Luis Villoro, plural…
Por Raúl Trejo Villalobos
Villoro, Luis; En México, entre libros. Pensadores del siglo XX. FCE, México, 1995
De Los grandes momentos del indigenismo a Vislumbres de lo otro, pasando por Creer, saber y conocer y El concepto de la ideología y otros ensayos, se puede constatar la pluralidad de temas en los que se ocupó Luis Villoro: las culturas indígenas, la epistemología, la filosofía de la religión y la filosofía política, por solo citar algunos. Este pluralismo, sin embargo, se amplia y se concentra a la vez en un libro: En México, entre libros: pensadores del siglo XX, de 1995. Se amplia, en el sentido que toca temas de historia, estética, antropología, literatura, política, etcétera; y, se concentra, en el sentido que reúne una serie de ensayos y textos, escritos y publicados entre 1955 y 1993, sobre libros y pensadores del siglo XX mexicano, como lo indica el subtítulo. Algo más que un conjunto de simples reseñas, es decir, meras descripciones de los contenidos, en los catorce textos que constituyen el libro, Villoro aventura el diálogo, la crítica y puntos de vista propios sobre algunos asuntos, razón por la cual, al mismo tiempo, dejan de ser estudios amplios o con un tratamiento detenido y exhaustivo.
En cuanto al arco del tiempo en que fueron escritos originalmente, no está demás advertir ciertos rasgos de la biografía, un autoretrato vivo –por decirlo de alguna manera–, y la trayectoria filosófica de nuestro autor.
Estudioso y conocedor de la fenomenología, como lo muestra su libro Estudios sobre Husserl, Villoro prologa el tomo VII de las Obras Completas de Antonio Caso, en donde, además de referir los libros contenidos en éste, analiza, examina, valora y critica la recepción de dicha corriente filosófica en el primer filósofo profesional en México durante el siglo XX. Valora, por ejemplo, el hecho de que Antonio Caso haya sido uno de los primeros en estudiar y exponer la filosofía de Husserl, pero critica que haya confundido la intuición bergsoniana con la intuición –intelectualista- husserliana.
Como miembro de Hiperión que fue, grupo de jóvenes filósofos que se plantearon el proyecto de una filosofía de lo mexicano entre finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, Villoro escribe la introducción a la reedición del principal libro de su compañero Emilio Uranga: El análisis del ser del mexicano. Sin dejar de reconocer a Uranga como una de las mentes más lúcidas del grupo y sin dejar de lado la discusión de éste con Gaos sobre lo óntico o lo ontológico, Villoro plantea la idea de que más que una ontología, lo que propuso Uranga tiene que ver con una filosofía de la cultura.
Como miembro de Crítica, grupo compuesto por Fernando Salmerón, Alejandro Rossi y el mismo Villoro que se propuso hacer una filosofía más profesional y científica hacia 1967, escribe sobre El manual del distraído, libro en el que, reseña Villoro, su autor regresa a la literatura como otro modo de hacer filosofía. Después de plantear una semejanza de actitudes entre Rossi y Solón, Villoro especifica que sólo se detiene en una serie de textos en donde la distracción tiene el sello inconfundible de la actitud filosófica.
En los trabajos referidos a Leopoldo Zea y a Adolfo Sánchez Vázquez, Villoro prolonga dos polémicas: la primera, sobre la autenticidad de la filosofía latinoamericana; y, la segunda, sobre el concepto de la ideología, tema tratado ampliamente en un libro anterior y que lleva un título homónimo.
Como autor de Los grandes momentos del indigenismo en México, Villoro escribe sobre el libro Consideraciones sobre el problema indígena, de Manuel Gamio. Como alumno de José Gaos, Villoro no duda en considerar la presencia del transterrado español como un punto de referencia en la profesionalización en la historia de la filosofía en México y posteriormente refiere que los libros en que se plasma su filosofía de manera más acabada son: De la filosofía y Del hombre.
Volviendo al ámbito literario, hay otros dos textos: uno, sobre Sor Juana Inés de la Cruz, de Octavio Paz; y, otro, sobre el conocimiento literario, en donde habla sobre Antonio Alatorre. En el primero de éstos, después de referir las múltiples asuntos que aborda el libro de Paz, Villoro ve una oportunidad para ampliar su reflexión sobre la noción de “Figura de mundo”, trabajada ampliamente en otro libro: El pensamiento moderno. En el segundo, Discurso de bienvenida a Alatorre al Colegio Nacional, el filósofo aprovecha para confirmar algunas tesis planteadas respecto a las diferencias que hay entre “conocer” y “saber”. “Conocemos objetos o personas, sabemos que los objetos tienen ciertas propiedades, pero no sabemos objetos ni sabemos personas”, dice.
