Línea roja
Desde hace muchos años Irán ha estado bajo presión de Estados Unidos sólo comparable, quizá, con Cuba. Cazas norteamericanos y británicos sobrevolando el espacio aéreo iraní mucho antes de la guerra contra Irak, la limitación de su programa nuclear, o las sanciones económicas, la cuales hasta en la actualidad son llevadas a cabo como estrategia de guerra para generar malestar social interno, son las principales respuestas que los gobiernos republicano o demócrata, desde la doctrina Carter (usar la fuerza militar en el mundo para tomar los recursos naturales necesarios para su seguridad nacional), hasta el dron ordenado por Trump utilizado para asesinar al general Qasem Soleimani, equivalente a un secretario de la Defensa. ¿El “pecado” iraní?: tener en su territorio reservas de petróleo –cuarto lugar mundial (158.400 millones de barriles equivalente al 9,3%)-, y gas –primera lugar mundial (33,5 billones de metros cúbicos,18% del volumen a nivel planetario). Un recurso estratégico, primero nacionalizado y luego concesionado para la British Petroleum, y después nuevamente en poder del Estado iraní. Ser propietario del petróleo hizo que Estados Unidos e Inglaterra ejecutaran un golpe de estado contra Mohammad Mossadegh, quien había sido elegido de forma democrática, quién decidió nacionalizar el petróleo en 1953. Ese golpe detuvo el inicio de la democracia desarrollando con el tiempo una secuela dictatorial en esa nación, como escribió Stephan Kinzer.
Pocos se atreverían a pensar que la decisión de asesinar al general iraní no haya sido parte de una salida oportunista aunque no reveladora en el túnel legal en que se encuentra el presidente Tump. Los cargos judiciales de obstrucción de la justicia y abuso de poder no son poca cosa. No es reveladora porque antes otros expresidentes hicieron del recurso bélico una plataforma para intentar lograr puntos a favor de la reelección. Pero en esta ocasión, la precipitada decisión al parecer no propició los resultados perseguidos. El fulminante ataque, violando el derecho internacional, si bien en un principio fue parte del proceso de jalar a Irán a un conflicto planteado desde años atrás, y con algunos incidentes con la marina británica de retener barcos, el ambiente ríspido y tenso ya se notaba a finales del año pasado. La presunta muerte de un constructor estadounidense por las milicias chiítas resultaría ser lo que en su momento lo fueron las armas químicas no encontradas en Irak: un pretexto.
Antes de la invasión a este país, Sadam Hussein había vendido el petróleo en euros. Esta operación financiera no fue del agrado en la Casa Blanca. Parte del resultado lo sabemos. De resultar cierto que los iraníes hicieron esto pero con la moneda china, sólo reafirma que las inversiones asiáticas y también rusas en el petróleo iraní son una cuestión irreversible. La situación geoestratégica está, entonces, en primera línea. Como lo es igualmente Venezuela. Solo que Irán está más cerca de área geopolítica rusa y china. Pero el daño está hecho.
Por mucho tiempo el pensamiento estratégico norteamericano se había basado, en primero, dar el primer ataque, en caso de una guerra nuclear. Esta elección habría cambiado con el tiempo dada la paridad disuasiva con Rusia. En gran parte de la llamada guerra fría tuvo esta base. Al dar Trump el primer golpe con Irán, su mensaje a todo el mundo es cómo podría ser la nueva forma de usar la fuerza contra cualquier amenaza usando ahora la tecnología letal (“tenemos el mejor ejército del mundo”), dijo. Pero en el caso de Irán esa línea roja cruzada por él, probablemente sin medir los costos en una región delicada en la que algunos países ven esta acción como una planeada prolongación de la destrucción de Irak: extender y ampliar más su presencia militar, sumada a la hecha por la OTAN en el báltico, en Polonia, la República checa, y, por supuesto, en Ucrania. A las puertas de Rusia. Una línea roja históricamente impasable.
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