La indiferencia ante el plagio

 Foto: Eduardo Molina Jiménez

En los últimos años el plagio se ha convertido en noticia nacional y mundial por el descubrimiento de múltiples casos de esa mala práctica en ensayos, trabajos académicos e, incluso, en canciones. Situaciones que han provocado denuncias, juicios y, por supuesto, el desprestigio público de muchas personas o el despido de sus centros de trabajo. Un hecho contrarrestado, como acaba de suceder en México con el caso que involucra a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con sentencias judiciales que castigan a los denunciantes del plagio.

Para detectar las apropiaciones indebidas de trabajos ya existen, en la actualidad, instrumentos tecnológicos, gratuitos o de pago, para mostrarlas. No siempre dichos instrumentos son precisos, pero facilitan la detección del plagio. Plagios que ocurren en los distintos campos científicos, pero, también, se han convertido en comunes entre los y las estudiantes de distintos niveles educativos, como lo saben a la perfección quienes se dedican a la enseñanza.

Federico Campbell (†), en un libro publicado en el año 2002 y que vio la luz de nuevo, en una versión revisada, tras la muerte del autor,[1] señaló lo expuesto con crudeza por Serge Halimi sobre el periodismo en Francia, su país.[2] Además de hurgar en los prolongados vínculos entre periodistas y comunicadores con el poder y los privilegios obtenidos por ello, el autor francés, en palabras de Federico Campbell, destacó como “frente a su computadora, plagian con toda impunidad: se roban ideas y frases ajenas”. Así, en la Francia descrita por Halimi “el periodista plagiario disfruta de total impunidad”, frente a lo que ocurriría en Estados Unidos, donde una circunstancia de tal naturaleza acabaría con el “desprestigio profesional”. En definitiva, se señala que tal forma de actuar tiene sus métodos precisos:

La técnica consiste en sustraer del artículo de algún colega los análisis y las investigaciones, hacerlos propios, y citar al desgraciado una sola vez, en un tramo perdido y accesorio del texto. Por si los atrapan en falta, el plagiario tiene la audacia de citar al autor como prueba de su buena fe, pero escondiendo mucho su nombre, ocultándolo como saben hacer los periodistas (pp. 212-213).

Este ejemplo trasciende una respetable profesión, como lo es la periodística, para extenderse a otros ámbitos de la palabra escrita como los representados por las disciplinas científicas o la creación literaria.

Tales comportamientos pueden encontrarse en cualquier país y han sido y son visibles en nuestro ámbito geográfico mexicano y chiapaneco. Lo curioso es que en muchas ocasiones esa forma de actuar pasa desapercibida o, aun peor, siendo conocida no implica ninguna exposición pública del plagiario. En definitiva, lo más lamentable es que los resultados del plagio son aplaudidos para no enemistarse con personas o con quienes los amparan. Como resultado de ello los esfuerzos de ciertas personas, su trabajo profesional, no es reivindicado porque quienes se llevan créditos públicos son los plagiarios.

Esta indiferencia ante actos de tal naturaleza no habla bien de las personas que los cometen, por supuesto, pero tampoco lo hace de la sociedad que los consiente u oculta. La simulación, tan propia del ser humano, si se extiende a las prácticas sociales no puede más que generalizar la deshonestidad y las conductas no éticas.

[1] Campbell, F. (2016). Periodismo escrito. Ciudad de México: Secretaría de Cultura.

[2] Halimi, S. (2002). Los nuevos perros guardianes. Periodistas y poder. Pamplona: Txalaparta.

 

No comments yet.

Deja una respuesta

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

Leave your opinion here. Please be nice. Your Email address will be kept private.