El valor de la cultura: primer encuentro de mujeres costureras rarámuri

El valor de la cultura: primer encuentro de mujeres costureras rarámuri.
Fotografías por Raúl Fernando Pérez Lira

El traje tradicional de las mujeres rarámuri varía de región en región, pero también de persona en persona. En un contexto de mercantilización de la vestimenta, las costureras rarámuri compartieron sus experiencias personales y colectivas.

Texto y fotografías por Raúl Fernando Pérez Lira en Raíchali

Traducción por Carlos Andrés Fierro

Más de cincuenta mujeres rarámuri de distintas comunidades de la Sierra Tarahumara y la capital de Chihuahua se reunieron en Creel para el primer Encuentro de Mujeres Costureras Rarámuri —Umukí Ralámuli Súami Napawíala— entre el 10 y 12 de junio de 2022.

Durante tres días, las costureras y artesanas asistieron a talleres de calidad, creatividad y valorización de sus prendas tradicionales, así como a pláticas sobre la historia de la vestimenta rarámuri y apropiación cultural, impartidas por talleristas rarámuri y mestizas en el Centro de Estudios Ichiméame, en parte gracias a un recurso económico de la Embajada de Nueva Zelandia en México y el apoyo de Artesanías Misión en Creel.

La idea de este encuentro surgió de pláticas entre compañeras de Mukí sumi (mujer costurera) y Semati tewé (niña bonita) —colectivos de costureras rarámuri de Creel y Mogótavo, respectivamente— para hablar con otras mujeres sobre sus experiencias en la producción y venta de prendas tradicionales, por lo que invitaron a costureras de colectivos como Kusá (águila), Bikíya soporí (tres estrellas), Bowé Najativo (Permanezcamos en el camino) y Kari rarámuri (Casa rarámuri), así como otras que trabajan de manera independiente.

“A las chicas de Mukí sumi les gusta trabajar entre ellas pero también se cuestionan sobre qué están haciendo en otro lado, quién está haciendo prendas, cómo lo están vendiendo y cómo ponerles precio”, explicó Perla Silvestre, quien trabaja para la comunidad de Mogótavo a través de su asociación civil Awé Tibúame. “A veces quisieran venderlo más caro y de pronto piensan que los clientes o las personas que los compran siempre les piden que sea de un valor menor”.

El valor de la cultura rarámuri

Por eso uno de los talleres, impartido por Maddalen Gil López de Lacalle —de origen vasco— fue sobre calcular el precio de las prendas tomando en cuenta materiales y tiempo de producción, pero también del valor de la cultura rarámuri y un margen para que las costureras puedan mejorar su calidad de vida.

Las mujeres compartieron qué es lo que las hace sentir rarámuri, como su idioma, su vestimenta, sus fiestas, su gastronomía, su conocimiento sobre la agricultura y las plantas, y discutieron cómo eso también es parte del valor de la cultura, un valor a veces menospreciado cuando se les regatean sus productos.

“Ya me acabé la vista y sigo haciendo artesanías, entonces creo que es importante sacar el precio y costo a cierta edad, para ir haciendo el colchoncito el día que te enfermes, porque ¿quién va a cubrir esos gastos el día que ya no pueda trabajar?” dijo Teresa Villalobos, artesana de San Ignacio de Arareco, dirigiéndose a sus compañeras.

Otro de los talleres fue “Calidad, tallas y medidas en las prendas tradicionales”, impartido por Virginia Nevárez, una costurera de San Ignacio de Arareco quien colabora con Semati tewé y tiene su propia línea de ropa llamada Diseños Arewá.

Con la experiencia que le respalda, Virginia explicó que las prendas que ella hace para ella son diferentes que las que hace para la gente mestiza, pues la forma en que las usan es distinta por cuestiones culturales y de costumbre.

Entre las actividades que dirigió en su taller, por equipos las costureras tuvieron que realizar una napacha o blusa tradicional rarámuri de papel crepé (o “tela fina”, como le llamaban entre risas) en media hora.

“El fin del taller es que vean cómo conceptúan su blusa, dependiendo de cada parte de donde vienen, porque algunas ya tienen experiencia en cómo lo hacen para la venta”, dijo Virginia en entrevista. “Primero es el compartir, ya después van a presentar lo que hicieron, qué dificultades tuvieron y qué de lo que hicieron no lo sabían o no lo hacían así”.

