Escenografía
Lejos está Israel. Pero todos los días vemos pasar frente a nosotros el horror de la guerra. Parece volverse habitual. Como habitual fue que pocas voces algo dijeran en los Óscares. No sabemos si alguien hará otro Gernika. Allí donde el hambre es otra arma de guerra, donde los proyectiles de fragmentación achicharran cuerpos, allí, donde más de 25000 mujeres y niños palestinos han sido asesinados, dice un encargado de hacer la guerra: Lloyd Austin, jefe del Pentágono, quien ha sugerido mesura a su aliado Israel. -Toda una tragedia, sin duda, -expresa una periodista. Y pasamos a otras noticias:
La denominada seguridad se ha colado obligatoriamente en los discursos electorales. En el de la derecha, su candidata desdeña labores militares de la seguridad interna, mandando señales en sentido contrario, aunque la guardia nacional continuará. En cambio, las complicadas y confusas “labores civiles” de los militares no continuarán, ha dicho, o sea, dejar de construir aeropuertos y trenes u otras donde se requiera. Esta crítica aleja la idea asociada a la contribución de las fuerzas armadas al desarrollo. En otro renglón, pareciera verse un regreso acotado de una seguridad que demanda “orden”, o incluso, “mano dura” para detener la violencia -no generalizada- que ha afectado la libertad de tránsito. Esta demanda no nueva de mantener el orden ya fue realizada por los partidos que la candidata de la derecha representa, pero no resultó.
El resurgimiento de la violencia política -asesinatos a candidatos, secuestros, hostigamiento- es presentado por algunos medios como algo “nuevo” y “desatendido”. Su rostro amarillista juega el papel de gatillo, que hace ver a todo el mundo un gobierno que no enfrentó la violencia con violencia, en contraposición a “abrazos no balazos”. Pero fingir amnesia no es un buen consejo. Sin presumirla, asumen que la lógica guerrera podría ser la solución. Se comprende que la derecha política crea que, con tal de imponer el orden como el fin sin ver los medios, sea su bola de cristal; pero ponerse una chaqueta castrense, oír el canto del encierro masivo, o jurar con un rito de sangre de algo que ya está en la constitución no es alentador. “Ya vimos de lo que fueron capaces de hacer entre 2008 y 2014”, escribió Fabrizio Mejía.
El tema de la seguridad liga necesariamente a los militares, y ha sido, además, punta de lanza de los anteriores gobiernos. El PRIAN, no quitó una coma a las políticas de seguridad, incluso, un militarista como Calderón, declaró “su” guerra siguiendo lineamientos de Estados Unidos, contra los narcotraficante para, entre otras cosas, legitimar el fraude electoral, enviando al ejército a Michoacán. Tampoco es nuevo es que la violencia político-electoral aparezca magnificada o minimizada. Votar con miedo podría convertirse en un recurso. No es necesario volver a la cita goebbeleania para saber el efecto del uso y control del miedo social como propaganda o guerra psicológica en poder de medios tecnológicos o gobiernos.
Habría que pensar entonces a quién le conviene producir y seguir el camino de un ambiente electoral violencia, bloqueos de calles y carreteras, propiciar el rumor de que una enorme ciudad se quedará sin agua, que el éxodo masivo de mexicanos a Canadá está en ciernes. Y nosotros los chiapanecos que nos creíamos tan lejos de Guanajuato y tan de cerca de Berriozábal.
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