Kurosawa, una alerta a favor de la vida

AKIRA KUROSAWA TRES

Que este planeta no fue hecho para las almas perceptivas y alarmadas por cambiar la miseria a la que aparentemente han sido condenadas, parece ser la amarga sentencia con la que Akira Kurosawa sella la cinta titulada “Crónica de un ser vivo”. La historia, filmada en 1955, se desarrolla en una ciudad japonesa agonizante, donde Kiichi Nakajima, el protagonista, resulta ser el único ser que verdaderamente tiene interés por vivir, a pesar de su avanzada edad. Dueño de una fundidora, el anciano Nakajima, se ha ocupado siempre por mantener a flote la empresa para que de ella vivan él, su esposa, sus seis hijos e incluso las familias de éstos, así como sus amantes e hijos que ha concebido con ellas. La situación económica no es entonces algo que apremie a la familia Nakajima, gozan de las comodidades que en ese entonces les eran permitidas y consideran que tienen el futuro resuelto.

Repentinamente, la estabilidad se ve alterada cuando a Kiichi, bastante congruente con su pensar y escrupuloso en la administración de sus recursos, ordena construir un refugio subterráneo al norte de Japón, en el que invierte millones, para proteger a su familia de un posible ataque nuclear, porque las lecturas, el conocimiento de la historia, su trágica experiencia como sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, y muy probablemente la percepción de la realidad infecta y hostil que le rodea, han alertado al señor Nakajima, sobre una amenaza latente, y esta vez ha decidido invertir a favor de la vida.

Su acción es recibida con desagrado por su familia, que aletargada por la cómoda inercia de la cotidianidad en la fundidora ve en el acto del padre, una amenaza hacia su estabilidad económica. La desaprobación crece cuando el anciano descubre la inutilidad del subterráneo y opta por comprar una granja en Brasil, a donde contempla emigrar con los suyos para ponerlos a salvo, y es entonces cuando el caso es llevado al tribunal con la intención de que, a petición de los hijos, Kiichi sea declarado incapacitado para administrar sus bienes y éstos pasen a manos de su esposa, quien es constantemente manipulada por sus vástagos.

El caso resulta para el tribunal más complejo de lo que en un principio parecía, pues al interrogar al señor Nakajima, éste responde como un hombre lúcido en todos los sentidos y profundamente preocupado por el bienestar de su familia. Es en ese momento cuando Kurosawa, lanza los dados y pone en juego los valores humanos que cada uno de sus actores representa: Kiichi se impone en la trama como el único ser capaz de percibir y juzgar con claridad el valor de la vida, pero de la vida verdadera, no el de la sobrevivencia que es el que rige al resto de su familia, excepto a su hija más pequeña, quien retadora y desafiante evidencia su desacuerdo con sus hermanos y el apoyo hacia su padre; no obstante, por ser aún adolescente es relegada en la toma de decisiones familiares.

AKIRA KUROSAWA UNO

Los hijos mayores del señor Nakajima encarnan el prototipo de familia de clase media de la posguerra, anegada en el conformismo y la renuncia, flotando en una atmósfera sofocante y lenta, donde cada día parece nacer del bufar amenazante de las fábricas y la hediondez de las aceras; inmóviles para que nada vuelva a acontecer, para que nada turbe el único halo de sobrevivencia que les ha legado la guerra y por el que deben estar eternamente agradecidos.

En el otro extremo del escenario, se hallan los obreros de la fundidora; a través de ese grupo Kurosawa abre otra puerta hacia lo profundamente vital, en ellos las emociones se apropian de un rostro, hay un discurso en cada gesto de dolor, de angustia, de cansancio, de lucha cotidiana, y quizás por ello Kiichi Nakajima se siente tan cercano a esa parte, y procura siempre ser justo y solidario. Hay un hilo que conecta al patrón con sus empleados, el hilo de la tragedia, la única diferencia es que el señor Nakajima puede nombrarlo porque posee las palabras y sus obreros callan porque las desconocen.

En el juzgado, los consejeros son el extracto de las dos posturas alrededor de las cuales se desenvuelve la trama, en una exhausta disquisición los cuatro representantes hacen todo lo posible por buscar la resolución más favorable al caso; pero cualquiera de las dos vías resulta amarga, porque dar la razón al anciano implicaría el reconocimiento de su propia renuncia, como jueces, hacia la vida, la aridez de su pensar y sentir, la objetivación de su propia agonía al permanecer inmóviles mientras la amenaza nuclear les carcome las entrañas; y la otra vía, por la que finalmente se inclinan, implica matar el único aliento de vida que se ha levantado como espectro en medio del vacío, para mostrarles la posibilidad de lo que todos asumen como imposible, la lucha por el derecho a la verdadera vida.

