La Cueva del Puma
Los muros son emblemas de resistencias, fortalezas y denuncias, que desde siempre han acompañado la existencia humana individual y colectiva en la dura experiencia ciudadana de hacerse y reconstruirse.
En el estacionamiento al público de La Cueva del Puma, en Tuxtla Gutiérrez, está, sin embargo, en su excepcional plenitud, el muro de la aceptación, de la exaltación y del regocijo femenino.
A incitación y propuesta de don Pablo, El Muro Elocuente de las Mujeres se muestra con nombres y apellidos refulgentes.
La presentación de Ellas es precedida de la declaración: Me gusta ser mujer y me siento orgullosa de mi género.
Cada una con los universos personalísimos de su esencia, que convergen en luchas, conquistas, satisfacciones, reclamos y demandas.
Como guardianes pétreos, arriba y en los flancos, están Carmen Castillejos, Flor Sánchez, Saira Cue González.
Sigue la musicalidad seductora nominal de Olga Elizabeth Figueroa, Carolina Trejo, Estela Sagastume, Yesenia de Paz, Duvy Leticia Urbina, Gabriella Peniche, Ivette Suárez, Andrea Ruíz.
Ahí también con luminiscencia propia: Belén Rachel Sandoval, Ileana Palacios, Bertha Siguenza, Montserrat Santini, Jaqueline Atenas, Miroslava Olvera, Vanessa Villafuerte, Lourdes Román…
Las nubosidades del frío invernal, que caen más taciturnas en el barrio Colón, no desmerecen el resplandor ejemplarizante de la identidad femenina que guarda La Tapia Encalada, cuyos nombres afirman el ser y estar en ese huidizo e inconstante tornasol de lo que llaman felicidad bien aceptada.
La Pared de las Aceptaciones Reconocidas no requiere explicar quiénes sonEllas, de dónde vienen, adónde van, qué hacen. Basta afirmar que son mujeres plenas en la convivencia personal y colectiva.
Están haciendo veredas al andar, al escribirse y suscribirse como seguras servidoras de las causas justas y valederas, que por igual involucran a hombres y mujeres, reconfortadas como se les percibe con el trabajo y el estudio diarios que forman y construyen a la persona y al ciudadano, sin necesidad de aspavientos ni artificios de publicidad que, las más de las veces, abaratala legitimidad y la autenticidad del reclamo cuando la congruencia escapa por los portillos de la inacción.
La Cueva del Puma, el estacionamiento de autos, hacendoso y diligente espacio de apertura y pluralidad ciudadana como es, (otras paredes están tapizadas de referencias y expresiones filosóficas y poéticas personales que cada quien escribe) aguarda nuevos nombres de mujeres convencidas de su sexo y de su género, en sus peleas diarias de permanecer y trascender en la modernidad contemporánea.
Esperan esos muros y otros, la inscripción de las gitanas que recorren los cafés y las plazas bajo las ceibas y bugambilias, adivinandotoda suerte de destinos y presagios, en sus ejercicios consuetudinarios de evocarse y reencontrarse tan lejanas del tiempo y el terruño donde nacieron.
A fuerza de existir éstas ambulantes de la tierra, estas húngaras de crepitantes y embelesadoras miradas, un día acumularán historias de éxitos ciertos tranquilizadores y sedentario para fijarlos en sus propios muros.
Entonces Zafiro, Chiara, Andrómeda, Hita y Mía, podrán parecernos más comunes y allegadas, apartadas ya de carromatos acampados en las afueras, de peroles cocinando el alborear y de lecturas de manos, de inocencias y candores.
A Hortensia Chic, la jovencita tzeltal artesana, desperdigada desde incontables generaciones en esta ciudad, le falta también una Tapia de la Dignificación, donde logre, en principio, asomarse con las reminiscencias ancestrales, como reflejos de sus anhelos y realidades, en la búsqueda de la aceptación e inclusión, como primer peldaño en la esquiva escalera de la transversalidad humana y de género.
La noche la sorprende en el pretil del kiosco de la plaza pública, donde su anonimato es más visible y ostensible al lado de hojarascas y restos de periódicos revoloteados por el viento crepuscular y por la indiferencia del transeúnte.
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