El periodismo militante de una feminista
Este 13 de Marzo el Instituto de Elecciones y Participación Ciudadana (IEPC) en Chiapas organizó un foro denominado “con valor de mujer” –Sí, ya sé, a mí tampoco me gusto el nombre, pero el evento estuvo muy bueno-.
En el foro ofreció una conferencia la querida periodista, Cecilia Lavalle, experta en el tema de participación política de las mujeres. Después de su intervención participamos en un conversatorio la arquitecta, Maximilia Santis Pérez; la ex diputada federal, Holly Matus; la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, Gabriela Zepeda Soto. La moderadora del conversatorio fue la consejera electoral, Laura León Carballo, quien me invitó a también participar como ponente en este conversatorio.
Después de este conversatorio presentamos junto con la directora de Cimac, Lucia Lagunes Huerta y la periodista, Valeria Valencia Salinas el informe “el sexismo en las noticias es violencia política”. En unos días les compartiré a detalle los hallazgos en este informe, que es un estudio del comportamiento de diferentes medios de comunicación en el proceso electoral 2018.
Durante el primer conversatorio que tuvimos no me dio tiempo de leer toda la intervención que había preparado y les aseguré a la multitud presente –está, está bien, tal vez estoy exagerando un poco sobre el número de asistentes- que compartiría por este medio mi intervención completa así que aquí se las dejo.
Participación en el conversatorio del foro “Con valor de mujer”
Hace un par de años las compañeras de la organización civil Keremetic me invitaron a participar en una reunión de las “Violet Witches”. Para esa reunión hice este texto que denominé “Cómo me hice feminista”. Lo que les voy a leer ahora no es precisamente ese texto íntegro porque las personas no somos las mismas conforme pasa el tiempo, pero sí recupera muchas ideas de ese artículo. Digamos, pues, que esta es su segunda edición…corregida y aumentada.
UNO
Todo comenzó por mi gusto por los muslos de pollo. La pechuga siempre se me ha hecho muy seca; la pierna con poca carne, últimamente también les he encontrado gusto a las alitas, pero a los siete u ocho años de edad lo que más apreciaba eran los muslos de pollo.
Estaba sentada junto a mi primo en una comida familiar. De manera insistente le decía a una de las tías que servía que quería el muslo de pollo. Ella me ignoraba con la misma insistencia en que yo solicitaba esa presa.
Mi primo, que era más grande que yo sólo por cinco meses, me dijo –con ese semblante de quien se ha dado cuenta de algo que las y los demás ignoran- “No te la van dar. Mira…date cuenta siempre cómo sirven. Las que sirven la mesa son siempre las mujeres, a quienes primero le sirven son a los hombres, luego le dan a comer a los niños y por último ellas. El muslo le gusta a mi papá y le van a servir los dos a él”.
Cuando él me dijo eso me di cuenta que, efectivamente, así era. Nunca me había percatado. Pero, ese día me di cuenta. Las mujeres sirven de comer a los hombres y ellos son los primeros en alimentarse.
Mi primo después me dijo que a él también le gustaban los muslos de pollo –tal vez sea un gusto genético-. Y que nunca le tocaba esa presa porque era para su papá. Él tenía todo un plan: cuando fuera grande y a su esposa le tocara servirle, se comería los dos muslos del pollo. Nadie se lo discutiría. Sería el hombre de la casa.
¡Caray! Sentí tanta envidia de su plan y me puse a pensar “¿Y si mi esposo también le gusta el muslo del pollo?”. Mi plan entonces consistía en preguntarle a cualquier prospecto de pareja ¿Qué presa del pollo prefería? Obvio, si decía el muslo estaba descartado de mi lista. La estrategia se me hizo suficiente en ese momento.
DOS
Mi primo y yo convivíamos mucho. Estaba enfermo y no sé si por eso o porque, realmente, era así tenía dos características: era muy observador y un poco cruel. Las dos cosas en un niño de ocho años abren un abanico inmenso de posibilidades.
Estábamos sentados en la banqueta de su casa viendo a varios niños jugar fútbol. Vi la cara de mi primo que traía ganas de jugar y le propuse que pidiéramos juego. Su respuesta fue “A mí me hace falta una pierna y tú eres mujer ¿Crees que nos van a dar juego?”.
