Algo supuestamente divertido que no volveré a decir
El primer encuentro que tuve con el humor negro fue a los ocho años, como parte de un episodio desafortunado. Mi padre iba a ser sometido a una operación y minutos antes de partir hacia el hospital reunió a la familia completa en la sala. En ese momento –en que no faltaron las palmadas en el hombro para todos y mi madre no se cansó de secarse las mejillas–, tuve la estúpida idea de decir un chiste que había visto por televisión:
–Papá, ¿y la puerta de tu cuarto es muy grande?
–No sé, ¿por qué?
–Para que entre la caja.
Nadie rio.
Muchos años después, frente a mis sinodales, recordé aquella tarde en que mi padre me llevó a conocer ese humor que toca las zonas sensibles de nuestros manuales de convivencia. Había yo escrito una tesis sobre ese tipo de humor que me obsesionaba desde niño y ahora presentaba el examen de grado. Fue una especie de exorcismo que prolongué con la lectura de un montón de gente que no voy a traer a cuento aquí. Escribí también “El asesino del cuarto de baño”, que no es propiamente un cuento sino una cosa que me sucedió y que comienza –del mismo modo que han comenzado no pocos capítulos interesantes de mi vida– cuando abordo el transporte público.
El texto puede leerse en Si ya está muerto, sonría, la antología de humor negro que realizó Andrés Acosta para SM y que contiene historias de Raquel Castro, Juana Inés Dehesa, Iván Farías, Salvador Gallardo hijo, Francisco Hinojosa, Rodolfo J. M., Alfonso Orejel Soria, Hilario Peña, Gabriel Rodríguez Liceaga, Ana Romero, Jaime Alfonso Sandoval, Armando Vega-Gil y José Luis Zárate.
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