Frontera amenazada
Después de mucho tiempo, acaso desde el levantamiento zapatista, Chiapas, fuera de las notas de su pobreza y atraso, Chiapas apareció en las primeras planas de algunos diarios, pese a que ya con anterioridad los sucesos violentos ocurridos en la frontera sur habían sido informados por Chiapas Paralelo. No lejos están las escenas de migrantes accidentados, cuando se agrega ahora una violencia que empieza a denominarse no nueva y que pasa a formar parte de otros ejemplos en el país. La suma contiene, además, un repentino proceso de afectación económica y de la normalidad, así como incrementar el miedo y el terror entre habitantes indígenas.
Correr por la vida, salvarla, es ahora una parte de esa vulnerabilidad social que camina al lado de la desintegración familiar y “comunitaria”, porque apareció la violencia del narcotráfico, que con sus paramilitares impone autoridad entre las autoridades legales pero ausentes o rebasadas, resignadas o alidadas por otro “Estado” que altera e impone territorios.
Como un “ejército liberador” parecían esas camionetas donde hombres uniformados, cubiertos y armadas desfilaban frente a una población, no espantada; sí gritando apoyo y vítores presuntamente a miembros de un cártel que tenía la intensión de “liberar” un territorio en poder de otro cártel, pero que reclama como suyo.
Parecía, pues, un ejército que ingresaba a Chamic como “triunfador”. De acuerdo con las fuentes, ese territorio fronterizo de Chiapas, está ahora cubierta por una sombra oscura de violencia -secuestro, amenazas, levantados, asesinatos, cobro de piso-, que en esta ocasión y no única en otros regiones, se trató de obligar a la población a colocar retenes o quemar autos, con el propósito claro de propiciar miedo y terror. Por ello la población ha vivo una especie de estado de sitio sin que éste haya sido impuesto por la autoridad civil. La impuso una banda paramilitar, la de los cárteles. Entonces hay allí enfrentamientos o intentos de “liberar” un territorio después de haber sido tomado. Después llega el ejército y las corporaciones policiacas y todo vuelve a la “normalidad”.
Hasta Chamic, llegaron 800 militares del ejército mexicano. Llama la atención que las fuerzas armadas guatemaltecas instalaron en su frontera a 4000 soldados de la brigada de montaña. Más llama la atención que en esta frontera mexicana existan tropas y cuarteles desde prácticamente el alzamiento zapatista y posteriormente para militarizar la frontera como consecuencia de la migración. Por ello ha habido vigilancia y control, patrullajes e inteligencia y contrainteligencia con la finalidad de propiciar “seguridad”.
No se observa que el ejército mexicano haya sido recibido por la población de la misma forma como en Chamic. No es la primera vez que el gobierno moviliza tropas: lo hizo en abril de este año en Michoacán y antes en Tamaulipas. La causa: la misma. El objetivo: el mismo. De hecho, desde el PRIPAN, las fuerzas armadas están movilizados para funciones de “orden interno”. Pero las movilizaciones castrenses no llegan a pacificar calles y fronteras violentas. Ingresan, pero no hay enfrentamientos. Al llegar a esos territorios supuestamente en poder de las bandas, éstas desparecen. Entonces el Estado vuelve a sustituir el orden y la paz social en donde se dice, ha perdido presencia o no existe. Pero no necesariamente es así.
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