No retorna el oro de la vida
Casa de citas/ 134
Veo a un hombre viejo, una piltrafa de dedos sarmentosos, vestido con andrajos; una pobre isla de vida rodeado de un océano de muerte; hay muy poco futuro para él, está en el borde; sin embargo, viene caminando de frente una muchacha y él sigue el movimiento de las caderas y vuelve el rostro para ver el trasero que se aleja. ¿Qué es eso: deseo, intuición? ¿Hasta en ese estado de miseria física un hombre sigue viendo a la mujer como objeto o sujeto erótico?
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Christopher Domínguez Michael publicó su polémico Diccionario crítico de la literatura mexicana, 1955-2005 (Fondo de Cultura Económica, 2007) en el que incluyó, lo dice desde el prólogo (p.7): “una antología personal y un diccionario de autor”; su aparición desató insultos y descalificaciones; algunos de los no incluidos pidieron a la editorial, incluso, retirarlo del mercado. Yo le leí con gusto e interés, me gustó. Creo que cualquiera tiene el derecho de escribir desde su propia subjetividad un diccionario del tema en que se ha especializado. Tal vez faltaron algunos autores importantes, pero para eso, para complementar, hay otros libros. Nadie va a encontrarse con el volumen total, definitivo, nunca. En fin.
Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile, en 1953; vivió en México y murió en Barcelona, España, a los 50 años de edad, en 2003. Los detectives salvajes, la novela que lo volvió súper célebre (Anagrama, 1997), habla de México; Bolaño, dice Domínguez Michael, es (p. 66) “a veces difícil de leer porque no es común encontrar en un solo libro, juntas, a la literatura y a la verdad”. Después de muerto, en 2004, también en Anagrama, apareció otra ambiciosa obra suya: 2666.
En 2013 se estrenó Los amantes pasajeros, la nueva película de Pedro Almodóvar, una comedia gay a la que no le fue nada bien con la crítica y la audiencia, en la que el personaje mexicano que interpreta José María Yazpik (un matón, faltaba más) lee ostensiblemente 2666, de Bolaño; en 2013 se estrenó también Los ilusionistas, nada es lo que parece (Now You See Me), de Louis Leterrier, una historia ágil que sorprendió a todos por su inesperado éxito de público, y aquí el personaje (un mago) que interpreta Woody Harrelson lee Los detectives salvajes. Bolaño está, pues, más vivo que nunca.
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Leo Margarita, está linda la mar (2001, Punto de lectura; Premio Alfaguara 1998), de Sergio Ramírez, eficaz narrador nicaragüense. Es al mismo tiempo la biografía de dos nombres famosos de Nicaragua: el enormísimo poeta Rubén Darío y la terrible dinastía de los Somoza, particularmente de Anastacio Somoza García.
A este sátrapa le gustaba el baile y su victimario, Rigoberto López Pérez, poeta y periodista, quien tomó la responsabilidad de matarlo a sabiendas que lo acribillarían segundos después, lo hizo bailando. La pieza con la que pudo acercarse al tirano, quien gustaba de ver la ejecución de los buenos bailarines, fue “La múcura”. Era el 21 de septiembre de 1956. Así describe el momento Sergio Ramírez (p. 435): “Eleva las manos como si agitara maracas San Pedro que me ayudó pa’ que me hiciste llamarlo, las baja y las lleva al pecho, se arrodilla abriendo las piernas la múcura está en el suelo mamá no puedo con ella, y es Moralitos el que se adelanta asustado, lo ha visto meter la mano bajo el saco es que no puedo con ella, el pequeño revólver ya de pronto apuntando, el animalito negro que va a morder tu mucurita de barro, un vómito encendido, zarpazos deslumbrantes, estallidos apagados como cachiflines, y Somoza se dobla en el regazo de la Primera Dama como si tuviera sueño y ella extiende sus brazos para recibirlo derramando el vaso de Ginger-Ale es que no puedo con ella…”
A Luis Donaldo Colosio lo mataron el 23 de marzo de 1994. Leí dos o tres volúmenes del extenso informe sobre su asesinato para documentar una obra de teatro que escribí hace tiempo. El informe, en la parte que me interesa comentar, analiza la canción que se oía mientras le daban los dos balazos que lo ultimaron, para buscar un posible mensaje. Era “La culebra”. De pronto veo venir muy cerquita de mí, yo vi una culebra mirando pa’ mí; y yo grité: ay, la culebra, y yo grité: ay, la culebra. Otra canción guapachosa.
En nuestras regiones hasta a los magnicidios se les pone sabor, como dicen los rumberos.
La novela de Ramírez no elude el buen humor (p. 99):
“—Tengo una cría de zopilotes de raza, que son caros –dijo Cordelio–. Además de la miel silvestre, me gusta comer zopilote.
