MORIR MÁS DE UN VEZ, de Álvaro Uribe: La muerte es necesaria para definir la vida

Alvaro_Uribe

El 26 de mayo de 1979, tres mexicanos, a bordo de un Citröen blanco, recorren a toda velocidad la carretera entre Villefranche-de-Rouergue y Najac. Tienen (o quizás no) un accidente fatal. El conductor (Manuel Artigas) puede, en esos instantes finales, ver toda su vida como en una película, y al decir toda estamos hablando no sólo de su vida pasada, sino también -y de manera excepcional- de su vida futura. Y en esa biografía comprimida de quien ya no podrá ser, Artigas se ve a sí mismo dando clases en Francia, volviendo a México, publicando libros (menos de los que había soñado) y escribiendo particularmente la historia que el lector tiene ahora entre sus manos.

Morir más de una vez es la versión extendida de esa intensa película pre-mortem, y es también un ejercicio de la memoria escrito por Artigas, quien confiesa utilizar el seudónimo de Álvaro Uribe para firmar sus libros. (Ese tal Álvaro Uribe, por cierto, ya había publicado en 2001 una novela protagonizada precisamente por un tal Manuel Artigas: Por su nombre)*.

La novela (la de Artigas, firmada por Uribe) se centra, por un lado, en el grupo de mexicanos con los que Artigas (o quizás Uribe) convivió en París, pero por otro, explora su experiencia (la de Artigas, aunque pudo bien haber sido la de Uribe) frente a un cáncer detectado en 2008 (en esa vida futura proyectada por el protagonista antes de chocar, o quizás en esa vida que sí tuvo porque no chocó).

Sé que estos saltos temporales –y esas ambigüedades sobre si Artigas murió en 1979 o está vivo, o respecto a quién es el alter ego de quién– pueden parecer un tanto complicados. Sin embargo, la novela se encuentra armada de tal modo que esos saltos no causen vértigo. Esto es un logro del narrador** y de su pericia para hacer pasar esa historia de gente que muere y no, como el mero ajuste de cuentas que a cierta edad hacen los hombres con su pasado.

Uribe (o quien cuenta esta historia) sabe trasmitir la vivacidad de unos hechos que dan la impresión de ser mitad recordados y mitad inventados (que a mi entender es como en verdad funciona la memoria). Pensemos, por ejemplo, en Josejuán (el “muralista monocromático”, según sus propias palabras o “pintor de brocha gorda”, según las nuestras) y Pierre-Luc Fournier, el cineasta obsesionado en filmarlo a todas horas. Un día, mientras realiza unos trabajos de albañilería, Josejuán cae de un tercer piso, pero un colchón de dos metros de grueso lo salva. Más que un golpe de suerte, el pintor llama a ese hecho una resurrección: “Estuve muerto, pero ya no”, dice. Para Artigas esa declaración no es sino una locura; para Pierre-Luc es el cierre perfecto para su película sobre el albañil. Fournier propone a Josejuán reconstruir su caída, a fin de capturar ese momento con su cámara superocho. El pintor acepta, aunque insiste en que todo suceda de manera exacta al accidente original, incluso en sus detalles. Después de la escenificación y un tanto aturdido, Josejuán asegura que ya sabe para qué tuvo esa segunda oportunidad de vida, pero se guarda su descubrimiento. Lo irónico es que días después el albañil aparece muerto a causa de una hemorragia cerebral. Se lleva, por supuesto, su revelación a la tumba.

Un momento, eso fue casi un espoiler.

Lo que viene a continuación –y no abundaré más en la trama– es la columna vertebral de Morir más de una vez. El retorno parisino de Artigas, las historias de amor entre Joséphine, Mathieu, Gabrielle, Alberto, Saúl y Nadine, y el doloroso tiempo que llega tres décadas después cuando al protagonista le diagnostican un tumor en el pulmón.

Según Uribe (o Artigas, o el “señor que cobra las regalías” para ser más exactos), este libro ha querido narrar “de la manera más desapasionada posible, cómo, llegados a cierta edad hay más pasado que futuro, para reflexionar y entender cómo la muerte, no sólo la propia, es absolutamente necesaria para definir la vida”. Y vaya que lo cumple.

Este texto fue publicado originalmente en +Cultura

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