Escritores delincuentes: Las anécdotas criminales de un puñado de chicos malos de las letras
En un país donde los autores se sienten malditos sólo porque tienen altercados en las cantinas, solemos olvidar a aquellos escritores que traspasaron de verdad la frontera de la ley. Homicidas, estafadores, contrabandistas, gente que tuvo su encuentro con los libros en la cárcel, fugitivos, novelistas con un crimen real a cuestas. Si eres de los que piensan que los poetas y narradores sólo pueden aspirar a tres tipos de fechorías –el plagio, los destrozos por ebriedad y la bigamia-, Escritores delincuentes es exactamente lo que necesitas*.
José Ovejero rastrea las anécdotas criminales de un puñado de chicos malos de las letras. De Álvaro “La muerte del estratega” Mutis (quien al parecer desvió los recursos que administraba para la Standard Oil, en beneficio de sus amigos escritores) a Jack “En el vientre de la bestia” Abbott (el homicida lector de filosofía, que encantó a no pocos intelectuales norteamericanos), este libro busca entender también nuestra propia fascinación por esa doble vida. Como si el mero hecho de escribir hiciera a algunos presidiarios merecedores de una mirada distinta (y de condenas más breves, dicho sea de paso).
La nómina es abundante: Chester “La banda de los musulmanes” Himes, que se aficionó a la escritura mientras purgaba una sentencia. O. “Cuentos de Nueva York” Henry, acusado de quedarse con dinero del banco donde trabajaba. Karl “Entre apaches y comanches” May, que pasó media vida desfalcando gente antes de volverse escritor. Sergiusz “El enamorado de la Osa Mayor” Piasecki, condenado a 15 años de prisión por contrabando. Jean “Severa vigilancia” Genet, ladrón y prostituto, que no tenía problemas en perseguir a cuchillo a algún empleado de Gallimard. Jeffrey “La senda de la gloria” Archer, estafador, novelista y miembro del Parlamento británico, procesado por perjurio (había demandado a un tabloide por difamación y para ganar el litigio pensó que sería bueno mentir bajo juramento). De estas y otras historias está poblado Escritores delincuentes, un compendio que no se limita a la mera biografía sino que busca en la experiencia delictiva las claves para entender a cabalidad los libros de estos buenos muchachos.
Tomemos el caso de Juliet Hume, una chica cuyos padres llevaron a Nueva Zelanda siendo muy joven. Ahí conoció a Pauline Parker, con quien empezó a compartir una buena parte de su tiempo. Ambas crearon una complicidad llena de fantasía, literatura y hasta una religión y una moral propias. Un día, los padres de Juliet decidieron separarse y enviar a su hija a un internado en Sudáfrica. Ante la inminente despedida, las adolescentes resolvieron lo que les pareció más natural: asesinar a la mamá ¡de Pauline! Tras el crimen, las amigas fueron condenadas a pasar una temporada en la cárcel, de donde salieron discretamente después de cinco años**. De Pauline no se ha sabido nada desde entonces. Juliet, en cambio, se estableció en Inglaterra y quién lo diría, se dedicó a ganar montones de dinero publicando novelas de suspense con el nombre de Anne “Ángeles en las tinieblas” Perry. (Ovejero concluye en que –después de conocer sus antecedentes– resulta casi imposible acercarse a los libros de Perry y no advertir en sus tramas, el tema de la culpa).
Finalmente no se puede hablar de delincuentes que escriben (o de escritores que delinquen) sin traer a cuento a William “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” Burroughs, aquel yonqui, homosexual y aficionado a las armas que mató a su segunda esposa mientras jugaba a ser Guillermo Tell. Cansaríamos tu dedo medio en el scroll del mouse si quisiéramos listar todas las sustancias que se metió, por ello, mejor recurrimos a una de sus emblemáticas frases para dar por concluida esta reseña: “Hoy, mientras me hacía la cama a las dos de la madrugada, me he dicho que soy un hombre muy feliz. La gente y los críticos prefieren creer que estoy desesperado, porque les horroriza pensar que pueda ser feliz alguien que lleva una vida que ellos desaprueban”.
Tal cual.
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