La tragedia del rey Midas

Obra: Raymundo Zenteno.

Obra: Raymundo Zenteno.

Midas era rico y poderoso, pero infeliz. Quería ser el más rico y poderoso de todos los reyes de la tierra. Dioniso escuchó su petición.
¡Desde hoy, rey de Frigia, todo lo que toques se convertirá en oro!
¿Puedes hacer eso por mío, oh, hijo de Zeus?
Dioniso no respondió y, en forma de humo, salió por la ventana.
Midas, tembloroso, tocó con sus dedos el candelabro que tenía enfrente: ¡Candelabro, vela y la llama misma se hicieron de oro purísimo! El rey Midas se puso de pié pero le costó apartar la silla, pues pesaba lo que pesa una silla de oro. Y de oro fue la mesa y el mantel.
¡Gracias, Dioniso, muchas gracias!
El rey bailó feliz mientras imaginaba, en su nuevo esplendor, a reyes y reinas y príncipes y princesas postrados a sus pies.
Fue hacia el balcón y tocó una flor. En la flor una abeja libaba miel. Luego tocó una jaula. Dentro cantaba un canario. Flor, abeja, jaula y pajarillo también fueron transformados por la magia áurea del Olimpo.
¡Yo, yo soy Midas, el gran Rey de todos los reinos!
Quiso Midas celebrar con vino. La copa, al tocarla, se hizo de oro, de un magnífico oro transparente. Vio caer el líquido hermoso, así lo veía, muy hermoso. Pero cuando sus labios tocaron el fruto de la vid, el vino también se transformó en oro. Entonces tuvo un fatal presentimiento
Ohhh, ¿Y si…?
Midas se sirvió agua. El agua se convirtió en oro. Luego intentó morder una manzana. Antes de llevarla a su boca sintió el peso de la manzana de oro macizo.
¡¡No!!
Ahí comprendió la insensatez de su ambición. “Desde hoy, rey de Frigia, todo lo que toques se convertirá en oro” como un eco maldito retumbaban en su cabeza las palabras de Dioniso.
Con gran amargura Midas derramó lágrimas que, apenas salir de sus ojos, caían como piedritas doradas en el suelo. Clamó por la presencia de Dioniso, sintió hambre, sintió sed, sintió mucho miedo.
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A lo largo de los siglos se han contado muchos finales para la tragedia del Rey Midas. Y no escribiré ninguna. Quiero imaginar, más bien, quiénes son los Midas de nuestros días, los que tienen el poder de hacer el bien pero prefieren acumular y acumular y acumular riquezas a expensas de los pueblos.
Tarde o temprano, ellos o sus hijos, lamentarán la insensatez de su ambición.

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