En lo que toca al ámbito de la historia, nuestro autor reseña Coatlicue: estética del arte indígena antiguo, de Justino Fernández; y, País de un solo hombre: el México de Santa Anna, de Enrique González Pedrero. En el primero, el tema de la historia se especifica en el terreno del arte y destaca del autor su postura crítica ante la belleza formal, pura y absoluta: “Creemos que la importancia capital –dice- de este ensayo consiste en llevar hasta sus últimas consecuencias en el terreno de la estética la actitud historicista”. En el segundo, después de plantear una de las tareas de la historia como disciplina y de clasificarlas entre explicativas y comprensivas, considera que la de González Pedrero se ubica en las segundas. Una de las ideas centrales, dice Villoro, es revisar a Santa Anna, pero desde la idea según la cual de la Independencia hasta la Restauración, reina la política pero no hay Estado. Estos dos textos, desde nuestra perspectiva, tienen relación con el ensayo contenido en el libro colectivo Historia ¿para qué?, por un lado; y, por otro, con El proceso ideológico de la Revolución de Independencia.
Conocimiento, sociedad y realidad, libro de León Olivé, y Las redes imaginarias del poder político, de Roger Bartra, son los dos últimos libros a los que les dedica algunas reflexiones. Después de reconocer que ambos libros contienen y exponen varias problemáticas, Luis Villoro señala cuáles son en específico los que le interesan: la relación entre objetividad, verdad y racionalidad, en el primero; y, las vías imaginarias del poder en el Estado capitalista y el totalitarismo en los Estados de <<transición al socialismo>>, en el segundo.
Distinto a todos los textos anteriores es el primero: “La cultura mexicana de 1910 a 1960”. En éste, justifica no detenerse en personas u obras en particular, pues se trata de exponer el boceto de un paisaje, “sus líneas de fuerza y la distribución de las masas de color que componen un cuadro”. Los cincuenta años de cultura que retrata Villoro, lo divide en etapas: de 1910 a mediados de los treinta, el primero; y de los años treinta hasta 1960, la segunda. Así, pasa revista a la música, la novela, la poesía, la filosofía, la pintura y la filosofía para caracterizarla como sensorial, estetizante y humanista. Dentro de esta misma etapa no deja de señalar la apertura de la inteligencia hacía el indigenismo y el hispanoamericanismo, como parte de la búsqueda del origen. Tras un breve periodo de transición, Villoro considera a los cuarenta como la década en la que las conmociones de la Revolución han pasado e inicia el desarrollo del industrialismo y, con ello, de una nueva burguesía. Entre los treinta y los cuarenta, a diferencia de la etapa anterior, aparece una cultura más subjetiva y depurada, acompañada de cierto escepticismo. Escrito en 1960, Villoro considera esos años como el fin de esa etapa, como años de crisis –una crisis que no es propia de México, sino de occidente, especifica–, de cambios. “¿Cuáles serían las razones del cambio?”, se pregunta Villoro. Ofrece dos: un nacionalismo que fue el inicio hacia una universalización y una progresiva independencia de los artistas e intelectuales con respecto a la burocracia, lo cual permitía la especialización y la profesionalización.
Hablamos en un principio de la pluralidad de temas abordados por Villoro. Esta pluralidad no la debemos entender en un sentido trivial o superficial; no la debemos entender como la de un todólogo, en un sentido despectivo. Aquí cabe señalar que los textos de Luis Villoro, además de ser un conjunto de reflexiones serias, están vinculados por una preocupación: la de la autenticidad tanto de la cultura como la de la filosofía. Desde esta perspectiva, dice: “Autenticidad es autonomía de la razón”. Y también agrega: “Inautenticidad es falta de crítica y de radicalismo en la reflexión”. Y, por último, indica: autenticidad es congruencia entre el pensamiento y la vida y la inautenticidad la falta de esa congruencia, la escisión entre éstos. “Esta escisión entre el pensamiento y la vida es frecuente cuando la actividad académica se limita a seguir las modas filosóficas en vigor en otros países o a reflejar sus últimas discusiones. El <<afán de novedades>> es siempre signo de inautenticidad en la reflexión”.
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