Chicas Kalashnikiov en la FILCH2015
Imagino la cara de Alejandro Almazán al leer este fragmentario de imágenes, desordenado tal como el ruido del teclado al escribirlo. A los periodistas nos incomoda vernos en los ojos del otro igual a uno.
Lo cierto es que lo entrevisté luego de la presentación de su libro Chicas Kalashnikiov en la FILCH2015. Sus ojos se abren como si quisieran salirse de sus órbitas cuando la pregunta da en el clavo, parece ausentarse por segundos, luego vuelve con su efecto doppler y la ponzoña de los años que le permite la respuesta demoledora.
El miedo es necesario -dice- sirve para darnos la señal en el momento adecuado.
Repite hasta el cansancio que heredó de su madre la facultad de contar historias, y lame las heridas al recordar a su bisabuelo el matarife de la banda del carro gris. Lo niega a morir, arguye que su terapeuta ha argumentado que ha sido el bisabuelo la principal razón de que su sino periodístico sea tan distópico.
No le creo, seguramente el terapeuta también es uno de los personajes de sus ficciones, a mi no me engaña, un loco identifica al otro. Una noche antes convivimos en un tiempo y en un espacio que a ambos nos brinda la oportunidad de trazar rastros de nuestra psique. Alejandro lo sabe, recuerda mi nombre, yo confundo algunos datos que al final nos permiten descubrir que estamos unidos por amistades mutuas, tan cercanos como vecinos de mundos paralelos, yo lo veo y él me ve, como cuando dos animales de la misma especie se reconocen.
Alejandro habla y se disculpa por no dejar hablar a los otros, la ansiedad tan característica de su oficio le define, me cuenta como una confesión sin olvidar citar a su terapeuta, que ha atesorado en su interior una locura orgánica y utilitaria, no va por rodeos, observa, apunta, da en el clavo:
«Escribo de violencia porque desde muy pequeño la observé como parte formativa de mi esencia, en mi barrio, observe varios asesinatos enfrente de la tienda de mi madre, cerrábamos la cortina y cuando llegaba la policía y nos preguntaba decíamos que no habíamos visto nada, los soplones no duraban mucho tiempo en nuestro mundo».
Es un sobreviviente, un profeta de mundos oscuros, un periodista que ha sobrevivido a las amenazas del narco, que vio morir a su madre, a sus parejas partir ¿Qué más se puede ser para ascender en la escala de los verdaderos descriptores del alma humana?
Yo no me detengo mucho en sus pupilas bajo en el entendido que Alejandro es uno de los míos, platicamos lo necesario hasta que yo pienso que es el momento de dejar que se concentre en el mundo exterior. Le pido de favor me llame la próxima vez que venga a Chiapas, lo hará si tiene la oportunidad lo sé, estoy seguro.
Yo prometo seguir su pista y desempolvar el lápiz con el mismo ímpetu de locura que él lo hace. Lo veo, me ve, nos reconocemos, esa es la verdadera esencia del periodismo, la suma de nuestros pequeños odios, la locura al servicio del mundo.
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