Refundar el Estado: la economía y la política en el México pos-neoliberal
Por Jordán Orantes Rovira
Las políticas económicas y sociales de un país determinan en gran medida su nivel de desarrollo. El diseño institucional y los mecanismos ejecutores del gobierno que inciden en los ordenamientos de la economía y la estructuración de la sociedad, definen el éxito de los países. El bienestar general de la población, mediada por conducto de la educación, la vivienda, la salud, la alimentación y la innovación, está intrínsecamente vinculada a los procesos institucionales del Estado. Por más de tres décadas, México ha padecido — de una política económica fallida y una política social ausente. El Estado mexicano se ha desligado de las funciones básicas primordiales: garantizar la seguridad y el bienestar de la población. En cambio, se ha situado como un débil interventor en la economía y la sociedad. Las limitadas funciones del Estado neoliberal han generado pobreza, precarización laboral y la paulatina destrucción del tejido social. Sus promesas de expansión económica y modernización no llegaron a concretarse, ni se tradujeron en beneficios reales para la inmensa mayoría de la población. La apertura de la economía, el desmantelamiento de la industria y las empresas nacionales, aliada a la dependencia estructural del capital especulativo,[1] produjo fragilidades en la economía que se reflejan directamente en las condiciones reales de la población.
Las instituciones bajo el régimen económico neoliberal no fomentan la producción, ni generan los incentivos para la prosperidad económica; no generan las condiciones para el desarrollo. Es el proceso político lo que define la naturaleza de las instituciones económicas y son las instituciones políticas las que determinan como funciona este proceso. Como han señalado Daron Acemoglu y James A. Robinson en su estudio sobre el desarrollo histórico de las instituciones en varios países, , “el éxito económico de los países difiere debido a las diferencias institucionales, a las reglas que influyen en cómo funciona la economía y a los incentivos que motivan a las personas”.[2] Debido a que no se han producido las condiciones para el desarrollo el deterioro económico ha ido en aumento. Por lo anterior, se ha fragmentado el tejido social, la desigualdad se vuelve cada vez más visible, el Estado de derecho es endeble y la miseria social genera una cultura de la miseria que acentúa aún más la pobreza y tiende a promover prácticas como la corrupción, institucionalizándose en el entramado social como vehículo de movilidad social y de enriquecimiento a expensas del empobrecimiento y el deterioro social de la mayoría de la población.
Estas han sido las secuelas del modelo económico neoliberal y sus implicaciones en la estructura social y la dinámica económica. Sufrimos una decadencia dentro del sistema neoliberal que se manifiesta en todos los ámbitos de la vida pública y privada de México. Esta decadencia dentro del sistema se traduce en una desestructuración del propio sistema neoliberal. Ello nos obliga a pensar la economía, la sociedad y la política más allá de los parámetros y cánones de la economía de libre mercado en su fase neoliberal. Tenemos que empezar a deconstruir este paradigma para su superación. Es en este punto donde las ideas de refundar el Estado mexicano entran en juego. Se trata de una renovación profunda de la estructura política e institucional que dé inicio a una nueva fase en el desarrollo económico y establezca las bases para una nueva cultura y vida moral de la sociedad. Boaventura de Sousa Santos menciona que “La refundación del Estado no implica cambiar solamente su estructura política, institucional y organizacional, requiere cambiar las relaciones sociales, la cultura y en especial la economía”.[3] La refundación del Estado significa un cambio de modelo civilizatorio. Este cambio inicia a partir de la transformación y mejoramiento de las condiciones de vida materiales de los grupos históricamente excluidos o segregados en el proceso de desarrollo económico. Al mismo tiempo, inicia una lucha en el ámbito social por la transformación cultural, la vida moral e intelectual. En definitiva, lo que comprendemos por refundación no se trata exclusivamente de una lucha política y de reforma económica en estricto sentido, sino que pasa necesariamente por la cultura, los símbolos, las mentalidades, los hábitos y las subjetividades.[4]
