Caifanes
Había pensado escribir sobre otro tema, como la situación política actual con los destapes y los que vendrán, pero a última hora decidí cambiar de opinión. El motivo se debió a que el viernes pasado estuvieron en Tuxtla los Caifanes, banda emblemática, experimentada, mística, culta, cercana a la gente. Sea pueblo o no.
¿En qué momento se entregaron a los caifanes en el domo de la feria? ¿Cuándo tocaron la negra Tomasa? Puede ser. ¿Cuándo tocaron la célula que explota? Puede ser. Mm… No. Todo el tiempo esa gente sintió cómo el imán se hizo uno solo. Y en ese domo, no lleno totalmente pero no le importó a nadie, testigo nocturno de ese acontecimiento, los gritos y cánticos de una banda mexicana, nuestra dirían, estaba presente para alivianar los hartazgos días de calor seco. Hacer sentir que en su gira este estado no quedó fuera.
Todos estuvieron allí. No sólo rucos ni ricos. Niños y jóvenes compaginando con una noche más o menos fresca, el color negro cubría todo el escenario preparado para iniciar a las 9:30 en punto, escuchar el fondo de un teclado introductorio y floydiano, una apertura hacia lo que muchos esperaban con ansiedad. Lo que siguió fueron las rolas de siempre y otras no tan cantadas como “las clásicas”. Faltaron otras, claro. Después de tanto pop, rap, norteño, por fin algo de rock fue para muchos el sabor de una chela clara fria.
Un ritual el cual dentro de esa estructura alta y monumental del domo, parecía por momentos una pirámide maya que acogía los cánticos, los gritos, las “antorchas” de los celulares, bailes, las lágrimas salidas desde muy profundo de la nostalgia. Enfrente un sacerdote llamado Saúl, hizo recordarnos que sus rolas son ya parte de nosotros, de sentimientos de varias generaciones y del legado de un rock que hizo pasar casi tres horas que pocos lo notaron, como un cometa.
Fundada en el corazón del rock dark con las Insólitas Imágenes de Aurora como primera agrupación, la trayectoria de los Caifanes recorre otros caminos musicales hasta que se arropó en el llamado “rock pop”, aunque posteriormente invadieron otros espacios con fusiones urbanas y autóctonas. Pese a no tocar ya toda la banda original -ni el bajista ni el guitarrista-, los nuevos integrantes pasaron la dura prueba y supieron hacer lo que les gusta. El grito de ¡“otra, otra”!, corroboraría el regreso al escenario y al país de una historia que tendría su auge en aquel México de los 90s, que juntó a otras bandas de rock, como el Juguete Rabioso, Santa Sabina, la Maldita Vecindad, que serían parte de ese intento de hacer un rock nacional. Es lo que tuvimos.
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