Waters
Roger Waters en Tuxtla. Una tarde calurosa de un 25 de mayo, en un cine en el Oriente. Un repertorio de rolas básico, coherente, personal. Un rockero: carismático, politizado, rebelde, viejo. Una voz, su voz, es la voz de una sincera y aislada protesta desde su tribuna, una forma atípica si de conciertos de rock se trata en la actualidad. Fue en Praga. Waters, hijo de The Wall, nos mostró que aún hay alguien del otro lado del muro… Su muro.
Se podría afirmar que desde Lennon no se insistía en ver a través del rock una crítica política, donde la injusticia o la guerra no son ajenas. Alejandra me dice que es parte del espectáculo, su espectáculo, de un guion que atrae. Otros, talvez fruncieron el cejo sin entender las denuncias del bajista, como mostrar como “criminales de guerra” a Reagan, Bush, o leer letras de Ana Frank.
Si no hubiera muerto Lennon, ¿en que se hubiera convertido? Lennon empezaba a convertirse en un referente ejemplar, en una especie de semilla de una rebelión pacifista. Su activismo mostraba una actitud sólo hecha por Gandhi. En realidad, fue el Beatle políticamente más consiente… hasta que fue asesinado supuestamente por un “fanático” en tiempos de Reagan. En el lugar de su muerte concurren cada año sus admiradores, pero no se volvió un lugar masivo de concentración.
Waters, por su parte, ha sido un pinkfloyero muy activo. Por su actitud no fue, obviamente, invitado a la reciente coronación de la realeza inglesa, como sí fueron el exbeatle MaCartney y los Stones, pero no asistieron, y de ambos, los segundos cantaron algo más que satisfacción. Waters ha trasado su camino donde él se rebobina siempre. En él, está la otra tormentosa sombra familiar. El culpable: una guerra, la segunda, que se llevó para siempre a su padre y a miles de ingleses. Como una sombra ese pasado es su memoria, que la acompaña desde que en The Wall Bob Geldof le dio cuerpo y alma.
Los que vimos ese concierto, salimos con una sensación de no lograr entender cabalmente, que el, Waters, es el mismo. Que sus baladas son el sello Pink Floyd. No hubo más. Pero lo que proyecta sus canciones a nadie se lo debe. Roger Waters, bajista y cantante, lleva por el mundo una verdadera nostalgia que tiene su valor en lo sublime y poético de sus canciones. Sin embargo, pareciera que se quedó atrapado en un círculo en el cual giran en torno a su historia, sus tonos, sus baladas, sus recuerdos.
Cerca de dos horas, metidos en una sala de cine, quietos y sentados, observamos y oímos cómo la gira del adiós This Is Not a Drill empezaba su despedida desde la arena 02 de Praga. Los testigos, yo entre ellos, regresamos en el tiempo sin trabas sólo para escuchar atentamente, quizá más que nunca, esas rolas emblemáticas de él y de Guilmor (algunas de éste los requintos sustituidos por los coros), jamás olvidadas, siempre presentes desde el primer acetato oído en la consola de mis padres. No estaba Guilmor ni Mason ni Wrigth. Pero era Pink Floyd con Waters.
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