me percibió hasta que ahora mismo
una muchacha quiebra el rostro al verme
y se sigue de largo.
IV
Despierto y no despierto,
estoy que me voy y no puedo irme,
me desconecto a ratos:
todo a mi alrededor pasa de mi muerte.
Siento ojos que me miran
como si nunca hubiera respirado.
Frente a mí una figura de amarillo,
en plena madrugada,
polvo blanco arrojó a mi pelo negro.
Obscuridad de nuevo.
Pasa una vez más la muchacha triste
(la única que percibe este universo).
Pasa tres veces más en los días que vienen.
Ni una sola vez me despegó los ojos:
no se atrevió a ignorar la vida que se acaba.
La dignidad le es costumbre.
Ser mirado por ella fue para mí ritual suficiente
para un día ya no aparecer en su camino
y despedirme de ustedes para siempre.
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