Cuando los ministros deciden retirar al señor Nakajima el poder sobre sus bienes, vuelven a actuar por inercia, por sentido común, para que como siempre, nada pase, y la oposición del Dr. Harada, único juez que externa su desacuerdo, porque él también ha empezado a caer en cuenta de que algo terrible acontece en su realidad tiene muy poco eco entre sus colegas. La respuesta que el anciano Nakajima  da a los jueces la última vez que es interrogado, concentra el sentido de toda la historia: al ser objetado respecto a la obsesión por salvar a su familia arriesgando su fortuna cuando de sobra sabe que tarde o temprano los seres humanos mueren, Kiichi responde con coraje y firmeza: “De sobra sé que todos los seres humanos tienen que morir algún día, pero yo no soporto que me estén matando”. Así, los diálogos del protagonista, tanto como su comportamiento, con una carga tan profunda de sentido, se convierten en grito, en una sorda lucha contra el mundo en busca de la utopía, donde la vida y el amor vuelvan a tener lugar.

El final parece obvio, Kiichi en un pabellón del hospital psiquiátrico, está convencido de que logró escapar de la amenaza y por fin se siente tranquilo. ¿Qué otra vía podía tomar el anciano sino la de la locura, cuando en su realidad la cordura significó siempre la obediencia al dictado de la muerte silenciosa? Puede resultar comprensible que de locos sea pretender vivir, en un mundo donde la existencia está ya prefabricada, porque turbarla sería quizás sólo padecerla.

A través de este film, Kurosawa nos coloca en disyuntiva, se vale de los contrastes para generar el shock, despertar conciencias y conducirlas hacia un rumbo no explorado, por eso el anciano Nakajima se muestra a primera vista como un hombre nada perceptivo, más bien brusco y antipático, de carácter áspero e irascible, de rostro desproporcionado y mirada ausente, pero quien al pronunciar una sentencia o a través de un solo acto es capaz de derrumbar todos los muros, como cuando después de un enfrentamiento entre los integrantes de la familia en la sala del tribunal, donde el anciano ha sido blanco de agresiones físicas por parte de sus hijos, y mientras éstos lanzan improperios en su contra, se le ve entrar con las manos cargadas de sodas para todos.

Que más allá de lo dictado, de lo permitido, de lo posible, el ser humano despliegue sus facultades, es el llamado que Kurosawa hace a través de esta historia; asesta un golpe a la antipatía, a la frustración, a la ignorancia; desnuda al espectador delante de un espejo y lo obliga a adoptar una postura: la de un Kiichi Nakajima que sabiéndose un ser vivo pelea por ese derecho; o la de la familia del anciano, que infestada de inmundicia ha perdido la noción de sí misma; y ambas posturas sujetan igual carga de responsabilidad porque no se puede optar por una o la otra alternativa y continuar por la ruta del no hacer para que nada pase. En pocas palabras, Crónica de un ser vivo es una trampa en la que con gran perspicacia Kurosawa nos hace caer y de la que sólo hay dos formas de salir: vivo o muerto.

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FICHA TÉCNICA

 

Título: Crónica de un ser vivo

Título original: Ikimono no kiroku

Dirección: Akira Kurosawa

País: Japón

Año: 1955

Fecha de estreno: 22/11/1955

Duración: 103 min

Género: Drama

Reparto: Toshirô Mifune, Takashi Shimura, Minoru Chiaki, Eiko Miyoshi, Kyôko Aoyama, Haruko Togo, Noriko Sengoku, Akemi Negishi, Hiroshi Tachikawa, Kichijiro Ueda

Productora: Toho Company

 

 

 

3 Responses to “Kurosawa, una alerta a favor de la vida”

  1. Rosa Aurora
    21 septiembre, 2013 at 22:29 #

    Hace no mucho comencé a disfrutar los filmes de Akira K. Es un despertador de conciencias. ¡¡Ojalá en México tuviéramos una materia: Cine Kurosawa!! Muy buen artículo. Gracias.

  2. Rosa Aurora
    21 septiembre, 2013 at 22:26 #

    Hace no mucho comencé a disfrutar los filmes de Akira K. Es un despertador de conciencias. ¡¡Ojalá en México tuvieras una materia: Cine Kurosawa!! Muy buen artículo. Gracias

  3. baltazar zanabria sol
    17 septiembre, 2013 at 12:44 #

    Excelente crónica de una pelicula indispensable del maestro Kurosawa, al cual le debo gratos momentos de sus obras maestras «los 7 samurais», «rashomon», «Trono de sangre», «el angel borracho» y un gran etcetera que le da el caracter de inmortal y universal. Gracias por aportar con cintas como esta para personas con paladares exigentes. Felicidades por el blog.

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