A casi un año de Ayotzinapa

Foto: Roberto Ortíz/ Chiapas PARALELO.

Foto: Roberto Ortíz/ Chiapas PARALELO.

Se va a cumplir casi un año del caso Ayotzinapa, y buena parte de la sociedad mexicana sigue agraviada, con razón, por lo sucedido. No es este el espacio para hacer un recuento de los hechos o contrarrestar las versiones de lo sucedido a los alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en el estado de Guerrero. De ello la prensa aporta continuamente datos que ponen en entredicho la versión oficial del gobierno, versión que si no se produce un cambio drástico será la que cerrará el caso.

El horror que significa la muerte, el asesinato, de estos estudiantes se ha convertido en bandera de grupos de la sociedad civil, e incluso de partidos políticos, que claman por detener la violencia que vive el país en todas sus manifestaciones. La muerte es el último eslabón de una acumulación de violaciones a los derechos humanos, secuestros, extorsiones, amenazas, en fin, la lista es demasiado extensa para regodearnos en ella. Los muertos de Ayotzinapa, aunque desaparecidos para sus familiares, y la consecuente protesta por este suceso constatan el hartazgo social y la indefensión de una ciudadanía que desconoce a quien acudir para protegerse. Pero dicho esto es necesario hacer memoria para poder analizar este caso a la luz de otros precedentes y que tienen como implicados a muy diversos actores políticos o de la vida pública nacional.

En Chiapas, para no ir tan lejos, está la matanza de Acteal ocurrida el 22 de diciembre de 1997; pero en el horizonte hay asesinatos como el de Luis Donaldo Colosio, el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en fin, la lista sería interminable. Muchos pueden pensar que incluir en una misma lista estos y otros casos está fuera de lugar, o que tienen motivaciones diferentes, así como involucran a actores diversos. Es posible que así sea, sin embargo todos los casos tienen un denominador común, que no es otro que la multiplicidad de versiones sobre un mismo caso.

En 1950 Akira Kurosawa dirigió una de sus obras maestras, la película Rashomon, donde el protagonista era Toshiro Mifune. Cuatro relatos de personas involucradas en un mismo crimen que ponen sobre el tapete la variedad de interpretaciones y las dificultades para obtener la verdad. Tal fue el impacto de esta película en las ciencias sociales que ha dado nombre al “Efecto Rashomon”, creado por la interpretación y descripción personal y subjetiva de los hechos. El resultado es la posibilidad de que todas las versiones sean factibles o no falsas dependiendo de la percepción del narrador.

Con ello no justifico o quiero justificar ninguna de las versiones, ni las oficiales ni las que la contradicen, sino asentar que en la justicia mexicana la búsqueda de la verdad, aunque sea un objetivo a veces sumamente improbable de conseguir cuando hay seres humanos involucrados, se ha convertido en una certidumbre imposible y que facilita, por desgracia, el olvido de su objetivo que no es otro que hacer cumplir la ley. El cúmulo de versiones, las contradicciones o irregularidades hacen del film de Akira Kurosawa un ejercicio pueril en comparación con lo que ocurre en México.

Muchos de los debates en torno al caso Ayotzinapa, como ocurrió hace unos años con lo vivido en Acteal y que motivó acaloradas discusiones en la prensa nacional entre distinguidos académicos, no vienen más que a reforzar la idea de que se afirma a través de la percepción o del interés de todos los involucrados sin que exista un real árbitro, que en este caso debería ser el poder judicial.

En la ciencia histórica, si se le puede llamar ciencia, existe la crítica de fuentes. Los documentos analizados deben ser sometidos al análisis de su procedencia y del interés que los mueve. Incluso se encuentran documentos falsos. Es así que una narración histórica que se precie debe pasar por ese tamiz. Para el caso de Ayotzinapa las versiones se acumulan y sirven para aumentar el bosque que impide ver más allá de él. Y cuando tantas versiones circulan, ¿cuál es la real? Ese, fatalmente, es el destino de las investigaciones judiciales en México que se han alimentado, y lo seguirán haciendo si no cambian mucho las cosas, de la multiplicidad de versiones. El resultado, como ha sido en todos los casos, es la sospecha de que nunca se sabrá la verdad y eso solo nos permite vivir en la indefensión y la suspicacia constante y, lo que es peor, en la certeza de que nunca tendremos certezas. Mal remedio para una sociedad que reclama alguna a un poder, como el judicial,  que debería ser el garante de nuestros derechos ciudadanos.

 

 

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