El PRI en la encrucijada
En el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de Chiapas se avecina una tormenta política. El motivo –una vez más–, la pugna por la dirigencia estatal. En el escritorio del líder nacional se encuentra una carta firmada por un grupo de diez “distinguidos” priistas, expresidentes estatales todos ellos, en la que plantean que “urge que el Comité Ejecutivo Nacional disponga lo necesario para renovar el Comité Directivo Estatal y preparar la militancia a fin de enfrentar fortalecidos y con éxito el reto de 2018”.
El apremiante llamado se da porque la permanencia hasta hoy del senador Roberto Albores Gleason en la dirigencia chiapaneca, raya en la ilegalidad, pues hace tiempo que debió dejar el cargo al cumplir los cuatro años reglamentarios por los cuales fue electo. Los estatutos del partido establecen en su artículo 163 que “en casos plenamente justificados”, el Comité Ejecutivo Nacional podrá acordar una prórroga al periodo estatutario de dirigencia de los Comités Directivos Estatales hasta por 90 días; sin embargo, este periodo de gracia en el caso de Chiapas se ha rebasado por mucho. Tomando en cuenta la posibilidad de esta extensión, Albores concluyó su mandato desde noviembre de 2015, pero ni Manlio Fabio Beltrones, ni carolina Monroy del Mazo y tampoco Enrique Ochoa Reza lanzaron la convocatoria para el relevo.
Entre quienes firman la carta están Roberto Domínguez Castellanos, secretario de Educación; José Antonio Aguilar Bodegas, secretario del Campo; Arely Madrid Tovilla, exlegisladora federal; Gerardo Pensamiento Maldonado, presidente del Consejo Estatal de Notarios Públicos; Sami David David, exlegislador y excandidato a la gubernatura; Aquiles Espinosa García, director de Gobierno; y Mario Carlos Culebro Velasco, secretario de Transportes.
La exigencia de cambio en la dirigencia estatal llega en un momento crucial para el futuro del PRI, pues tendrá que definir, aparte de su relación actual con el gobierno de Manuel Velasco, su estrategia para los comicios del 2018. Y está claro que el fondo de la disputa por el control del partido en esta coyuntura, es la designación del candidato a la gubernatura del estado.
Durante la presente administración el PRI ha ejercido de cogobierno con el Partido Verde Ecologista de México, lo cual le ha redituado espacios de poder de primer nivel; sin embargo, políticamente ha decidido mantener un bajo perfil para eludir las consecuencias del deficiente gobierno velasquista. Esta decisión, no obstante, parece haber llegado a su límite por las circunstancias que hoy se presentan. Si bien ha sido funcional para honrar el pacto de la alianza electoral del 2012, ahora tiene que replantearse para redefinir la nueva correlación de fuerzas.
Por lo que ha mostrado el PVEM durante estos cuatro años de gobierno y por cómo anunció su relanzamiento rumbo al 2018, quedan muchas dudas de que el Verde pretenda reeditar la alianza con los priistas, o en caso de plantearse, quiera ceder a que la candidatura no salga de sus filas.
En la elección del nuevo dirigente del PRI también está en juego su viabilidad como partido en Chiapas. Muchos militantes están convencidos de que lo mejor sería finiquitar esa alianza porque el priismo se ha desdibujado y temen que puedan ser avasallados de nuevo si a nivel nacional las dirigencias negocian en detrimento del tricolor chiapaneco. Preocupados deberían estar también porque mientras que a ellos se les atrofia el músculo, el Verde y sus partidos “satélites” (Chiapas Unido, Mover a Chiapas), así como organizaciones y movimientos pro oficialistas, se fortalecen al amparo del gobierno, apropiándose de la clientela electoral.
En este contexto, la elección del nuevo dirigente estatal priista no estará exenta de conflictos; desde ahora se puede intuir que el gobernador tratará de influir en la selección con tres prospectos que forman parte de su gabinete, ya sea para darle viabilidad a una nueva alianza comandada por el PVEM, o bien para ungir a un candidato priista afín.
Habría que recordar también que en coyunturas políticas similares, el PRI suele mostrar una precaria institucionalidad que lo hace vulnerable a las influencias externas.
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