“—Eso sí es una gran cochinada –dijo el sargento Domitilo Paniagua, poniendo cara de asco.
“—Si uno deja que los zopilotes coman animales muertos, sargento. Pero si uno los cría desde chiquitos, y les da su maicito en el piquito, es una carne muy aseada –dijo Cordelio.”
Se burla, uno de los personajes, de un hombre de pequeña estatura (p. 134):
“—Cuénteles, doctor, la noche aquella en que usted se presentó en el Baby Dolls y le pidió a La Caimana que le consiguiera la mejor de las muñecas –le dijo al doctor Baltasar Cisne–. Cuénteles porqué ninguna quería con usted, y cuénteles lo que al fin le dijo aquella morenota rolliza, la Flor de un día: ‘¡Ay, no, yo con usted no, doctor! No voy a saber si me está cogiendo, o lo estoy pariendo’ ”.
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Es un hecho que Jaime Sabines era, o es todavía, un poeta popular (el verso que titula esta columna es suyo, con él cierra su portentoso poema Algo sobre la muerte del Mayor Sabines) hasta que Juan, su sobrino gobernador, vino a volverlo repulsivo a fuerza de ponerlo hasta en la sopa. Famosa es la anécdota de que en su lectura en Bellas Artes (con gente que no pudo entrar, tal fue su convocatoria) le pedían poemas como si fueran canciones y para que no tardara en hallarlas le gritaban hasta el número de página.
Por el contrario, se suele afirmar que Octavio Paz no era tan citado por la gente no especializada, el público común. Sin embargo, Luis Vicente de Aguinaga cuenta en Lámpara de mano, sobre poemas y poetas (Universidad de Guadalajara-Ediciones Arlequín, 2004) la ocasión en que, en su cumpleaños número 70, Paz, acompañado de otros poetas, celebra en una cantina del Centro Histórico (p. 43): “Vasos, botellas que se arrastran, carcajadas. De pronto, sin que nadie pudiera sospecharlo, un hombre (que había estado bebiendo en la mesa contigua) se puso de pie y, mirando fijamente a Paz, le dijo:
“—Maestro, yo también quiero hacerle un homenaje.
“—A ver –contestó, o debió contestar, el poeta.
“Aquel hombre apagó su cigarrillo, apoyó bien la voz y pronunció de memoria el ‘Nocturno de San Ildefonso’ ”, uno de los grandes poemas de Paz.
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Sueño que estoy desnudo en una caja de cristal, amarrado de las manos, bajo el agua. Puedo respirar. Una voz dice claramente:
—No sientas que eres alguien distinto a los demás, eres los demás; la sangre que circula en tus venas es parte de otras sangres.
Caen gotas de sangre con rojos de distintos matices. La voz:
—Cada una de éstas está en ti, ya es tuya, lo mismo que es de todos los otros que han hecho que tú existas. Abre la boca y toma esto, que te pertenece.
Lucho por no abrir la boca. Las sangres, que enturbian el agua, se posan frente a mi cara. Resisto hasta que no puedo más y grito. Siento el sabor de la sangre. Despierto.
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En Lectoras (Ediciones B, 2012), Juan Domingo Argüelles conversa con catorce escritoras mexicanas (Elena Poniatowska, Sabina Berman, Mónica Lavín, Cristina Rivera Garza, entre otras) acerca de sus hábitos, de sus vicios de lectura (p. 58): “En todo el mundo, hoy las mujeres leen más que los hombres” dice Juan Domingo en el prólogo y Michéle Petit en el epílogo explica, sobre los franceses (p. 370-371): “El abandono del mundo del libro es un fenómeno mayoritariamente masculino. Y es que la seducción de las nuevas pantallas es más fuerte entre los varones que pasan más horas por semana frente a ellas”.
Salvo pequeños cambios, el mismo cuestionario aplica a todas y casi al final (p. 410) hace una lista de “los autores más recomendados por las lectoras”. Son 44. 7 mujeres y 37 hombres. Aquí los diez primeros, del uno al diez: Sor Juana Inés de la Cruz, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Rosario Castellanos, Octavio Paz, Rafael Bernal, Miguel de Cervantes y Antón Chéjov.
Una de las preguntas es ¿qué libro nunca recomendarías y por qué?, y Margo Glantz responde que los de Paulo Coelho, los de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y (p.171) “tampoco recomendaría el Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, porque es casi, también, un libro de autoayuda”.
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Nietzche dice en Así hablaba Zaratustra que nada muere, todo regresa, e Ítalo Calvino (Conaculta-Petra Ediciones, 2006) en la última línea de su Ítalo Calvino en México dice lo contrario, que (p. 52) “otros dioses hablan a través de nosotros, y saben que todo lo que termina no retorna”.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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