Sobre el olvidado arte de leer

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Mucho se ha hablado en los últimos años sobre la cuestión de la lectura, diferentes encuestas y análisis, tanto nacionales como internacionales han dado de que hablar, todas ellas coinciden en un panorama poco alentador para nuestro país, es decir, que los mexicanos no leen.

Según el INEGI el 92.1por ciento de la población mayor de doce años sabe leer y escribir, eso significa que es capaz de comprender e interpretar un texto. En contraste, según la Encuesta nacional de lectura del 2012, sólo el 46 por ciento de la población declara que lee; pero de acuerdo con la Encuesta nacional de hábitos, prácticas y consumos culturales de CONACULTA, el 73 por ciento de la población declara que en el último año no ha leído un solo libro. A pesar de que en las encuestas nacionales de lectura de 2006 y 2012 se declaran lectores el 56 y el 46 por ciento respectivamente, en ambas sólo se reconoce un 12 por ciento de la población como no lectores, marcando una notable discrepancia con el 73 por ciento mencionado ¿Cómo pasa eso?

Lo anterior es posible gracias a la noción de lectura que se maneja, a pesar de la diferencia que existe entre la concepción tradicional de la capacidad de leer y escribir –que está más cerca de la alfabetización-, y el ejercicio de una aptitud lectora. Porque tener la habilidad y ejercitarla, son dos cosas diferentes, depende de tal ejercicio el que llegue o no a convertirse en un hábito. Según la OCDE la competencia lectora consiste en la comprensión, el empleo y la reflexión a partir de textos escritos y virtuales, esto marca enormes diferencias de grado en los objetivos que buscan las encuestas.

De esta distinción, también depende la forma en la que se aborda el hábito de la lectura como problema, porque las encuestas suponen y confunden diferentes procesos, por ello, los objetivos que persiguen se encuentran mezclados. No es lo mismo abatir el analfabetismo a generar una competencia lectora que derive en usuarios plenos de la lectura y la escritura. Esto implica que al no diferenciarse, suponen erróneamente, que para ser lector, es suficiente con que la gente pueda dar sentido a un texto, independientemente del que se trate.

Porque lo que entienden por leer se amplía a tal grado que dentro de tal categoría cabe cualquier cosa. El Programa nacional de salas de lectura, uno de los programas oficiales que desde el sexenio pasado pretende generar hábitos de lectura, no hace diferencia alguna entre la capacidad y la competencia lectora, más aún, llega al extremo de considerar una noción abierta, donde leer es notar un mensaje y significarlo desde el propio punto de vista; entonces, cualquier acto de significado cae dentro del supuesto del leer, es decir, bajo este esquema actividades muy disimiles son consideradas como lectura, por ello leer las nubes antes de la lluvia o el Quijote constituyen una actividad idéntica, lo cual se aleja considerablemente del objetivo de la lectura como competencia. Abierto el espectro, no tiene importancia lo que se lee, es así que el porcentaje de los no lectores se diluye al equiparar con los libros, a los periódicos, las revistas y comics. Junto al 56.4 por ciento que dice leer libros, se encuentra un 42 por ciento que lee periódicos, 39.9 por ciento que leen revistas y un 12.2 por ciento historietas.

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