Las costureras que acudieron al encuentro son originarias de distintos lugares en la Sierra Tarahumara o del resto del estado. Algunas viven en Creel o en comunidades cercanas como San Ignacio de Arareco, Bosques de San Elías Repechique o Gonogochi; otras llegaron desde comunidades más lejanas como Cusárare, Mogótavo o Norogachi; otras, de comunidades rarámuri urbanas como El Oasis, en la ciudad de Chihuahua.

“En este taller me gustó mucho que pudiéramos compartir todas y aprender de todas, cada una de las técnicas que cada uno utiliza y sobre todo divertirnos”, agregó Virginia.

Aunque hay prendas que se comparten entre los diferentes pueblos y comunidades rarámuri, cada uno tiene sus propios estilos, detalles, acabados y formas de elaborar su vestimenta. En cada equipo había personas provenientes de diferentes regiones, por lo que tuvieron que discutir qué estilo de prenda iban a realizar y cómo iban a tomar las medidas para terminar a tiempo.

Al final del segundo día, las costureras escucharon una plática sobre apropiación cultural que dio Estela Ivonné, del portal de internet Hilando Historias. Luego, la dramaturga Alejandra Garduño presentó tres obras de teatro al estilo japonés Kamishibai, dirigidas especialmente a los niños y las niñas de las mujeres del encuentro.

La moda rarámuri a través de los años

El taller de creatividad fue impartido por Ana Abellán, diseñadora gráfica originaria de Creel, quien ha estudiado la historia de la mercantilización de las artesanías rarámuri. Explicó cómo viajeros y comerciantes mestizos —chabochis— se llevaban objetos cotidianos, como cucharas y ollas de barro, para vender a museos y coleccionistas.

Conforme pasó el tiempo y creció el turismo en la Sierra Tarahumara, también las personas artesanas cambiaron sus productos para hacerlos más atractivos a los ojos extranjeros. Las artesanas compartieron, por ejemplo, cómo han visto que las famosas canastas rarámuri —llamadas ware— han evolucionado desde lo más utilitario hacia lo decorativo para venderlas más fácilmente.

“Este es el traje tradicional de la alta, me lo hizo mi tía” explicó en entrevista María Teresa Ramírez Vega del colectivo de costureras Bikiyá Soporí, que significa “tres estrellas” en rarámuri. “Los triángulos significan las montañas de la Sierra Tarahumara y el bies son los caminos que dejamos. Como nosotros somos de acostumbrar a caminar, siempre dejamos huellas y caminos en toda la sierra”.

Pero la antropóloga lingüista rarámuri Flor Morales, también conocida como Sewá, al inicio del encuentro explicó que también la vestimenta rarámuri se ha transformado con la introducción de nuevas técnicas, materiales y modas en las comunidades.

En un principio la vestimenta estaba hecha a base de fibras de maguey. Después de la colonización europea y la introducción de animales domésticos, la gente rarámuri aprendió a hacer su ropa con la lana de los borregos que cuidaban.

Tarahumaras en Tuaripa (Chihuahua, 1892). Fotografía de Carl S. Lumholtz.

“Después pasaron a la compra de tela blancas que los mestizos trajeron”, explicó Sewá en entrevista, “solo se vestían de blanco sin ponerle nada, sin picos ni nada, sólo la tela blanca”.

Luego llegó la tela roja, que también se hizo muy popular y algunas mujeres comenzaron a combinar los colores y a coser de distintas formas.

“Luego llegaron mujeres mestizas a vender telas de las que hay ahora, como la popelina, de las que tienen telas con flores o lo que sea y así fueron comprando. Ahora cosen de distinta manera, a algunas les gusta sin flores y a otras con flores”, agregó Sewá.

Al final del encuentro las costureras y asistentes se reunieron para compartir sus aprendizajes y sentires durante los tres días de intercambio. Hubo agradecimientos hacia sus compañeras, pero también a las talleristas. En un espacio donde casi todas las personas eran de origen rarámuri, dijeron, se sintieron en confianza

“Admiro a todas mis compañeras que vinieron de lejos porque se ve que sí hay interés y ganas de aprender”, dijo Sofía Fierro, originaria de Sojáwachi, “y que vayan y enseñen a sus casas y comunidades todo esto que aprendimos, porque es muy importante que se entere la gente de su cultura, que no lo pierdan y que sigan trabajando con eso y hablarlo y expresarlo”.

Este reportaje fue realizado gracias al apoyo de la Embajada de Nueva Zelandia en México.

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