No tenía mucho que había pasado lo de los muslos de pollo cuando pasó esto. Decidí dejar la idea del fútbol y empezamos a platicar sobre las diferencias que hacen por ser hombres o mujeres. Era casi un juego para nosotros empezar a enumerar las acciones que se hacen por construcción de género –obvio no le llamábamos así-: Las mujeres no pueden ser mecánicas, decía él. Los hombres no pueden llorar, decía yo. Para él era como decir lo obvio, para mí era darme cuenta de un destino, que en ese momento, se me hacía inevitable, me dolía darme cuenta de las cosas que podía y no podía hacer sólo por haber nacido mujer.
TRES
Desde que estaba en la secundaria he estado en cuadros de formación política. En cuanto ideologías políticas de izquierda me ha tocado casi de todo. En una ocasión –tendría como unos 16 ó 17 años- estaba en una comunidad después de un taller de formación política. La mayoría en el taller eran hombres, las pocas mujeres que estábamos éramos de fuera, yo ya me traía mi ondita con la cuestión de género en ese momento. Así que la pregunta era obligatoria ¿Y las compañeras? La respuesta: están haciendo la comida para cuando salgamos.
Cuando salimos del taller unas diez mujeres servían a todos. ¿Adivinen, a quiénes les servían primero? Por dentro decía “Ya me chingué, ya estuvo que no me tocó el muslo del pollo”.
Bueno…también pensaba que si hay algo peor que los machos convencionales, son los machos de izquierda. Esos que quieren cambiar el mundo, pero no quieren perder sus privilegios. Que hablan de las diferencias de clases, pero cuando hablamos de la mayor diferencia social que existe en el mundo, que es la de género, se hacen los sordos. Que salen hacer la revolución, pero cuando llegan a su casa quieren encontrar la comida caliente; los hijos y las hijas cambiadxs. ¿Quién piensan estos hombres que hace las labores domésticas mientras ellxs participan en la política?
La desigualdad social atraviesa el género, la raza y la clase. Cualquier política pública que no vea alguna de ellas está condenada al fracaso.
Cuatro
Hace 18 años empecé a colaborar en la agencia de noticias con perspectiva de género Cimac (Anuncio parroquial. Al terminar este conversatorio Cimac presentará el informe de violencia política en los medios de comunicación en proceso electoral 2018). Retomo… En ese entonces no me decía, abiertamente, feminista. Me abrazaba yo del tema de equidad de género, me resultaba menos chocante y me permitía lidiar con las y los demás. No salía del clóset, pues.
Manifestarse “Feminista” no es fácil. Es luchar contra corriente. El feminismo atraviesa todo nuestro ser. Nos hace replantearnos nuestras acciones. Hace evidente nuestras incongruencias. Pero, no decirse feminista en un lugar en donde todas se proclaman como tal también es difícil. Así andaba yo en aquellos años en las reuniones con las “Cimacqueras”. Tal vez es por eso es que intento respetar –no siempre me sale- el proceso de las y los demás en cuanto al feminismo. Por las compañeras que me respetaron y las que no.
Trato de respetar los diferentes tipos de feminismos. El proceso de cada una y cada uno. Con lo que no soy tolerante es con la discriminación y la violencia. Con las simulaciones.
Cinco
El día que fueron trasladados los reos del penal de cerrohueco al entonces nuevo penal del Amate, era mi guardia en el periódico que laboraba. No me dejaron cubrirlo ni a mí, ni a la compañera que de por sí cubría la fuente. Fueron a levantar a un compañero varón porque supusieron que correría menos peligro. No nos dieron la oportunidad de elegir a nosotras. Supongo que creían que un pene sirve como chaleco antibalas porque de otra forma no me explico la decisión (#Sarcasmo).
Las fuentes de información en los medios de comunicación se siguen asignando a hombres o mujeres con base a los roles tradicionales de género. Hay pocas compañeras fotógrafas, en la nota roja o en la sección de opinión; en cambio estamos en secciones como espectáculos, cultura, educación…así como se designan las comisiones en el Congreso del Estado por cuestiones de género –aunque no lo reconozcan- así también se dan las fuentes en los medios. Esto no ayuda a cambiar los imaginarios sociales, al contrario, fortalece los estereotipos y nos coarta la posibilidad a nosotras de desarrollarnos en toda nuestra potencialidad.
