Trump
El frío en Washington hizo al improvisado Capitolio ser también frío. Tan frío que el rostro de presidente Donald Trump pareciera la de un político no vencido…, fortalecido, un presidente fortalecido es Trump.
“Salvado por Dios”, dijo, mostrando una buena y mesurada oratoria para esta singular ocasión, que, ante él, el conservadurismo estaba atento. No es que únicamente el atentado lo haya catapultado hacia la cima del poder, no; pero no cabe duda que esa era una buena oportunidad política. Única. Logró esquivar la bala mortal, como el zapato lanzado contra Bush hijo, quien también mostró sus reacciones cuando lo esquivó. Sin leer su discurso la religión se hizo presente junto al nacionalismo emergente y útil en tiempos de guerra y el proteccionismo recurrente de una economía con problemas crónicos de endeudamiento.
El ingreso del “otro” será detenido con una emergencia nacional en la frontera sur. Contra mexicanos, contra todos los ilegales. “Quédense en México”, había dicho antes y ahora. Y los aplausos confirmaban el pensamiento antimexicano cuando reiteró el envío de tropas para militarizar esa frontera contra el migrante y “el terrorista”. Fueron estos los referentes que restituyen un discurso, una cruzada, una ideología. Con ello el terrorismo vuelve a la escena de la seguridad nacional, que sin mencionarla, incuba su justificación, pero sin que la inflación mine su atención.
Los mensajes para México fueron muy claros. También para Panamá. No en esta ocasión para Groenlandia ni Canadá. Nación cubierta por el Destino Manifiesto, el creador ha elegido a ellos, los verdaderos hombres encargados de realizar sus sueños imperiales, ahora con una forma de plutocracia, que no recuerda que la historia formativa de esa nación se basó en la compra de la Luisiana, o Alaska. El resto de su territorio occidental fue tomado, y en el sur conocemos por la historia lo que pasó con México. Un pasado que atañe a Holanda, Inglaterra, Francia, España, y un futuro a Rusia y China.
La “grandeza” de Estados Unidos regresará de la mano de la Providencia, acentuada y aceptada por todos. En un momento culminante el Capitolio se convirtió en un templo católico, judío, protestante. Entonces Dios se convirtió en parte de todo, donde la religión y la política se funden en las plegarias, solemnidades que parecen ser guiadas por esas voces que la democracia permite tolerar.
Un discurso esperado. Un reto logrado dirá Trump. En el momento en que el fiscal encargado de su caso acaba de renunciar, los caminos de su praxis política se disipan. Se refuerzan. Los sentimientos del monroísmo expansionista hacen descansar cada palabra en esa “grandeza” remarcada, aceptada y aplaudida en el Capitolio. Cuando es respaldado por ese sincero patriotismo que emerge del clímax del evento cuando en el himno nacional hace del traspaso del poder político que la nación que jura ante la biblia vuelva a la política. Es Trump, quien estuvo cerca de ir a prisión por una investigación del Poder Judicial, que fue vetado en Twitter y atacado desde Facebook. En el momento en que todos los presentes con la mano en el lado izquierdo del pecho, cantan su himno, el presidenteTrump tiene su mano derecha en la cabeza, haciendo con ello un saludo marcial, que despejaría por momentos su forzada sonrisa.
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