Cuentan que Diógenes sólo tenía una escudilla para beber agua, cuando se dio cuenta que le bastaba formar un cuenco con la mano ¡tiró la escudilla! Javier dice que Diógenes no hubiese hecho tal cosa si hubiese sido un buen bebedor de champaña o de vino o de güisqui. “¿Imaginás desperdiciar unas gotas del elíxir divino?”, me pregunta. No, no puedo imaginarlo. ¡Pobre Diógenes, pobre Javier! El vaso es uno de los adminículos (ah, qué palabrita) más generosos. Permite que su dueño lo llene casi con cualquier líquido o sustancia.
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