Mandos militares
Aeropuerto para la fuerza aérea, los puertos para la marina, y parte del tren maya al ejército. Estas tres vertientes son componentes de las relaciones entre los civiles y los militares en el México “postneoliberal”. El hecho que en algunas mañaneras los secretarios de la Defensa y Marina expongan, dialoguen y oigan las decisiones, es ya un precedente del poco ejercicio de rendir cuentas a la sociedad, debido a la falta de un mecanismo de institucionalización más fuerte después del Congreso, para que las fuerzas armadas informen de sus actividades.
Una decisión para impulsar el predominio del poder civil sobre el militar se ha manifestado hasta ahora, en la secretaría de seguridad pública, cuya titular es, hasta ahora, una mujer no militar. Sólo hasta allí. Contrario a lo que en muchos países ocurre, el mando de las fuerzas armadas recae en un o una civil, como fue en Alemania, Colombia o España, y sigue siendo en muchos. Sin embargo, esto representaría sólo un pequeño paso dado de control civil.
Pareciera que las fuerzas armadas debido a su fuerte capacidad de organización y profesionalización tecnificación educativa, se inmiscuyen más en problemas civiles. De hecho, su participación en las mañaneras lo corrobora; pero esto no se puede considerar como algo nuevo. Un ejemplo primario ha sido en la seguridad pública. En ella los militares se han encargado desde hace ya muchos años de esta área solamente policial. Esta decisión de “militarizar la seguridad pública” ha tenido efectos positivos en la percepción social pero no necesariamente una reducción de la violencia en algunas regiones del territorio. Detrás de esta decisión aún hoy vigente, está la idea de confiar los cuerpos policiacos a los militares, o de plano militarizarlos, como ocurre ahora. Frente al desorden, corrupción, infiltraciones, de aquellos, éstos son preferibles. Se entiende en ello, que el comportamiento es distinto. De ahí la confianza depositada por el poder civil para dejarla la chamba a los generales o almirantes. Pero el problema no se acaba. En particular con el narcotráfico.
Si bien las fuerzas armadas tienen sus propios instrumentos de información de la realidad nacional y mundial, su involucramiento en la seguridad pública, la Guardia Nacional y otros no necesariamente militares, fortalece aún más su posición e influencia. Pero la “militarización” del país, como algunas plumas y voces señalan, se debe a una sencilla razón: el combate al narcotráfico. De no existir este problema, las actividades castrenses seguramente serían otras, más cercanas a sus funciones militares. Por esto las justificaciones monetarias han aumentado, debido a la capacidad de fuego de los narcotraficantes. Es una modernización militar necesaria, se podría argumentar. También es una prueba de la histórica lealtad militar hacia el presidente en turno, porque nadie se ha rehusado a desempeñar funciones policiacas. Además, la pandemia requirió, no solamente a México, a la asistencia de las fuerzas armadas, en algunos casos, excesiva, como el patrullaje en las calles y el control social y vigilancia, bajo estado de sitio.
No debería sorprendernos la mayor visibilidad de los militares en la seguridad pública. Debió ser una preocupación muchos años atrás, cuando la firma de la Iniciativa Mérida oficializó una “cooperación” con el proyecto de seguridad continental, regional y fronterizo con los Estados Unidos, el cual no vería mal la sustitución policial-castrense. Sin embargo, la cancelación de la Iniciativa abre, tal vez, otra etapa bilateral menos guerrerista.
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