«No están solos, no están solos»

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Mi “amiguita de tareas” me recordó por la mañana un compromiso que tenía con ella. Quedamos de ir al Museo de Paleontología. La ruta estaba hecha iríamos a hacer unas entrevistas a la CMIC, en donde se están realizando los talleres a mujeres de oficios no tradicionales y después nos iríamos al museo.

Al salir de la casa pasamos a la Farmacia del Ahorro que está en el crucero de Juan Crispín todo parecía tranquilo, pero al salir vimos decenas de personas que venían caminando. Se notaban aturdidos, unas maestras llevaban sus zapatos en las manos, habían caminado desde la Pochota hasta ahí.

Elementos policíacos estaban en esos momentos replegando la manifestación de los maestros y las maestras en la entrada poniente de Tuxtla Gutiérrez, lo mismo hacían de lado oriente.

Decidimos no interrumpir nuestros planes y continuar con nuestro itinerario. Llegamos a la CMIC e hicimos las entrevistas que teníamos pactadas. Nos quedamos a ver el acto protocolario que se tenía previsto con la presencia del presidente municipal, Fernando Castellanos. El alcalde todo el tiempo estuvo con el celular en la mano, pocas veces levantaba la vista, apenas y cuando el orador u oradora en turno mencionaba su nombre. Estoy segura que no alcanzó a escuchar bien la petición que hicieron las constructoras para destinar más recursos para la capacitación de oficios no tradicionales. Estaba absorto en otra cosa.

Tenía una idea de cómo estaban las cosas en la ciudad, pero pensé que era seguro ir al Museo de Paleontología –no es, precisamente, el sitio más concurrido o que sea blanco para algún tipo de manifestación-. El lugar estaba cerrado “por causas de fuerza mayor” decía un letrero. Así que optamos por el museo de arqueología.

Estuvimos recorriendo la sala por poco más de una hora, el sitio no tiene clima así que con el calor es difícil el entendimiento de las culturas prehispánicas. Con todo y todo ahí adentro las dos estábamos absortas en lo nuestro, poco sabíamos de lo que ocurría allá afuera. Estábamos, pues, en otro tiempo.

Al salir del Museo se nos fue difícil conseguir transporte. Avanzamos hacia la avenida central y ahí fue donde nos encontramos de frente con una patrulla incendiándose, los maestros y maestras atrincherados. La parte más fuerte del enfrentamiento había pasado, la tregua entre policías y maestros ya había sido pactada con la intervención de vecinos del lugar que habían pedido que cesara la confrontación porque el gas lacrimógeno estaba afectando a todos.

Unos médicos con su uniforme del IMSS se acercaron a un grupo de maestros, les preguntaron si alguno de ellos o sus compañeros necesitaban asistencia médica. Les llevaron botellas con coca-cola para mitigar el daño del gas, les dieron un par de recomendaciones y se marcharon diciéndoles que si necesitaban algo les avisaran.

Unos maestros seguían sacando llantas de una talachera para una barricada o lo que pudiera ofrecerse. El dueño del negocio se las ofrecía sin ningún problema y se notaba afligido por buscar más.

Muy cerca donde estaba la patrulla incendiándose una señora le daba agua a un grupo de manifestantes. La imagen de varios hombres con el rostro medio cubierto, sudados, y con piedras en las manos en la banqueta de una casa en donde una ama de casa les ofrece agua y ellos responden con un “gracias, jefita” puede resultar hasta surrealista, pero a mediodía de ayer en Tuxtla Gutiérrez fue una escena común. Algunos vecinos del centro de la ciudad salieron a dar garrafones y cubetas de agua a los maestros para que pudieran lavarse por el daño del gas lacrimógeno.

En otras circunstancias hubiera estado del otro lado cubriendo la nota, pero ahí andaba con mi “amiguita de tareas” así que ambas nos limitamos a ver todo de lejos en tanto lográbamos que un transporte nos sacara del lugar.

Mientras esperábamos el transporte platicaba con la señora que le acaba de dar agua a los maestros. Nos comentó que cuando estaba el enfrentamiento tuvo miedo de salir y se encerró, pero de una vez que vio que pasaba el peligro decidió salir a darle agua a los profesores. “Pues, me persigne y le pedí a Dios que no me fuera a tocar algo a mí que yo lo único que quería es ayudar a los pobres maestros que ahí los traen correteando”.

Avanzamos un poco más para poder tomar un transporte, por fin, logramos tomar un taxi. Atrás quedaron las fumarolas formadas por la patrulla incendiándose como la barricada del magisterio en plena avenida central por ese mismo lugar pasaría unas horas más tarde miles de personas vestidas de blanco para exigir la salida de los policías federales de Chiapas. “No están solos, no están solos” decían cuando entraron en el plantón y parecían decirlo muy en serio.

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