Nambaritik
Allá por los setenta y ochenta, los surimbos solíamos acudir, el día primero de cada año, a Nambaritik, un lugar lleno de palmeras de coco y aguas medio azufradas que corrían en pequeños arroyos por todos lados.
Allá por los setenta y ochenta, los surimbos solíamos acudir, el día primero de cada año, a Nambaritik, un lugar lleno de palmeras de coco y aguas medio azufradas que corrían en pequeños arroyos por todos lados.
Para evitar habladurías, el periodista Pepe Figueroa, comentaba sonriente, que lo único que construyó, diseñó y se apasionó cuando se desempeñó como presidente municipal de Jiquipilas fue construir una enorme “j” a la entrada de su pueblo. De él, a diferencia de muchos alcaldes, nadie puede decir que no hizo ni jota.
Un murciélago, apenas destetado por su madre, apareció en la ventana de mi cuarto. Mis hijos, compadecidos por su cuerpo pequeño y su cara extraña, lo metieron en una caja de zapatos.
A don Asariel Medina lo enterraron ayer. Según su fe de edad, si es que no miente, tenía 107 años. A mí me pareció siempre eterno; un hombre sin edad, menudo, ubicuo, sabio, extraño.
El gobernador Manuel Velasco Coello por fin reconoció el estado desastroso en que recibió las finanzas estatales, pero aún le falta encontrar y señalar a los culpables.
Los chiapanecos ya tenemos de qué “enorgullecernos”: de acuerdo a Forbes, la profesora Elba Esther Gordillo encabeza la lista de los hombres y mujeres más corrutos de México. En un lugar destacado, si se le hubiera investigado mejor, habría quedado el exgobernador Juan Sabines Guerrero. Y eso es lamentable, porque no obstante que protagonizó el mayor atraco que ha sufrido las finanzas estatales, vive disfrutando de las brisas del mar en Acapulco, sin mayores sobresaltos.
Manuel Velasco Coello heredó un Estado con la vida institucional despedazada, una deuda de 42 mil 300 millones de pesos y un exgobernador incómodo y sin escrúpulos.
Hace un año que este capitán se hizo de los mandos de un barquito pobre y a la deriva, después de que el último timonel expoliara sus tesoros, vendiera sus remos e hipotecara sus anclas.
No tengo por qué dudar del ataque perpetrado en contra de la familia del diputado Fernando Castellanos Cal y Mayor, pero me llama la atención que un hombre que sirve al sistema emergente sin ánimo crítico y más bien con servilismo, sea víctima de un atentado infame, cobarde, pero sobre todo, imbécil.