Óscar López, comerciante y editor de novelas
Cuando buscaba datos para mi libro Periodismo contemporáneo en Chiapas, conversé en dos ocasiones con Óscar López, propietario de Mayoreo de Víveres, un negocio ya desaparecido. Ahí, entre órdenes a sus empleados y ojeadas rápidas a las cajeras, empezó a contar la amistad que había cultivado con casi todos los periodistas desde los sesenta hasta los ochenta.
A Gervasio Grajales le tenía gran admiración y afecto porque, aparte de ser un periodista influyente, era un personaje dicharachero, ocurrente, de hígado imbatible, capaz de escribir su columna “Dale y Dale” con los ojos cerrados, mientras descansaba de las jornadas interminables de Las Américas o del Mayab.
Irreverente, incluso en la vejez y yo creo que hasta en la propia muerte, a don Gerva lo encontré en una ocasión comprando un número de Playboy en Revistas Velásquez. Con insistencia le preguntaba a la dependienta si ese era el número nuevo porque ya estaba cansado de llevar ediciones repetidas. Su chofer, que a esas alturas era ya comandante o teniente, después de comenzar como soldado raso en ese que debió de ser un ejército propio y peculiar, le dijo que ese número aún no lo había comprado. Sonriente, con la revista bajo el brazo, lo vi perderse rumbo al Es!
Óscar López Camacho, quien parecía un burócrata eterno detrás de su escritorio de caoba de Mayoreo de Viveres de Chiapas, era en realidad un hombre gustoso de relacionarse con personajes como lo fue Gervasio.
En algún momento incluso llegó a publicar libros de poemas, de cuentos y novelas, los cuales vendía en El Cochinito o en su tienda El Retiro, y que colocaba al lado de las bolsas de animalito para ver si así la gente se llevaba algo de cultura.
La última vez que lo visité en su tienda se veía desmejorado pero con ánimo todavía de recordar sus tiempos con los viejos periodistas.
Aparte de hablar del Gitano, de Che Luis Cancino y del gordo Revueltas, se refirió a su más entrañable amigo, Rafael Arles, un hombre de múltiples talentos que cultivó la poesía, el cuento y la novela como pocos en Chiapas.
Me entregó, en esa ocasión, Ojalá te mueras en una edición en rústica de 1970, patrocinado por el Automercado El Retiro, de su propiedad.
Óscar López apreciaba a Arles por su irreverencia, por su amplia cultura, pero no toleraba los días de bohemia en que el novelista se ausentaba del mundo y de sus amigos.
Para sacarlo de callejón de vinos y alcoholes, el comerciante internó a su amigo en su casa de campo de Copainalá. Deseó que ahí, entre gallinas, toros, maizales y la vida parsimoniosa del campo, Arles entrara en razón. El tratamiento, sin embargo, resultó un suplicio para el novelista, que un fin de semana se escapó de su refugio para encontrar cobijo en una cantina tuxtleca.
Poco meses después, Arles murió en el Hospital General. Su único acompañante, en aquel frío diciembre fue Óscar López.
Guerrerense de origen, Rafael Arles conoció en la ciudad de México a Efraín Aranda Osorio. Bohemios ambos no tardaron en entenderse y cuando el primero fue nombrado candidato del PRI a la gubernatura de Chiapas no dudó en traer a Arles para que le redactara sus discursos.
Terminó la gestión de Aranda Osorio, pero el novelista no deseó más irse de estas tierras. Más tarde escribiría su testimonio de la fundación de la colonia Bienestar Social en la obra Tamila.
Años antes, Arles había ganado en la ciudad de México un concurso de novela organizado por Taller
es Gráficos de la Nación. El título de la obra no pasó inadvertida para los lectores: Ojalá te mueras. Un transeúnte, quien al ver el libro en una librería, se sintió ofendido con el título, escribió con letras gruesos un mensaje para el autor: “Cómo no se muere tu chingada madre”.
Provocador, ilustrado, bohemio, Rafael Arles adoptó a Tuxtla como su ciudad. Vivió aquí durante 20 años y le tocó escribir parte de nuestra memoria colectiva. De eso hablamos con Óscar López Camacho, un empresario que en alguna ocasión se metió de editor de poetas, cuentistas y novelistas chiapanecos, y que entendió que ese negocio estaba hecho para llevarlo a la quiebra.
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