El viaje
Difícil decir no a una invitación del gobierno de Estados Unidos. Sólo Rusia y China pueden hacerlo. Bueno, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, sí lo hizo. O así lo quiso Donald Trump. Si el canadiense lo decidió, porque, como dijo, tu socio te impone aranceles de acero y aluminio, y si pone su rodilla en el piso en solidaridad con el Black Lives Matter, significa que las relaciones no son mejores que la del otro socio mexicano. Pero si el norteamericano es reelegido, entonces las condiciones para el canadiense serían difíciles en el marco del nuevo tratado comercial, el T-MEC.
En realidad Trump ha tenido problemas con ambos socios. Desde su campaña antimigrante hacia México, –discurso muy agresivo, construcción del muro fronterizo, contención y deportaciones masivas-, se notaba la percepción política sobre el problema migratorio –para su gobierno-; sin embargo, las relaciones no empeoraron y sí mejoraron, tomando un camino distinto al del su vecino del norte. No hay que olvidar que Estados Unidos durante la renegociación del T-MEC aplicó también aranceles del acero y aluminio a México. Pese a eso, las relaciones habían sido muy cordiales, como ambos presidentes lo expresaron. Y también hay que recordar que este tratado sustituye al TLCAN, que fue una de sus promesas de su campaña electoral de Trump. Aquél, el de 1994, del que el gobierno mexicano diría ingresaríamos al “primer mundo”, se firmó cuando las fronteras, decían los apologistas del “mundo globalizado”, estaban “abiertas”, “libres”; pero hoy los “tratados regionales” se ven, más bien, como proyecciones geopolíticas, y desde febrero de 2020, rebasados por el COVID19, porque sencillamente las fronteras –como en estos tres países- están cerradas. Lo mismo sucedió en la Unión Europea y prácticamente todo el mundo.
Tiene razón Trudeau disentir sobre los impuestos aplicados a su país por Estados Unidos, sobre todo porque no deja de lado “los rumores” provenientes de la Casa Blanca, acerca de la posibilidad de volver a imponerlos, como el mismo declaró. Más aún, si Robert Lighthizer, representante comercial de Trump, “advirtió al Congreso que la administración Trump estaba preparada para tomar medidas con la frecuencia necesaria para calmar posibles incumplimientos del nuevo acuerdo”. Pese a las quejas de parte de sus dos socios ante la Organización Mundial del Comercio, (órgano con mucha influencia norteamericana), la política arancelaria del gobierno de Trump a México y Canadá, fue una muestra de unilateralidad, pero igualmente del comportamiento de una potencia económica en declive. El discurso defensivo fue “razones de seguridad nacional”, que quiere decir algo como, primero y ante todo está la sobrevivencia del Estado norteamericano.
La situación entre Obrador y Trump ha sido distinta, como se dice, “es mejor llevar la fiesta en paz” con Trump. Muy difícil ha sido la relación bilateral con un vecino históricamente muy imperialista. No sabemos cual fue la actitud de los demócratas en el tiempo en que el presidente Obrador era opositor a los programas neoliberales, los cuales se saben ahora eran parte del reparto y del saqueo, porque el entreguismo estaba al máximo a partir de 1982. No se sabe porque hubiese sido muy importante un encuentro con los demócratas, y, sobre todo, con su candidato. Quizá ese fue el riesgo tomado por Obrador, con tal de aclarar el ilegal traspaso de armas a México durante la administración de Felipe Calderón (2006-2012) y… del Barack Obama (2009-2017). Quizá por esta razón la avalancha de todos los días –la cual no ha cesado desde el primer día de toma de posesión de actual gobierno- de críticas, acusaciones, usadas como campaña para desinformar a la población mediante el caos, la desgracia, las burlas, el racismo, y “odio al pobre”, desde varios frentes y entes afectados ($); furibundos, girando en torno al expresidente Calderón, por estar en una situación legalmente comprometida, si su exsecretario de seguridad no declara otra “verdad histórica”.
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