Catarsis
Ganar sufriendo. Esta sería la cuestión existencial de la selección nacional en los últimos años. ¿Por qué esta incertidumbre ha estado presente en la psique de millones de mexicanos cuando llega el momento de jugar un partido de futbol? Llegar al sacrificio eterno, insalvable, de los penales. El regreso maldito. Pensaron algunos no estarían otra vez, y que este trauma ya se había superado. Un locutor chapulín nerviosamente, con los labios temblando en medio de griterío por la “hazaña” de empatar el juego de ayer contra una desinflada Honduras habría dicho: “… esta situación ya superada de los penales para México es una asunto de actitud y actitud desearía que ahora la mostraran los futbolsitas”.
Pero el chino falló dos penales…
Volvieron desde el más profundo hoyo de los juegos recordados con frustraciones no superadas desde el 4-1 frente a Italia en México 70, o desde los momentos sublimes de empatar a Argentina para después caer, o ¿desde el “no fue penal”? Esas “maldiciones” están presentes en el futbol, algunas superadas, como España que siempre se topaba con la “bestia negra” italiana. Pero la superaron y hasta se convirtieron en campeones del mundo. Qué decir de la selección nacional. Qué busquen los que saben el origen del agua envenenada. Que no sufra más esta afición y que la verde sea de ese color, pese a que Adidas la cambió por una negra, elegante, presencial, distinta y no propia al sentir de la masa. “Yo daré todo, pero que sea lo que Dios quiera”, dijo recientemente un nadador mexicano antes de su prueba final en Chile. Bueno, ya sabremos hasta dónde la Providencia hará lo que el desea.
La celebración sobre Honduras ha sido como si la Jules Rimet es ya nuestra. ¿Por qué no jugaron así de visitantes? Acaso es culpa del jamaicón? ¡¿Cómo?! ¿Pero si contamos con muy buenos jugadores? Sin duda. Ganamos sí… contra Honduras. La heroicidad de los jugadores en el campo en un juego de vida o muerte -contra Honduras-, donde se peleó angustiosamente bajo una repentina lluvia otoñal, que presagiaba algo la maraña de lo que sabemos. Pero esta vez los aztecas sacarían la casta, la derrota era cosa del pasado, de un pasado sin gloria. Y así ocurrió… se ganó el pase a la Libertadores… frente a Honduras.
En medio de la turbulencia de gritos, decisiones, ir y venir, el entrenador Lozano era parte de ese pensable y justificado sufrimiento: prefirió no ver los penales. Agachó la cabeza, cerrando sus ojos para quizá implorar a todos los dioses habidos en su carrera para dejarlo todo a eso: a la esperanza ganadora, el temple del ojalá, ganarle a los centroamericanos. No le importó mojarse. Su saco negro sin corbata mostraba una informalidad que pocos confunden con confianza. Allí estaba, formando parte de una catarsis, estimulante de su agonía prolongada, por ver el reloj que no servía ya de nada… eran los malditos penales.
Si en el torneo la máquina cementera hacía otra de sus cruzazuleadas, si el checo avorazado, y novato en estos campos de las élites deportivas, deseando contra todo no ser segundo, se atrevió a rebasar en casa, y colisionar con el Ferrari de Lecrec, abucheado éste por la clase media y más, hizo que “en menos de un minuto el público pasó de la algarabía a la tristeza…”, no salir gritando ayer el triunfo contra Honduras, hubiera sido encubar una noche triste más.
La selección nacional de futbol femenil sí ganó la medalla de oro y no hubo ni catarsis ni fue más que noticia. Esta vez por evitar el repechaje los héroes siguen siendo los mismos. Veremos si un triunfo en el Sudamérica será igual de eterno.
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