Golpe militar
Si bien se han dicho ya varias cosas sobre el golpe de Estado en Chile -11 de septiembre, 1973-, vale la pena recordar a las que tienen que ver con las operaciones realizadas por el gobierno norteamericano a través de su brazo clandestino de espionaje y contraespionaje, la CIA. Mención aparte merece también las reflexiones de algunos militares chilenos sobre todo cuando se enfatiza que el papel de las fuerzas armadas ante un proceso electoral respetan la constitucionalidad de éste, no interviniendo en él, y más bien asumen el veredicto, hecho que ocurrió y fue manifestado públicamente por el comandante del ejército el general Schneider, asesinado poco después, lugar que tomado por el general Prats, también defensor de la constitucionalidad, y también asesinado en Argentina después de exiliarse y dejar el puesto y el camino libre hacia los militares golpistas, cuando el presidente Allende nombró al general Pinochet como jefe del ejército. El resto es una historia que no debe olvidarse, que el golpe de Estado militar cumple 50 años, que en nombre de la seguridad nacional fueron exterminados miles de chilenos.
Acerca de intervencionismo de los Estados Unidos documentos viejos y nuevos dan cuenta de ello. Los otros componentes de la desestabilización del gobierno allendista fueron la Agencia Central de Inteligencia y el asesor para asuntos de seguridad nacional en el gobierno de Richard Nixon (1969-1974), Henry Kissinger. Las opiniones pueden ser negadas si desde este gobierno diera su posición en el Putsch. Sin embargo, su actitud antes y durante el derrocamiento del presidente Allende ha sido evidenciada ampliamente y no hay ahora espacio aquí para abordarlo de forma más cabal. Por ejemplo, en 1970 Kissinger declaró que “el régimen marxista de Allende contaminaría a la Argentina, Bolivia y Perú…” (Victor Marchetti y John D, Marks, La CIA y el culto del espionaje, p. 47) Para el periodista Tim Weiner este político “había calificado a Chile, en una frase célebre, como como una daga que apuntaba al corazón de la Antártida; pero e caso es que en marzo de 1970 aprobó un programa de guerra política para aplastar a Allende con un presupuesto de 135.000 dólares. El 27 de junio, mientras añadía otros 165.000, observaba: ‘no veo por qué tenemos que dejar que un país se haga marxista sólo porque su población es irresponsable’. Respaldó así la derrota de Allende…” (Legado de cenizas, la historia de la CIA, 2008, p 332)
Pronto las flechas fueron lanzadas hacia el objetivo de parar la llegada de la coalición de partidos de izquierda encabezados por Allende. Pese a que informes mostraban las pocas probabilidades de efectuar un cambio de gobierno, el plan continuó y en 1970 la CIA puso manos a la obra usando la propaganda antiallende: “se imprimieron carteles, se filtraron falsas noticias, se alentaron comentarios editoriales, se hicieron correr rumores, se arrojaron octavillas y se distribuyeron panfletos”, informa Weiner (pp. 322-323) Y agrega que “el objetivo era aterrorizar al electorado”. (p, 323) Para propiciar el golpe la CIA tuvo que atraer a los militares -de una de las instituciones militares más profesionalizadas del continente y un país carente de golpismo como era Chile hasta 1973-, paralelamente la International Telephone and Telegraph, también contribuyó con dinero, para desestabilizar al gobierno, porque “El deseo de la administración Nixon era que el régimen de Allende sufriera un colapso económico, con lo que se desacreditaría el socialismo”, testificaron funcionarios del Departamento de Estado ante el Congreso norteamericano. (Marchetti y Marks, p. 47).
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