«Mi chamba era abrir cadáveres»

Escena de "El Viejo", que se presentó en el Festival de Cannes.

Escena de «El Viejo», que se presentó en el Festival de Cannes.

Carlos Rocha

–Mi chamba era abrir cadáveres. Ayudaba al médico forense a definir sobre las causas de muerte –la voz de Alberto Ordaz Vera baja un poco su tono habitual, como si contara un secreto, aunque ese secreto le permitió llegar a Francia y competir en Cannes.

Psicólogo y criminalista de profesión, Alberto pasó dos años de su vida trabajando con la muerte. Entraba el sábado a las ocho de la mañana al Servicio Médico Forense (Semefo) y salía lunes a la misma hora. Dos años de fines de semana en medio de cuerpos sin vida, hurgando entre su carne, dormitando, a ratos, junto a ellos.

Además de manejar el bisturí, añade, “me tocaba enseñarlos (a los familiares) para que los identificaran y lo guardaba”.

En las salas del Semefo hubo de todo, cuerpos que al sacarlos se deshacían y había que rearmarlos como rompecabezas, las muchas facetas del dolor humano, e incluso familias a las que la muerte de sus familiares no les importaba un carajo.

Un día lo invadió el hastío, y con él la inspiración. Cansado de la rutina de sacar los cuerpos, presentarlos a los familiares, Alberto se preguntó cómo sería para la muerte su rutina laboral.

–“La muerte estaba cansada de tanto trabajo, esa es la esencia de El Viejo”, cuenta desde la banca del jardín de San Pedro Cholula en actualmente donde radica.

Corte a…

 El cortometraje, filmado en tres locaciones, dos en Cholula y una cantina del centro de Puebla, es una plática entre la muerte y un cantinero. La muerte está cansada de su trabajo y se refugia en la barra para echarse unos tragos y a empezar a contar sus penas al hombre que la atiende.

El Viejo es el primer trabajo cinematográfico de Alberto y fue realizado durante el diplomado en Cinematografía Digital 2012 que cursó en F64, centro de formación audiovisual. El cortometraje fue seleccionado en la categoría “Short Film Corner” del famoso festival de cine francés.

Y fue el único que llegó sin el apoyo de una gran institución. México mandó 40 cortometrajes al festival, 30 de ellos, apoyados por Instituto Mexicano de Cinematografía, otros con el aval del Festival Internacional de Cine de Guadalajara o el de Morelia.

Dos semanas antes de la proyección el equipo del Festival de Cannes se comunicó con Alberto para decirle que había sido seleccionado y que lo esperaban en esa pequeña ciudad de la costa azul que cada mayo atrae los reflectores mundiales.

En esas dos semanas debió reunir 50 mil pesos para el viaje, la mitad para el boleto de avión el resto para subsistir tres semanas. Cada centavo, dice, valió la pena.

Alberto cuenta que todos fueron apoyados por algún patrocinador, una escuela, universidad, marca, como mínimo fue que les pagaron el boleto de avión. En contraste a él lo apoyaron sus familiares y amigos.

–Cuando nos presentamos todos las promesas cineastas de México, todos decían vengo de la universidad de cine de Nueva York, y yo vengo de la de Vancouver y otro de Barcelona (….) una fuga de cerebros impresionante”, lamenta.

Con emoción, añade, que sólo cinco de ellos eran de escuelas de México, y sólo él tenía apenas un diplomado como cineasta.

Sin apoyo oficial

Respecto a un posible apoyo de dinero público opina que jamás espero recursos para lo que hizo. Aunque, dice, espera que tras su participación en Cannes ahora si lo haya.

–Espero que el gobierno así como destinó tanto dinero para la producción de -5 de mayo, la batalla de Puebla- a mi me otorgue para mi segundo proyecto”, en el cual remata, ya trabaja.

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