
Qué frágil es la memoria…
El pueblo se levantó una mañana límpida y se olvidó del nombre de las cosas. La taza de café sólo era un objeto con un hueco al centro. Lo miraron por largo tiempo con el asombro como si conocieran el mar por primera vez. Esa taza podía ser una pecera si colocaban un pez, una macetera si disponían una flor al centro de su universo, una campana de amplio sonido si se invertía, y así fue multiplicando su posible uso.