Se trata de la construcción de una nueva hegemonía económica y cultural, en la que converja una multiplicidad de voluntades políticas en su edificación, diseño y dirección. La participación activa de amplios segmentos de la población es condición sine qua non de este proceso. Transitar de la democracia exclusivamente representativa —distante del grueso de los ciudadanos— a una democracia con amplios segmentos y espacios para la participación ciudadana directa. Sousa de Santos con respecto a este proceso de involucramiento integral de la participación ciudadana plantea que “esta lucha no puede ser llevada exclusivamente por los grupos históricamente más oprimidos. Es necesario crear alianzas con grupos y clases sociales más amplios”.[5] Este es el punto de ruptura donde nos encontramos, el cual implica una compleja articulación transversal de múltiples voluntades e intereses políticos en juego dentro la transición política que vivimos. En este sentido, es claro que el proceso no avanza de manera lineal y unidireccional. En el desarrollo de reforma institucional y económica surgen contradicciones inherentes al mismo proceso. Existen algunos grupos político-económicos que oponen resistencia a la transformación como inercia residual del viejo régimen en el momento en que son lacerados sus antiguos beneficios y privilegios, resisten y resistirán al proceso de refundación institucional.
En este espacio existe una dualidad aún muy marcada de los grupos de poder que empujan hacia adelante y de los que empujan hacia atrás. En el momento en el que nos encontramos en nuestro país, el horizonte político se define por la contraposición de fuerzas políticas, económicas y sociales opuestas. Encontramos empresarios y representes de grupos empresariales que se unen al Consejo de Asesores del presidente electo y, por otra parte, empresarios del ramo de la construcción, del financiero y del bancario que se oponen a la decisión de cancelar la mega obra del aeropuerto de Texcoco y pronostican fatalidades económicas por tal decisión. Habituados a interceder en las decisiones políticas y definir en gran parte el rumbo de la política económica, estos grupos fácticos resienten los incipientes cambios del sistema político. Un cambio en la toma de decisiones y el ejercicio del poder altera la constitución de su antigua estructura y base de poder: la corrupción y el influyentismo. La dinámica del poder empieza a cambiar y con ello la correlación de fuerzas.
Sin embargo, esto no es indicativo precisamente de que estamos dentro del cambio de régimen o la refundación del Estado. Es síntoma de una crisis que antecede a todos los procesos de transformación. No son pocas las confrontaciones que se dan en los medios de comunicación y las redes sociales con respecto a las propuestas del presidente electo y su gabinete. Personas que antes pertenecían a otros grupos políticos y ahora se ha unido al partido en el poder, las consultas, los proyectos de inversión, todo se encuentra sujeto a polémica. El debate deliberativo se convierte en controversial. Incluso manifestaciones como la denominada marcha “fifí” en contra de la consulta popular que culminó con la virtual cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Con independencia de que estos fenómenos se interpretan como una manifestación más en el amplio universo democrático y se celebra la libre opinión y la divergencia de criterio sobre los asuntos públicos, subyace, sin embargo, un sustrato clasista con respecto al tono popular del gobierno en transición y el imaginario colectivo de las personas que votaron a favor de ese proyecto. Es un espacio marcado por la crisis, donde las viejas instituciones políticas y económicas con sus consecuencias sociales y culturales se resisten a perecer. Como respuesta impulsan la movilización de sectores de la sociedad, medios de comunicación-opinión y grupos políticos, para denostar y deslegitimar cualquier intento de desestructuración del viejo régimen. La dislocación de sus principales estructuras operativas —la corrupción, influyentismo, redes clientelares y corporativismo— hace reaccionar a estos grupos, tradicionalmente en el poder, oponiendo resistencia. Este proceso de oposición incide de manera determinante en la gradualidad de los cambios. Sobre este aspecto, Gramsci nos dice que “La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en ese interregno ocurren los más diversos fenómenos morbosos”.[6] La morbosidad reside en la exageración de la especulación del desarrollo futuro de los cambios que se encuentran dentro de la política del país. En el debate, se tratan temas, entre los más mentados, tales como: a) si se tocarán los puntos nodales del viejo régimen para refundar al Estado y a sus instituciones; o si las fuerzas del viejo orden seguirán imperando y coexistiendo con pequeños atisbos de transformaciones mínimas y poco significativas para el sistema político y económico; b) el castigo y apertura de expedientes de investigación sobre los casos más desastrosos de corrupción en el país contra mantener la estabilidad del sistema político, porque muchos de los señalados siguen perteneciendo al mismo; c) derogar la Reforma Energética contra mantener la cordialidad con los grupos empresariales interesados, y con Estados Unidos principal promotor de la reforma en México; y d) si habrá una profunda reforma financiera contra no tocar los intereses de los grupos económicos anquilosados en México, para no desatar una confrontación con el nuevo gobierno.
