Los mapaches de Héctor Cortés Mandujano
Surgieron de la noche, de las fincas frailescanas casi todos, pelearon contra los invasores del norte y armaron su propia revolución, una revolución singular que limitó la presencia y la fuerza de los carrancistas en Chiapas.
Sobre estos hombres, comandados por Tiburcio Fernández Ruiz, escribe Héctor Cortés Mandujano en un libro de bella impresión, extraordinariamente narrado y ampliamente documentado que lleva por título Mapaches: campos de maíz, campos de guerra.
Paradójicamente, el iniciador del mapachismo no es Tiburcio, el joven estudiante de leyes y combatiente en las filas de Villa, sino Jesús Agustín Castro, también joven y militar pero carrancista, que arriba a Chiapas al frente de la División 21 para gobernar a esta entidad apartada de la Revolución que se vivía en el centro y norte del país.
La llegada de las tropas carrancistas trastoca la vida de los chiapanecos y más de la “familia chiapaneca” porque los militares del norte implantaron las costumbres de la Revolución con sus secuelas de robo, muerte y expolio de cualquier patrimonio.
Los gobernadores anteriores, enviados desde el centro por Madero, Huerta y Carranza, no habían causado conmoción en la entidad, porque venían solo como administradores, pero Jesús Agustín Castro deseaba, a decir de Santiago Serrano, alterar la vida local y que los chiapanecos “experimentaran también los horrores de la guerra”.
Aparte de los problemas generados por las tropas carrancistas, otro elemento de agresión, en especial para la “familia chiapaneca”, fue la publicación de la Ley de Obreros o Ley de Liberación de Mozos, la cual estableció la cancelación de deudas de los mozos, el pago de salarios en metálicos a los obreros, la desaparición de tiendas de raya, el respeto de una jornada laboral máxima de diez horas y la prohibición de cualquier tipo de servidumbre.
En respuesta, Tiburcio Fernández Ruiz, con la anuencia de Villa, organiza un batallón para luchar contra “los bárbaros del norte”. El 2 de diciembre, dos meses y medios después del arribo de la División 21, se firma en la finca Verapaz de la Ribera de Canguí, el acta en donde deciden levantarse en armas en contra del “odioso grupo armado que ha invadido el pueblo”.
Inician así los enfrentamientos constantes entre carrancistas y estos defensores de los intereses locales, a quienes por comer maíz crudo, son bautizados como mapaches, mapachis o mapachada.
Un personaje de novela que rescata el autor de Mapaches es Santana Córdova, conocido como Santa Hueso, un hombre de ingrata memoria que inició sus tropelías con el asesinato del poeta José Emilio Grajales, autor del Himno a Chiapas y desplegó después su crueldad con ciudadanos indefensos o prisioneros de guerra, incluso con su propio hijo a quien ahorcó por andar de mapache.
Héctor Cortés Mandujano narra el final de Santana Hueso –flaquísimo, malo, todo huesos–: muerto a pedradas después de pedir comida cuando huía hacia la Costa.
El autor deja claro, por supuesto, que los rebeldes de Chiapas no procedían solo de Villaflores y los pueblos cercanos, pero que sí fueron los más tercos, protagónicos y los que marcaron el constante batallar de esos días de revuelta, resistencia y caos.
Mapaches: campos de maíz, campos de guerra es un libro que esclarece el capítulo de nuestra historia en donde los hombres se revelaron en contra de una Revolución distante, ajena y agresiva.
Cada generación llena de nuevos sentidos el pasado, descubre documentos, hace hallazgos, cuenta su propia historia y su propia memoria de los acontecimientos. Héctor Cortés Mandujano, a partir de un coro de voces, ordena, interpreta y presenta magistralmente a los personajes de esa urdimbre rara de centauros frailescanos metidos a la guerra contra los norteños.
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