9 años registrando la cultura zoque de Tuxtla

Valeria Valencia Salinas

Sergio de la Cruz, autor de los Zoques de Tuxtla.

Sergio de la Cruz, autor de los Zoques de Tuxtla.

Un día, hace ya nueve años, Sergio de la Cruz Vázquez llegó a la sala de redacción, de la Sección Cultural del Heraldo de Chiapas de la cual era Editora para preguntar, con uno de aquellos diskettes que hoy ya no se usan y fotos impresas en la mano, si pudiera iniciar un espacio donde escribiría semanalmente acerca de la cultura zoque de Tuxtla. Pensé que se trataba de una emoción pasajera que en poco tiempo se diluiría, como sucede con la mayoría de las personas que solicitan un espacio periodístico.

Pero nunca imaginé el tesón y la constancia con la que Sergio (combinando su trabajo de oficina, sus deberes como padre soltero y su asistencia a casi todas las celebraciones tradicionales), iría entretejiendo un espacio urgente y ahora necesario, que hiciera la diferencia con la maraña informativa a la que estamos acostumbrados diariamente.

Y decir NUEVE AÑOS no nos cuesta nada, pero realizar este trabajo constante y con horarios totalmente alejados del burocratismo cotidiano, es de tomar en cuenta y admirarse. Porque esta labor sólo se realiza cuando se tiene entramado y firme el corazón, como las hojas y flores de los joyonaqués, cuando se encuentra uno enraizado en todo aquello que se ama totalmente. Y por esto mismo, en pocos días, don Sergio de la Cruz “será floreado como Maestro Ramilletero”, heredando el cargo de un gran maestro, Don Antonio Escobar Paredes (tío Toñito), retirado hace dos años por una difícil enfermedad.

joyonaque

Ahora tenemos a la mano un valioso registro documental, vivencial y gráfico de Sergio de la Cruz, que ya es bastante conocido por quienes leen, semana tras semana “Los Zoques de Tuxtla” en El Heraldo de Chiapas; aunque seguramente a muchos todavía no les ha “caído el veinte”: ¿Hay zoques en Tuxtla?, ¿En la moderna ciudad capital, la que tira edificios viejos para levantar cadenas transnacionales?, ¿La que se avergüenza de su raíz y rostro indígena?… ¡No, imposible!

Y es que “el Arqui” o don Sergio, como lo llama la gente, con su paciencia ancestral y su forma meticulosa de escribir, nos arroja a la cara nuestra verdad y nos rubrica que SÍ, que entre las grandes filas de carros y modernos edificios aún están los zoques, aquellos que se mantienen firmes y orgullosos de sus tradiciones, aquellos y aquellas que con sus tambores y carrizos, con su orgulloso penacho y faldas rojas, somés y cuetes, cambian el gris panorama de la ciudad al continuar celebrando, con sus antiguos rituales, el calendario agrícola de los pueblos mesoamericanos.

 Pero también nos llenó el rostro de vergüenza cuando nos recordó la pobreza en la que vivieron don Isaac y doña Antonia, casi centenarios y extintos patriarca y matriarca zoques que vivían de su indigente cosecha en la cima del Sumidero, bajo el exiguo cobijo de su choza de carrizos y teja de láminas, quienes no pudieron recoger su última cosecha porque la directora de este Parque Natural les negó el “permiso” de regresar a su casa: nuestra “gloriosa maravilla natural”.

Y nos seguimos avergonzando cuando, con un dejo exasperado, nos narra la forma en que los tuxtlecos, por desconocimiento, nos expresamos de las antiguas danzas zoques, cuando con toda nuestra ignorancia les encaramos que “mejor se pongan a trabajar” o les gritamos como “apaches”, les llamemos “parachicos” y hasta “voladores de Papantla”, lo que demuestra la gran ignorancia de lo que somos y tenemos.

 Con él también hemos sufrido la partida de quienes dieron su voz, su aliento y su vida, entre sus miles de colores, de sabores y el retumbar de pitos y tambores: Los albaceas don Paulino Jonapá Alejo y don Jaime Selvas, los maestros piteros don Ramón Chacón y Fernando Alegría, el maestro jaranista don Julio Aquino, doña Juanita Montejo, la abuelita zoque de todos los que la conocimos, la comidera doña Isabel Gutiérrez (tía Chabelita), por mencionar unos pocos, y muchos más que han tenido su esquela solamente en este espacio, donde Sergio nos enseñó a conocerlos, admirarlos y guardar un poco de ellos.

Y más que sólo rituales, costumbres, fiestas, modos, lo que este espacio cultural nos ha demostrado en 436 números consecutivos y alrededor de 2500 fotografías, que a pesar de todos los obstáculos que ha encontrado, es una forma de trabajo y de vida totalmente ligada a lo más profundo de nuestro pasado colectivo, ese que a diario intentamos lavar con el jabón y el estropajo de la modernidad.

“Los Zoques de Tuxtla” nos recuerda a los hombres y mujeres primigenios, aquellos que con sus pies desnudos araban la tierra y que hoy sólo encuentran cemento y asfalto. Sin embargo, nunca nos invita a esa inútil nostalgia por el pasado, sino que nos lleva a pisar firme en el presente y dirigir la mirada hacia un futuro fuerte e inquebrantable, pero dulce como el puxinú y suave placer como el inigualable “curadito”.

No necesitamos desear larga vida a esta labor y a este espacio que late con corazón propio, porque su presencia se ha hecho necesaria para la memoria histórica y lo que venga en lo sucesivo ya es ganancia. Ahora nos toca a nosotros asentarnos en nuestra historia para escribir el futuro.

Tizcotá a la Priostería del Cerrito, Tizcotá a la Mayordomía Zoque de Tuxtla y a todos sus componentes. Tizcotá a Sergio de la Cruz Vázquez, por regalarnos sus escritos, por hacernos sentir cada semana el verdadero Latir del Tiempo. (Los Zoques de Tuxtla. Año IX. No.436. 16/01/14).

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