Violencia
Llegaron retrasadas las primeras lluvias a Chiapas, las aguas negras se llevan todo a su paso convirtiendo las calles en ríos. También llegó desde sus sombras la violencia, y junto a ella, el miedo, dispersando familias, movilizando a miles de fuerzas militares en la flexible frontera sur, territorio donde ahora es motivo de una guerra entre dos bandas de narcotraficantes, en el cual una, la viejo, es retado por otra, la nueva. Así empezaría el guion que tiene sus protagonistas, además de aquellos, al gobierno estatal y a la sociedad chiapaneca, que no cree lo que pasa.
Tiembla la paz sexenal en un estado que ni es el más violento ni el más caluroso, aunque esta violencia no se presentaba descaradamente en el papel principal. Estaba antes sí; pero esta violencia paramilitar se presenta callejera y filmada en tiempo real al momento de un levantón de civiles -que no de policías- de la principal institución encargada de dar seguridad, o de permitir, igualmente, de “dejar pasar dejar hacer” el negocio de las drogas. Es cuando la política se vuelve “narcopolítica”. Es cuando el territorio en manos del Estado, pierde soberanía.
Información proporcionada por WikiLeaks en 2010, mostraba los reportes de los analistas de la embajada de Estados Unidos, quienes advertían sobre la endeble situación de la frontera chiapaneca, la poca capacidad por hacer frente al narcotráfico y el contrabando. Ambos países, Guatemala y México, no le ponían atención a la situación imperante, y, después de denominarla “dramática”, debido también al constante tráfico de estupefacientes y personas, afirmaban que “avionetas con drogas aterrizan a plena luz del día”. No había ni leyes ni voluntades ni datos, concluían. Prácticamente era una de una zona desatendida.
Con el tiempo seguramente se atendió, ya que esos informes se volvieron una presión para las autoridades políticas y militares mexicanas. La frontera siguió allí pero la militarizaron, y su vigilancia y control habrían hecho creer que era eficaz en cuanto a las estrategias de seguridad, porque sencillamente no había los niveles visibles y altos de violencia como en la actualidad. El problema del narcotráfico no despareció, y más bien, aumentó, sobre todo por su paulatina y constante expansión en altos niveles del gobierno. Por ello, para muchos el querer la destitución de tres funcionarios ligados a la seguridad chiapaneca, además de retar al gobierno, significa “quítenlos porque nos estorban”, esto es, el negocio de una banda de narcotraficantes. Este fenómeno, ciertamente muy serio, se asocia con una definición: la narcopolítica, escrito arriba.
Un observador podría llamar la atención que, en pleno inicio de las elecciones primarias de la izquierda, surja y se esparza una violencia no vista antes. Su notoriedad, su mayor visibilidad, estuvieron de igual forma ligados a un asalto a una joyería, un amplio bloqueo de vías de acceso, explosión de un coche bomba, y otros dimensionados por redes y medios masivos de control, ha producido miedo en una población no acostumbrada a altos niveles de violencia como la chiapaneca, si lo comparamos con otros estados, como por ejemplo, Guanajuato, gobernado por la derecha.
Cerca estuvo el caos. Ni las lluvias lo detuvo.
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