La tía Herlinda era una tía consentidora. Reunía a todos los sobrinos y jugaba con ellos, en tardes de lluvia. Prendía la radio, hacía que todos se tomaran de las manos, hicieran rondas y, cuando ya estaban agotados, les decía que se tiraran en el piso y, en lugar de jugar al juego soso de “cuando compres carne, ¡no compres de aquí, ni de aquí, sólo de aquí!”, les prendía alas a sus sobrinos y, con voz de hada buena, les decía: “¡Vuelen, hijitos, vuelen!”
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