El proceso de transformación pasa necesariamente por dejar a nuevos ganadores y nuevos perdedores en el cambio institucional y el rediseño de la política y la economía. Existe una dicotomía compuesta de oscilaciones permanentes entre el bloqueo y el avance del proceso de transformación, que van del uso de razones técnica-económicas o la toma de decisiones populares que virtualmente redundan en un beneficio general. Oscilaciones que parten de determinaciones políticas que permiten la permanencia de actores del viejo régimen que obstaculizan entre el avance de los cambios o el establecimiento de mecanismos que permiten la gradual eliminación de estos actores. Con respecto al cambio institucional Acemoglu y Robinson afirman que “el movimiento solamente avanza si no queda bloqueado por los perdedores económicos, que prevén que perderán sus privilegios económicos, y por los perdedores políticos, que temen que se erosione su poder político”.[7] Es en este espacio en el que actualmente se debaten las direcciones y políticas fundamentales de nuestro tiempo nacional, y de ello dependerá el grado de transformación de la vida política, económica y social de México.
Asistimos a un periodo de transición política donde comienzan los reacomodos del nuevo grupo político en el poder. Un tiempo en el que aspiramos a su transformación, un periodo de transición histórica, la conformación de un nuevo bloque histórico[8] en donde se establezcan las condiciones materiales y económicas para el desarrollo y el bienestar, y de manera paralela se desarrolle una nueva cultura y vida moral para la nación, una nueva identificación de contenido económico-social y forma ético-político,[9] donde las fuerzas surgidas de las condiciones de desarrollo y las vertientes ideológicas, culturales y morales que de ella emanen, se establezcan en una nueva unidad hegemónica en el ámbito económico, político y social, fuera de las pautas y parámetros del viejo régimen, sus instituciones y su lacerante modelo neoliberal.
[1] Sader, Emir. Refundar el estado. Posneoliberalismo en América latina, CLACSO, Argentina, 2008, pág. 34.
[2] Acemoglu, Daron, Robinson James a. Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, Marta García Madera (trad.), Ediciones DEUSTO, Barcelona, 2013, pág. 43.
[3] De Sousa Santos, Boaventura. Refundación del Estado en América Latina, perspectivas desde una epistemología del Sur, Instituto Internacional de Derecho y Sociedad-Programa Democracia y Transformación Global, Perú, 2010, pág. 63.
[4] Ibíd., pág. 84.
[5] Ibíd., pág. 105.
[6] Gramsci, Antonio. “Textos de los cuadernos de 1929, 1930 y 1931”, en: Antología, Manuel Sacristán (trad.), Siglo XXI Editores, México, 2005, pág. 313.
[7] Acemoglu, Daron, Robinson James a. Op. cit., pág. 82.
[8] Portelli, Hugues (1972). Gramsci y el Bloque histórico. María Braun (trad.), Siglo XXI editores, México, 1972, pág.121.
[9] Ibíd., pág. 124.
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