Siria
En el momento en que este país dejaba de ser una “nación”, (derrumbada su soberanía, huyendo su presidente, sus fuerzas armadas capitulando), políticos occidentales (no Zelensky), en el templo de la iglesia de Norte Dame recién remodelada, oraban y cantaban, dejando sus culpas para el purgatorio dantesco. Mientras tanto, fuerzas mercenarias turcas -yihadistas disfrazados con la luz verde encendida dada por las potencias occidentales- invadían desde el norte sin encontrar ninguna resistencia militar. recuerdo de un guion cinematográfico donde mafias comulgan mientras una masacre se consuma rompiendo la omertá, donde Lady Macbeth se apersona en el presente, donde la expresión clausewetziana tiene pase de entrada apocalíptico: la guerra es la continuación de la política por otros medios.
A menos de que hayan sido pagados, chantajeados, u ordenados, no se entiende esta especie de “rendición pactada” de las fuerzas armadas sirias (269.000 miembros en 2020, según el Banco Mundial), frente a numéricamente menores fuerzas mercenarias usadas para no ser vistas como un ejército invasor. En realidad así fue. Esta estrategia militar forma parte de lo que algunos analistas militares denominan “guerra híbrida”, la cual tiene entre otras cosas, no invadir con personal uniformado porque implica reconocer una agresión, y sí el uso de agentes encubiertos, no se declara por la guerra, pero no “estallan” solas; son cobijados y apoyados por gobierno externos y agencia de espionaje, cuyos intereses geoestratégicos y geopolíticos en la región sirven de camuflaje de un fondo con legado colonial. Recordemos Libia y, justamente antes, Siria. No es que “espontáneamente” aparezcan las “fuerzas liberadoras”, porque en el proceso desestabilizador las operaciones encubiertas hacen que, por ejemplo, las “labores humanitarias”, sean la fachada que faciliten el camino de un cambio de gobierno. Se trata en realidad de una forma de “golpe de estado”, donde el pueblo es una base de apoyo con quien contar. La mercerización de la guerra se vuelve en este enfoque hibrido una necesidad que evita, en teoría, rendir cuentas sobre el derecho internacional, quizá la base de la seguridad internacional desde la paz de Westffalia.
El único ejército invasor es el israelí, que uniformado y con tanques e infantería propias, aprovecha otra coyuntura desde el sur para avanzar sin que haya en el camino fuerzas armadas que defiendan la soberanía. Es otra oportunidad porque con Hezbolá y en Gaza, no fueron fuerzas militares las que combatieron. Son milicias armadas, con matices como en el Líbano.
En Siria se conjuga el factor geoestratégico con la guerra, convertida y usada por una sistemática guerra económica como arma política. No es sólo la inclusión de ejércitos disfrazados, porque en Siria -lo que era como Estado- un gasoducto que pasaría por su territorio desde Qatar hacia Turquía como proyecto no existirá más; también la destrucción del gasoducto Stream II que llevaría gas ruso por Ucrania a Alemania y Europa, y a través del mar báltico. Es decir, se impidió que Rusia tuviera ese acceso y venta de gas más barato a Europa y minar sus ingresos, además de terminar la colaboración energética rusa-alemana, la cual fue desde su construcción, blanco de un boicot comercial por parte de Estados Unidos y sus aliados, que obligó a los socios a retirase de la inversión, como Suiza.
Aspectos afectados hasta el momento por la situación bélica imperante en Medio Oriente y Eurasia: rompe la asociación energética rusa-alemana y de Europa, y desparece su viejo anhelo de tener una “autonomía estratégica” para su defensa, pero por el momento es la OTAN -Estados Unidos-, el encargado de esta y del “choque de civilizaciones”.
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