BAILA, BAILA, BAILA de Haruki Murakami
A estas alturas resultaría más bien extraño que no supieras quién es Haruki Murakami. Se trata, ni más ni menos, que del astro absoluto de la novela japonesa contemporánea. El tipo de escritor que levanta entusiasmos y escozores a uno y otro lado de las redes sociales. El autor que no desentona en las quinielas del Nobel ni en las listas de los más vendidos.
Los lectores entusiastas de las atmósferas solitarias de Murakami, de su realismo lleno de componentes surrealistas y su melomanía contagiosa (que va de los Beatles a Franz Liszt), tendrán en «Baila, baila, baila«, un motivo más para emocionarse. Publicada originalmente en los ochenta, década durante la cual se desarrolla también la trama, se trata de una secuela –no del todo evidente– de aquella tan celebrada, y extraña, «Caza del carnero salvaje«.
El protagonista y narrador de «Baila, baila, baila» es un escritor freelance, cuyo nombre nunca llegamos a saber. A los 34 años, después de divorciarse, enfrenta –de forma más bien prematura, diría yo*– su crisis de mediana edad. Escribe para revistas diversas, pero esta labor no le emociona: en realidad se refiere al trabajo en los mismos términos que uno usaría para actividades como “quitar la nieve”: “lo haces porque tienes que hacerlo, no porque sea divertido”. Sin embargo, el desinterés que siente por su ocupación no le impide ser metódico y entregar sus artículos a tiempo**.
Un día este personaje siente un repentino impulso por volver al hotel Delfín, en Sapporo, y buscar a Kiki, una prostituta de clase alta con la que solía mantener relaciones sexuales y desapareció de su vida de manera misteriosa. Para cuando llega al Delfín el inmueble ha sido derrumbado y en su lugar se alza un lujoso edificio –renombrado ahora como Dolphin Hotel–. Nuestro héroe redactor pregunta a las recepcionistas sobre la administración anterior, pero nadie puede darle informes. En cambio, una de esas chicas de la recepción, la encantadora Yumiyoshi, le habla de extraños sucesos en las noches. Al investigar un poco, el narrador entra en contacto con el “hombre carnero” –una curiosa alucinación recurrente en otros libros de Murakami–, que ahora vive en un piso intermedio del hotel y que suena como sonaría la voz de tu conciencia si te hablara en drogas. Es el hombre carnero quien le aconseja al narrador que la vida consiste en seguirse moviendo y en buscar lo que uno quiere: todo ello concentrado en la expresión “Baila mientras no cese la música”.
A partir de ahí, la novela se enreda en una serie de hallazgos que lleva al protagonista de un lado a otro (por no decir hasta Hawái). No sólo aparece Yuki –una gruñona y ensimismada adolescente, con poderes extrasensoriales, que había sido abandonada en el hotel por su excéntrica madre–, sino Gotanda, un ex compañero del instituto, que se había vuelto actor –y que había coprotagonizado una escena de amor nada menos que con Kiki, la chica que el narrador originalmente estaba buscando–. El reencuentro con su antiguo compañero pone a nuestro héroe en medio de un torbellino donde prostitutas mueren aquí y allá, y una pregunta se levanta en el aire: ¿está Gotanda involucrado en esos asesinatos?
Muchos personajes extraños pasan por la vida del protagonista, para enseñarle algo y luego desaparecer. La muerte lo persigue –Gotanda, más protitutas, otros conocidos, incluso hay indicios de que Kiki pudo haber sido estrangulada–, pero también encuentra algo cercano al amor en brazos de Yumiyoshi. No sería Murakami si una avalancha de escenas surrealistas no se presentara a lo largo de la novela. Llena de giros imprevistos, momentos de irrealidad y de reflexiones anticapitalistas, «Baila, baila, baila» es un viaje intenso hacia un mundo frágil que, como admite el narrador, es más tenue de lo que podíamos haber previsto.
Este texto fue publicado originalmente en +Cultura
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