La radio y el farol
Los parques de los pueblos y ciudades, y los árboles que crecen en las banquetas, y el Agente que vigila que árboles y gatos y perros y personas caminen felizmente por esa banqueta, todo eso es público. Es decir, pertenece al populi, al pueblo que ya pagó para que un administrador (el gobierno) procure que todo esté limpio y en armonía.
También son públicos la iluminación en las calles, el servicio de agua potable, los botes de basura, los Diputados, los Senadores, los Alcaldes, los Gobernadores y el Presidente de la República. No olvidemos al Ejército y los Jueces. Todo es público: se sostiene con dinero de la gente.
Y público también es el farolito de mi pueblo que, a las seis de la tarde, sin falta, lo enciende el farolero público. Sin el farol, el kiosco del pueblo estaría oscuro. ¡Es necesario que esté iluminado, porque a partir de las siete de la noche, llega la gente del pueblo a cantar, o bailar, o decir poemas, o a protestar por una inconformidad pública.
Sucedió la semana pasada que Torcuato Medina convocó a todo el pueblo con un engaño. «¡Asunto urgente, asunto terrible, se les espera en el kiosco!» La verdad es que quería anunciar su boda con Martita Tello. Tras el anuncio, la marimba comenzó a vibrar y volaron cuetes y aplausos y vivas, y vino el bailongo con flores. Y Martita, la más sorprendida, se murió de tanta felicidad. Pero Torcuato, que aparte de zapatero también es voluntario en la Cruz Roja, la resucitó con un beso.
La Radio Pública es también como el kiosco de mi pueblo. Está al servicio de los habitantes de todos los pueblos y ciudades y rancherías de la Pequeña República. Son ellos, los pobladores, los que deben cuidar que su Radio eduque, enseñe, divierta con inteligencia, informe y que todo, todo lo que ahí se diga, ilumine como un farolito.
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