En las salas de redacción de los medios de comunicación pasa de todo. Hace poco un grupo de compañeras dieron a conocer los resultados de un sondeo que realizaron con diferentes periodistas de diversos medios. Siete de cada 10 mujeres entrevistadas dijeron haber sufrido algún tipo de acoso en sus centros laborales ya sea por sus jefes, compañeros o fuentes de información. Esos números tienen rostros y son rostros conocidos.
En la escuela y en las salas de redacción nos enseñaron que deberíamos de mantenernos alejadas de la nota, que debíamos de escribir desde la tercera persona, que debíamos de ser “objetivas”. Muchas nos la creímos, o al menos, por un tiempo lo hicimos.
Estoy convencida de las posibilidades que tiene el periodismo como transformador de la sociedad y la construcción de ciudadanía. Estoy convencida que no se puede lograr eso con esas viejas lecciones en las que los docentes repetían como autómatas que ética periodística era ser objetivas y mantenerse al margen.
Ahora, veo contenta cómo somos varias las mujeres periodistas que diario desafiamos esas lecciones aprendidas. Las veo haciendo entrevistas con su pañuelo verde en la muñeca de la mano; leo felizmente sus textos escritos en primera persona, haciendo opinión. En la marcha del 24A en Chiapas si nos hubieran dividido por oficio las periodistas hubiéramos sido el contingente más amplio. Llegamos no solo a cubrir la nota, sino a tomar el micrófono, a sostener la pancarta.
Hay quienes se repiten, a veces pienso que ellos mismos se quieren convencer de ello, que al periodista le toca informar y sólo eso, que las acciones la deben de tomar las y los otros, como que el ser periodista nos quitará el derecho y la obligación de ejercer nuestra ciudadanía. El activismo de las y los periodistas es cuestionado como que si este oficio no nos permitiera luchar por nuestras convicciones. Si existe algún trabajo que haga eso pobre aquel que lo ejerza. Eligió el peor oficio del mundo, yo en cambio, elegí el mejor oficio del mundo, uno que me permite ser: ciudadana, feminista y periodista.
Seis
¿Cuándo me volví feminista o más bien me reconocí feminista? La verdad es que no lo sé con precisión. No es que un día estuviera sentada viendo hacia la ventana de mi casa y Simone de Bouverier o Rosario Castellanos se me revelara y me dijera que ese era mi destino. No, no fue así.
Tampoco fue el día que no me dieron el muslo del pollo. Ese día yo creo que fue la primera vez que fui consciente de la desigualdad de género, y por eso conté, precisamente, esa anécdota porque además creo que ilustra que la desigualdad de género la vivimos en la cotidianidad, a veces, con actos que parecieran nada, que resultan inocentes, pero no lo son.
Creo que las personas somos lo que somos por una serie de sucesos que pasa en nuestra vida. A mí me hizo feminista conocer las historias de vida de las mujeres trabajadoras sexuales de la zona de tolerancia; ver a un día a una señora desplazada golpeada por su esposo porque ella se negó a tener relaciones sexuales en el baño del albergue. Me hizo feminista platicar con las madres de migrantes desaparecidxs.
Me reconocí feminista de tanto cubrir los feminicidios, a mujeres que las asesinan por su condición de género. Me hice feminista al ver que jóvenes de preparatoria no pueden seguir estudiando porque sus padres prefieren mandar al hijo varón a la universidad; me hice feminista cuando vi cómo mujeres que están en el penal del Amate fue por encubrir a su pareja o participar en hechos delictivos con ellos, muchas no querían, las obligaron. Otras están recluidas por haberse defendido de quienes las atacaban.
Me hice feminista al participar en una campaña que busca visibilizar la muerte materna y darme cuenta que muchas mujeres mueren por razones género. Me hice feminista de tanto ver las cifras del INEGI que nos dejan en desventaja a las mujeres en todo: somos las que menos tenemos acceso a la educación, aunque tengamos mejor índice terminal de estudios; somos las que menos propiedades tenemos; las que más horas dedicamos al trabajo doméstico. Las que menos estamos en puestos de decisión. No hay cifra que no pase por una cuestión de género.
Me hice feminista no por ellas, sino por mí. Porque me reconocí y me reconozco en muchas historias que me ha tocado cubrir como periodista, porque entendí que no se trata de una, sino de todas. Me hice feminista porque quiero vivir en una democracia y sin la participación de las mujeres no hay democracia. Me hice feminista porque es el único camino que he encontrado para llegar a la igualdad. Me hice feminista porque quiero ser feliz.
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