Mi librero

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Aprecio los estantes organizados. Aprecio entrar a una biblioteca y encontrar el libro que quiero en el menor tiempo posible. Pero, en cambio, amo los libreros personales, amo el intento de cualquiera por poner un poco de orden en esa porción de la literatura que tiene que ver con su vida. Al fin y al cabo, no importa qué tanto te empeñes en lograr una disposición biográfica, práctica, histórica o simplemente «bonita» de los libros: hay siempre a la vista una ración de caos que te delata.

Esas favelas de títulos, adonde van llegando los libros que no tienen el tamaño de otros libros, o ponen en peligro el delicado equilibrio de autores, países o géneros literarios, son lo que más amo de mi librero. No tienen un domicilio fijo, se acomodan en cualquier lado y debo confesar que, a pesar de ello, puedo decir exactamente en dónde están.

Ahora mismo, Dostoyevski debajo de Winny de Puh (no tenía mucho sentido hasta que descubrí las animaciones rusas de Winny). El ensayo sobre humoristas de Paul Johnson junto a la historia de los números imaginarios. Aquella crónica de las grandes crisis financieras al lado de la trilogía de Bridget Jones (la única saga que he leído completa). Terry Pratchett abajo de Terry Eagleton. Uno tras otro: libros sobre los archivos de Robert Ripley, sobre la historia de la ninfomanía, sobre los grandes borrachos daneses, sobre por qué debería importarnos más Australia.

Clásicos de Dickens o Mark Twain asediados por volúmenes sobre combustión humana espontánea, animales enjuiciados o lluvias de peces. Las compilaciones de Cheever a las que no les viene mal la compañía de la física explicada a los poetas. Libros escritos por estrellas porno, como Sasha Grey o Linda Lovelance, cohabitando con ensayos sobre cómo las matemáticas sirven para leer el Génesis o, de un modo más provechoso, para leer los periódicos.

Pero también está lo previsible: Borges, novelas de chicas que buscan chicos, los cómics de Bone, The Indispensable Calvin & Hobbes, una edición más del Quijote.

Wodehouse, siempre y en todo lugar.

Aunque confieso que todos, en algún momento, queremos mostrarnos interesantes con la organización de nuestros libros, reconozco también que mi librero me exhibe de un modo más bien vergonzante. Sólo dice de mí que me aburro con facilidad de cualquier cosa que suene a una obligación.

Este texto fue publicado originalmente en el blog del autor: Tediósfera

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