Momo y Zoe
Eran dos fotografías muy parecidas. En ambas era el rostro de Zoe, una con ojos abiertos y la otra con ojos cerrados. La de ojos abiertos me hizo saltar. ¡Esa imagen yo ya la conocía, la había visto antes, en algún lugar!
Hoy haces fotos por cualquier cosa. Vas a un museo y te importa más que tu cámara registre una obra, a que la registre tu corazón. ¡Quieres que todos sepan que estuviste ahí! En las fiestas, en los paseos, en un desayuno todo es foto. Fotos, fotos, fotos miles de fotos. Miras la vida desde la lente de tu cel.
Lo de la imagen misteriosa sucedió hace como diez años. Todavía usaba mi cámara Pentax, de esas que no tienen pantalla para ver qué tal te salió la foto. No, tenías que ir al laboratorio a revelar tu rollo. Te cobraban el revelado, y aparte el número de fotos buenas. ¡Y, claro planeabas cada fotografía!
Cuando decidías hacer el clic frente a tu objetivo es porque ya habías medido Velocidad y Apertura del diafragma. Conocer el funcionamiento de tu cámara era apenas lo mínimo necesario para lograr buenos trabajos. Los fracasos ayudaban mucho. Y eran también muy necesarias la imaginación y la intuición.
Recogí mi nuevo sobre de fotos en “Foto Amigo” en la 2 Sur Pte, de Tuxtla. Sólo ahí me las imprimían en papel mate. Todo ese rollo lo había descargado en Zoe, que tenía como cuatro o cinco años y cabellos despeinadamente colochos. Era muy simpática y juguetona. Y yo, con un ojo enamorado de ella y con el otro de la fotografía, tuve pretexto para hacerle fotos desde que estaba en la panza de su mamá Citla.
LA FOTOGRAFIA MISTERIOSA
Comencé, pues, a ver las fotos y apareció esa, la que me atrapó, la que juraba haber visto en algún lugar. Pero no me quedé como estatua, ni me quedé sin cenar y sin dormir y sin amar. La vida siguió y me fui al trabajo y regresé por la tarde. De nuevo saqué la foto del sobre, y de nuevo el mismo asunto: ¡Yo he visto esta imagen antes, lo juro, juro que sí! ¿Pero dónde, dónde?
¡Y de pronto saltó una chispa en mi memoria! No estaba seguro, pero corrí a buscar el libro. Atravesé el patio, a paso ligero, corazón palpitante, subí a la habitación del piso de madera, busqué en el librero y… ahí estaba Momo, la novela de Michael Ende. Bajé de nuevo, comparé ambas imágenes y… mi piel se puso de gallina, como ahora que relato aquel recuerdo.
Zoe y Momo aparecen con cabellos rubios ensortijados, la misma sonrisa, la misma mirada, con el mismo brazo levantado; ambas de camiseta blanca con holancitos; las dos con un saco oscuro. Por el tamaño, la foto de Zoe encaja muy bien en la imagen del libro. El tono también es el mismo.
¿Cómo sucedió? No lo sé. Cuando Zoe tenía dos años le gustaba el libro de Momo, decía que era su libro, que ella era esa niña, la de la portada. No pudo ser eso lo que detonara la coincidencia. Yo digo que fue mera casualidad. Pero es una de las 2 casualidades más mágicas que me han sucedido.
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