El escritor y el político
Una vez fallecido Mario Vargas Llosa, no podía ser menor la gran controversia suscitada por el escritor y el personaje político. Pero, en el fondo, es un dilema ético a lo que nos enfrentamos siempre cuando se habla arte. En mi caso, son discusiones con compañeros y amig@s que nos ha llevado tiempo y muchas emociones etílicas y nocturnas cada vez que se presentan. A veces ácidas las opiniones, pero endulzadas con un ron y hielo que acompaña la lucidez con que intentamos argumentar la idea.
Creo que Vargas Llosa encarna esa polémica como quizá ningún otro escritor en el mundo. Ya se saben las opiniones: un portentoso escritor, influencia decisiva en la literatura de Latinoamérica, poderoso narrador que, junto a su generación, hizo voltear a ver a nuestra región y la puso en la discusión literaria y artística del mundo entero. Y la otra: el personaje social y político, entre siniestro y cínico, al ponerse al lado de las ideas que no concuerdan con las posturas que pregonan la colectividad, las inclusiones, la diversidad y sobre todo, la crítica a la explotación social. Eso que eufemísticamente se ha llamado la “ultraderecha”.
¿Cómo leer al escritor? ¿Al creador de historias que tocan el alma con la profundidad de un párrafo, una página, un capítulo o al político que agradeció la invasión estadounidense a Irak y apoyó a Jair Bolsonaro y a Javier Milei, dos destacados exponentes del pensamiento reaccionario latinoamericano?
El debate no es nuevo. Se agranda en otros campos de la cultura, como espacio permanente de polémica. ¿Un/a cantante debe manifestar su vocación política? Bono, de U2, siempre ha mostrado sus preferencias políticas hacia la “izquierda”, ¿escucharlo te hace socialistas o liberal woke? Tom Brady, una vez declaró ser amigo de Donald Trump (no se sabe si “muy amigo” o simplemente “conocido”), ¿con eso destruye su increíble carrera deportiva como quarterback de la NFL? Mick Jagger ahora convive con el jet set europeo, cuando a los 20 años cantaba (I can´t get no) Satisfaction, en una clara alusión antisistema. ¿Incongruencia? ¿inaudible para los que creímos en los Rolling Stones y la revolución cultural?
Hace poco comentábamos esto otra vez con grandes amigos/as, e inevitablemente sale a escena Jaime Sabines, el Poeta. Fue diputado del PRI y condenó el levantamiento zapatista en Chiapas. Todos/as nosotros, de izquierda, contamos con pesar nuestra experiencia. A mi francamente me costó trabajo leer al Sabines poeta y no verlo como el priista convencido. Al final de cuentas, nobleza-obliga, y aquí don Jaime sacó la casta clasemediera en una hora crucial para Chiapas y para México.
Pasado el tiempo, entendí o creo intentar entender, que a Sabines le aprisionó su tiempo, su historia y tuvo que declarar eso. Y ahora, quizá por ser de Chiapas, sigo leyendo su poesía –casi- sin contratiempos.
Lo mismo Octavio Paz. Acusado de misógino, oligarca de las letras, ególatra y, sobre todo, también apologético del PRI y de Carlos Salinas de Gortari, su inmensa obra puede o no quedar fuera de ese trazo personal y ciudadano que tuvo en los últimos años de su vida. Sigue siendo una disputa ética, al final de cuentas.
Creo que no es malo ni del otro mundo estar inclinado hacia una postura política, la que sea. Obviamente, quienes defendemos alguna de ellas, nos iremos del lado de quien comulga con nosotros. Eso es lo de menos. El fondo de esta cuestión es cuando se pierde el límite entre el artista y el político. En el caso de Mario Vargas Llosa, no interesa si era partidario del conservadurismo, la derecha o la ultraderecha (de por sí una postura deleznable, a título personal), sino el modo en que a través de esa convicción se dedicó los últimos 20 años de su vida a hacer elogio de una perspectiva política, con tal de cerrar su pasado de izquierda, o para hacer énfasis de tiempo completo en que se debería combatir a ultranza las ideas “socialistas”. Sus últimas apariciones de gran público eran para complementar su punto de vista político, ya casi no hablaba de literatura, el cambio de escritor a político quedó muy claro, por tanto, las opiniones sobre su obra también competen a su adherencia derechista.
También con Octavio Paz. Su desfase a personaje de izquierda a ser de derecha le hizo organizar en 1990 el Encuentro Vuelta. El siglo XX: La experiencia de la libertad, con la presencia de grandes pensadores internacionales que, en su mayoría, fueron de izquierda; prácticamente un encuentro para definir el pensamiento conservador del nuevo orden mundial, después de la caída del muro de Berlín. Lo malo de este evento es que Paz convocó a Televisa para llevarlo a cabo. Una forma grotesca para gritar a los cuatro vientos que, por fin, el conservadurismo llegaba para quedarse.
Y es que es eso: lo grotesco de tratar de persuadir una forma de ver el mundo. Tanto Paz como Vargas Llosa no escatimaron ningún escenario para defender el pensamiento de derecha, a tal grado de decir muchos lugares comunes y hasta absurdos históricos con tal de pertenecer a un grupo hegemónico conservador. Obviamente, las contradicciones entre el creador de una obra literaria y la forma de expresión política son estridentes. Es de esperarse, y nos pasa a traer a nosotros, sus lectores.
Mario Vargas Llosa siempre me gustó como escritor. Sin duda, el impacto que me ocasionó el primer libro que leí de él (Los Cachorros, 1967) todavía me mueve cada vez que lo recuerdo. Uno de mis preferidos, un gigante de las letras, por supuesto. Pero como persona fue un apologético de una dirección política por la cual el mundo se apresta a luchar con furia porque representa un retroceso a las luchas sociales ganadas en el último siglo. En eso no lo respeto, al contrario, lo repudio y deseo que su forma de pensar descanse en paz, junto a él, el notable hablador de historias.

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